Dom 10.11.2013
radar

Esencia caótica

› Por Rafael Spregelburd

Krapp se aventura en la revisión de su propio trabajo. Les deseo la mejor de las suertes. Mirar en el espejo de la propia incertidumbre es un golpe de navajazo para un artista sensible. ¿Cómo saber cuándo un grupo –un colectivo de artistas de lo más heterogéneos– está más o menos maduro para encarar su propia retrospectiva? Supongo que no hay manera. Salvo una, tan contundente como cuestionable: que Alejo Moguillansky dé cuenta en una ficción (su reciente película El loro y el cisne) del modo de trabajo, de análisis, de autorreferencia de este pequeño gran conjunto de individuos poco quietos. Allí, en conversaciones más o menos reales, más o menos improvisadas, y con la excusa peregrina de filmar la vida de diversos elencos de bailes surtidos premonitoreados para unos improbables productores estadounidenses a la caza de estadísticas y folklores, Moguillansky captura le esencia caótica que siempre ha rubricado los trabajos de Krapp.

Su aparición en el panorama porteño fue sencilla y brutal. Ya en No me besabas realizaban con total soltura y desvariante técnica las operaciones fundacionales de su poética: violencia extrema e inútil en los movimientos, golpes y caídas; edulcorada ingenuidad en sus perversos deseos musicales; economía total de recursos escénicos; baile absoluto, baile de ideas, conceptos puros en permanente movilidad. Buenos Aires los acogió con sorpresa. Tal vez porque llegaban de otra parte, de la Córdoba remota y no capitalina, nadie preguntó por su génesis, nadie los imaginó como alumnos de nadie; todo parecía indicar que hacía años que sabían lo que hacían y que la culpa era nuestra por descubrirlos tan tarde. Es una ilusión encantadora. Los Krapp han sabido conjugar siempre de allí en más la intuición absoluta con un virtuosismo cada vez más degradado. Los vimos bailar cada vez menos y, en cambio, pensar cada vez más; ejecutar menos el espacio y en cambio obligarnos a pensar más en el deseo de que algo en él ocurra de manera definitiva. Si éste es un destino general y mundial del arte de la danza, no lo sé; en todo caso, si así fuera, sólo podemos decir que Krapp ha estado siempre en avanzada sintonía con el mundo. Es uno de los escasos grupos locales cuya poética parece enlazarse (sin parecerse del todo) a la de los grandes referentes mundiales.

La vida útil de un bailarín parece ser más corta que la de un actor o un dramaturgo. Los músculos tensados se prestan para el éxtasis durante un número reducido de espectáculos. Y luego queda la sabiduría, la experiencia, la intuición, ¡la docencia!, la reconversión en coreógrafos o artistas del concepto. Krapp ha sabido estirar al máximo su vida útil, se ha mezclado e hibridizado (cabe recordar, por ejemplo, el notable Knock-out técnico, una encrucijada feroz entre deporte y no sé qué), se ha vaciado de sí mismo y vuelto a llenar, y ha derramado creatividad sobre las artes vecinas: teatro, video danza, cine. Cabe esperar que esta retrospectiva no acabe con ellos, que no sea el cierre de nada, sino apenas una de las nuevas mutaciones y eternas resurrecciones del cisne feroz, de tez oscura, de canto chillón, de riguroso desorden.

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