› Por Mariano Llinás
Si, como todos pensamos, el grupo Krapp pasará a la historia, y se escribirá sobre sus hazañas, tal vez resulte oportuno que un testigo de los tiempos se refiera a ellos por fuera de sus méritos artísticos, a fin de desengañar a futuros historiadores y periodistas. El Grupo Krapp: El mayor puñado de malvivientes que haya poblado estas tierras desde los tiempos del Pibe Cabeza o desde las infaustas fechorías de Mate Cosido o de Zamacolla. Jóvenes del futuro: No piensen en un grupo de danza; piensen en una banda de malhechores.
TUR: De todos ellos, ninguno más peligroso que este apache del bajo fondo, que este náufrago extraído de las más atroces leyendas del tango. Sonrisa fácil, bigote anchoa, lengua bífida y seductora, crueles encantos del suburbio. Las leyendas que corren en torno de ella son legión y hubieran hecho ruborizarse al propio Capone o al propio Morgan. Todos los delitos que se le imputan son verdaderos.
Almendros: Apenas conozco a este individuo de sonrisa pecadora y voz aflautada; poco es lo que puedo escribir sobre él. Sólo diré que no lo dejaría a solas con mi mujer, ni le prestaría mi auto, ni dejaría que estuviera a mi lado al marcar la contraseña de mi cajero automático. Un film (El loro y el cisne, 2013) muestra con fatal fidelidad su modus operandi.
Castro: La elegante belleza de Cary Grant; la melancolía de Delon en El samurai; la contagiosa risa de Satanás, y el mismo horrendo brillo en sus ojos; una copiosa vida sentimental, que haría ruborizarse a Sardanápalo o a Calígula y convertiría en niños de pecho a Landrú o a Sade: Todos estos inquietantes elementos coexisten en “El Bebe”, el ángel negro del arrabal, el incansable explorador de la noche. Un animal, bello y peligroso, que anda por el mundo como una bomba de tiempo.
Luis: La extrema melancolía y el desmedido fervor: Ambos extremos conviven en el corazón de este Gangster. El cuerpo de un titán o de un acróbata y la voz de una quinceañera. La nocturna lucidez de Nietzsche y la ortografía de Toro Sentado o de Catriel. Así es este cacique: un hombre de paradojas; un hombre indescifrable. ¿Quién puede decir que lo conoce? Es uno de los grandes cerebros del grupo, y de sus insondables abismos mentales provienen las más desaforadas de sus prácticas.
Luciana: Motivos de orden cuasifamiliar me impiden expedirme sobre esta verdadera Rosa del Hampa, en cuya desaforada negritud (que habla de un origen africano nunca explicado) ha perdido la cabeza más de un hombre de buen corazón. Sólo diré: Algo raro ha de haber en una mujer que se mueve con soltura entre tantos malandras. Madre ejemplar, amante esposa, actriz de cine, y aun así, un malevaje de lo peor responde a su comando como si fuera un pelotón. También nosotros –también yo– seguimos (acaso sin saberlo) sus órdenes, y formamos un obediente ejército a su servicio. Tal vez sea ella misma la que, secretamente, dicte estas notas.
Ante ti nos prosternamos. ¡Oh araña!
Comprendo la perplejidad del lector: Cómo hacer coexistir el talento y estas indecentes biografías. Basta ver a Krapp para responderlo. Algunas formas de belleza proceden de la pureza y de la virtud; otras, acaso las más bellas, surgen del malevaje, del espanto y de la errante desobediencia del lumpen. No esperes de ellos, muchacho, la exasperante elegancia de los ángeles. No es allí donde hallarás este brillo.
Acércate: Los ritmos del mal ya están sonando. ¡Baila con ellos!
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