MICROFÍSICA DEL PODER
› Por Beau Willimon
House of Cards es, sencillamente, sobre el poder. Mucha gente cree que es sobre la política, pero la política es un escenario del poder. Experimentamos el poder cada día, en un millón de maneras diferentes, en nuestras propias vidas, desde el nivel micro al nivel macro. Uno está ejerciendo el poder o alguien ejerce poder sobre uno. Esa instancia puede ser tan grande como lo que hace un funcionario para influenciar sobre tu vida o tan pequeño como un colado que se pone justo delante tuyo en la fila. Exploramos el poder no sólo en la política sino en las relaciones: entre maridos y esposas, entre amantes, en el lugar de trabajo, en los medios. Lo vemos desde lo más cotidiano hasta lo más brutal.
Cuando pensamos en la capacidad de violencia de Frank, tenemos que pensar esto: el poder, en su corazón, cuando está a punto de hervor y deja emerger su esencia, es sobre la violencia. Es violencia.
Me suelen decir que la visión del mundo de la serie es demasiado cínica y hay gente que no la soporta por eso. Pero yo no creo que sea cínica. Es realista. Hay una razón por la que Estados Unidos sigue siendo el gran superpoder mundial y es mayormente porque tiene el ejército más grande del mundo. De niño, cuando uno juega en el recreo al Rey de la Colina, uno está en la cima o quiere llegar ahí, y el chico que llega más arriba empuja a los demás hacia abajo.
La palabra “cínico” aparece todo el tiempo. Pero yo soy un optimista. Creo que el poder, usado apropiadamente, es capaz de grandes cosas. No sólo en la política sino en nuestra vida personal. Cuando uno hace elecciones para hacer su vida, eso también está relacionado con el poder. A veces el poder es algo tan sencillo como la elección de qué hacer para pasar el día. Uno tiene el poder de no dañar. El poder del amor. El poder de ser amable. Acabo de decir que, en última instancia, el poder se reduce a la violencia, y lo creo. Pero su reverso también es cierto: tenemos el poder de no ser violentos.
Lo que se ve en Frank Underwood es un tipo que es un consumado optimista. Todo lo que quiere es seguir adelante. Esa es una mirada optimista de la vida. Cuando eso se confunde con la ética o el idealismo, se entra en terreno pantanoso. El idealismo no es optimismo. El mundo está lleno de idealistas pesimistas. Y está lleno de optimistas no ideológicos, como Francis. La mayoría de nosotros no somos ni una cosa ni la otra, estamos a mitad de camino entre los extremos.
Frank quiere el poder por el poder mismo. Para usarlo. Porque, ¿qué es el poder, a fin de cuentas? Es posibilidad. Es ser el dueño del propio destino. Es no permitir que nadie más dicte el camino de tu vida. No podemos engañar a la muerte, pero podemos tener el control de nuestra vida.
Hay algo muy atractivo en un congresista como Frank Underwood. Se puede condenar lo que hace, pero no se puede negar el hecho de que consigue cosas, de que hace cosas. La serie, a través de él, se pregunta si los fines justifican los medios. Como autor no contesto esa pregunta, pero al menos los fines están ahí. Y ahora mismo, en Washington, muchas veces ni siquiera tenemos los fines.
Creo que estamos apuntando a cierta frustración que alguna gente siente con respecto a Washington. Hay algo delicioso sobre un personaje, sea Francis o Claire, que se niega a jugar el juego según las reglas. Con frecuencia deseamos poder desprendernos de las reglas y las convenciones. Y estas dos personas lo han hecho. Vemos a dos personas liberadas. Eso no quiere decir que no se
golpeen con la realidad, que no tengan obstáculos que superar. Pero no están ligados a nadie, salvo entre ellos.
Creo que la gente no tiene muchas ilusiones y sabe que muchos de los políticos son mentirosos. Y que lo que hacen en público y en privado con frecuencia se contradice. La cuestión es cómo dramatizar eso de manera que se vea la complejidad de ese accionar, las razones de esa duplicidad y, en verdad, la ética de ese comportamiento. Donde se levanta el velo de tal manera que se pueda empatizar con esa especie de brutal pragmatismo.
En Estados Unidos, particularmente en el siglo XIX, la política era despreciada. Cuando alguien se iba a presentar como candidato a presidente, nunca se candidateaba: otros lo hacían. No se hacían campañas, tampoco. Otros hacían la campaña y el candidato todo lo que decía era “si me eligen, voy a servir al país”. En Estados Unidos, la emergencia del animal político ocurrió en el siglo XX. Siempre existieron, pero era una cuestión de costumbre decir “sólo me presentaré si me elige mi partido”, y no dejar ver el ansia de ser presidente. Era un tiempo diferente con una diferente sensibilidad para la política. Ahora se ve la ambición de poder y la noción de “servicio” es retórica. Barack Obama, por ejemplo. Creo, profundamente, que quiere servir al país. Tiene, en su mente, una noción de hacer las cosas bien. Pero no es una noción sin egoísmo. También hay deseo de poder y hay ego. Tiene la noción de que, mientras sea presidente, es la persona más poderosa del mundo. Y el punto en el que estas dos cosas intersectan, el deseo de servir y el deseo egoísta, es lo que hace que un político parezca hipócrita. Con Francis Underwood tenemos a un político que no es hipócrita. Es desvergonzadamente egoísta. Sabemos que cuando habla de “servir”, es una total y completa mentira. Y hay algo refrescante en eso.
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