› Por Andrea Giunta *
¿Cómo comienza el arte? ¿El valor de una obra depende de sus innovaciones o del precio con el que se cotiza en el mercado? ¿Quiénes dicen que una obra de arte es buena? ¿Los críticos, los marchands, el público, los artistas? ¿Cómo se diferencian unas obras de otras? ¿Cómo se produce el diálogo entre la realidad y la ficción que se establece en el mundo interno de la obra? Podríamos formular cien preguntas para entender los complejos mecanismos del mundo del arte. Un universo sofisticado, de pasiones y de posiciones, en el que se juegan subjetividades y visiones del mundo. Ese universo es el que aparece desplegado, desde la pluma y el humor de Miguel Rep, en los más de cien dibujos que se exponen en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Aunque Rep me los entregó ordenados en las primeras publicaciones en las que los compiló, mientras los miraba –y ante cada dibujo, sonreía– se fue instalando una percepción distinta. Sin duda pueden leerse a partir del recorrido por distintos momentos de la historia del arte, desde la prehistoria hasta las expresiones más contemporáneas. También pueden entenderse desde las geografías: el arte europeo, el arte norteamericano, el arte argentino. Incluso desde las tensiones entre el arte y la política: Guernica, Picasso, Berni. Pero en la sucesión de las imágenes fue emergiendo otra lectura, más cercana al desplazamiento caleidoscópico que se resuelve en distintas configuraciones en las que las mismas imágenes adquieren distintos sentidos. Así se volvieron visibles los tópicos recurrentes del mundo del arte. Lo que Rep se ponía encima y, como Atlas, llevaba a cuestas, eran las filigranas de temas y sensibilidades que hacen que ese mundo sea relevante para quienes participan en él y para quienes lo miran desde afuera.
Rep desbarata los conceptos clásicos del arte: por ejemplo, que existe una vinculación estrecha entre la idea y la forma. Lo que formula de mil maneras es que aunque se sostenga que el arte constituye un mundo aparte, la relación de la obra con la realidad nunca desaparece. La pureza del arte se desordena en su contacto constante con el mundo real. Las obras, en estas aproximaciones, viven, interfieren en nuestra vida. Tanto que desde la cama, la mujer le pide a Jorge de la Vega que apague su cuadro porque no la deja dormir; o el dibujo de Emilio Renart se escapa del cuadro y se desliza detrás de un hombre que camina; o los muñequitos de Liliana Porter lloran en su taller cuando ella sale de viaje. El mundo ideal del arte aquí se involucra demasiado con la realidad. Resulta invasivo. Los estilos y los personajes desbordan los cuadros, persiguen a los espectadores. La tensión entre el mundo de la obra y la realidad se vuelve tan frágil, tan delicada, que mientras los protagonistas del cuadro gritan “liberté, liberté, liberté”, desde el ángulo derecho de la obra escapa un pequeño presidiario.
En estos dibujos se formula la pregunta sobre las novedades que el arte nos ofrece respecto del mundo. La obra de Berni sobre los desocupados no deslumbra a sus espectadores porque, en definitiva, no representa algo que no veamos cada día en las calles de la ciudad. Pero, contrariamente, la fuerza de la orquesta típica de Berni es tan poderosa que lleva a un espectador a buscar una compañera para bailar en la misma sala del museo.
Lo que el artista pone en sus cuadros no es la realidad, sino su propia visión del mundo. Por eso León Ferrari mide cuidadosamente el tumulto de la gran ciudad de San Pablo, pero cuando lo introduce en sus obras lo plasma en forma de cruces o de laberintos que no conducen a ninguna parte. Guillermo Roux cierra los ojos y recuerda sus juegos infantiles para llevarlos directamente a sus representaciones de estilo surrealizante.
¿Cuál es la realidad en la que se inspira la obra? ¿La que vemos? ¿La que conocemos? Los colores de Alejandro Puente están tan cerca de la naturaleza que remiten a los de un arco iris. Pero no uno que el artista vio en el momento en el que se encontraron la lluvia y el sol, sino el que resultó de un mecanismo ingenioso que interceptó la luz con el agua de una regadera.
Los personajes ficcionales pueden apoderarse de las ficciones de otros cuadros. El gaucho de Florencio Molina Campos comenta, llevándose una china de Hokusai en su caballo, que se van a ir a vivir a uno de los cuadros del artista japonés. El estilo de los artistas, su particular forma de entender el mundo, puede impregnar todo lo que los rodea. Puede desparramarse y contagiar los rostros hasta volverlos una superficie cubierta de lunares a lo Lichtenstein; incluso cubrir las paredes, el piso y el ataúd con las abigarradas formas del universo del graffiti durante el entierro de Keith Haring. El avión de León Ferrari se tuerce y ataca una de sus propias esculturas escenificando una versión del atentado a las Torres de Nueva York que nos dirige, directamente, hacia las guerras imperiales, como la de Vietnam, para entender que la violencia actual se explica por sus genealogías y no desde su excepcionalidad. En estos dibujos las obras viven, son irrespetuosas, contaminan todo lo que las rodea. Tienen poderes propios, específicos.
El universo que el artista representa puede también estar extremadamente lejos de su realidad: mientras Klimt pinta uno de los besos más bellos de la historia del arte, los insultos y las peleas señalan la cotidianidad que vive con su esposa. ¿Lo que representan los artistas es producto de su imaginación o el resultado de una patología? En el caso de Modigliani parece ser lo segundo. Rep nos propone pensar que él no pintaba retratos con rostros alargados porque intencionalmente quería representarlos de este modo, sino porque su dedo, aquél con el que los medía, estaba torcido y estirado.
Otro capítulo apasionante en este atlas del mundo del arte es el que se vincula con el mercado, los precios, los comitentes, la vernissage, la interpretación de las obras y la firma del artista. Todo aquello que hace que una imagen dentro de un marco sea una obra de arte. Y aquí entramos en un mundo en el que la sociología se detiene cuando analiza cómo se estructura el poder en la cultura. El poder del crítico o del marchand de pararse frente a la obra y dictaminar si es buena; el poder del mercado y de las ventas, que desesperan a los artistas que aspiran a vivir de su obra; el poder de la firma del artista, que dictamina que una pintura, o cualquier otra cosa, el objeto más cotidiano y banal, son una obra.
El humor propone situaciones para volver a pensar el mundo. No se trata en este caso de una risa mecánica, aquella que explota ante una situación cómica o absurda. Los personajes nos envuelven con su cotidianidad; el humor nos permite sentirlos humanos y cercanos. Desde la fricción y la emoción que producen la risa, Miguel Rep nos propone acercarnos de nuevas maneras al mundo de las bellas artes.
* Curadora de la muestra Atlas de las Bellas Artes (MNBA, Libertador 1473). Fue curadora de la Retrospectiva, de León Ferrari, presentada en el Centro Cultural Recoleta (2004) y en la Pinacoteca de San Pablo (2006).
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