> RICARDO DARíN EN EL PAPEL DE BOMBITA, UNO DE LOS PROTAGONISTAS FURIBUNDOS DE RELATOS SALVAJES
› Por Mariano Kairuz
A Simón, el personaje de Bombita, capítulo del medio de Relatos Salvajes, la grúa le lleva el auto. “El cordón estaba absolutamente despintado; no sabía que ahí no se puede estacionar”, se queja Simón, ingeniero experto en demoliciones, en la oficina correspondiente. Sin mucha amabilidad que digamos, le aplican el consabido “pague primero reclame después”. Y entonces paga, pero a la hora del reclamo sólo encuentra como respuesta la burocracia y la prepotencia. La historia se complica y se repite y, como les ha pasado a tantos, al tipo le estalla la cabeza y decide tomar la situación en sus manos. Simón está interpretado por Ricardo Darín, el actor con el que (basta ver las cifras de espectadores de cada una de sus películas) más se identifica el público del cine argentino; así que es inevitable: lo espera la polémica. “Sí, Bombita genera reacciones en todos”, acepta Darín, poco después de comprobarlo en Cannes. “Es un personaje que pensamos y discutimos mucho con Damián. La historia está llevada a un grado de exageración tal, sobrepasa de tal manera la frontera de lo admisible, que necesariamente te lleva a reflexionar, y por lo tanto anula la posibilidad de interpretarlo como una apología. En toda la película hay un germen reflexivo muy potente: cada premisa te empuja a ponerte en el lugar de alguno de los personajes, a involucrarte. Y como son cuentos de alto impacto, lo que sobreviene justo después es que tenés que pensar en eso que te interpeló. Pensar en cuándo te detendrías vos mismo ante una situación así, cuándo le dirías al otro: pará, nos fuimos a la mierda. La película opera sobre esa línea.”
En el caso de tu personaje, el germen de su reacción viene a ser la violencia institucional.
–Sí, pero no sólo. Hay algo que tiene que ver con la falta de consideración, de atención y de confianza general que hay hacia el ciudadano; y con la falta de espacio para reflexionar sobre las normas con las que convivimos. En general, lo que nos sobrevuela es cierta sensación de que te boludean, y es irritante; hay que ver qué es lo que hace cada uno para controlarse y seguir viviendo su vida en medio de ese boludeo sin estallar todo el tiempo. Hay gente que no lo puede hacer, y se saca y se va a la mierda. ¿Qué pasó para que un tipo educado, en principio respetuoso, haya perdido el control de esta manera?
Más de una vez, cuenta Darín, él mismo se encontró a punto de perder los estribos. “En una época vivía con mi familia una mujer maravillosa llamada Katy, que cocinaba como los dioses, y que estaba indignada con un tipo que pasaba con su San Bernardo y dejaba que todos los días a las 7.30 de la mañana el animalito de 100 kilos hiciera sus necesidades exactamente en la puerta de nuestra casa. Un día salió a pedirle que no lo hiciera más y él le contestó: Limpialo vos, negra de mierda, que para eso te pagan. Me lo contó llorando y le dije: ‘Cuando esto pase de nuevo, vos llamame, quiero hablar con ese hombre’. Corte. Pasan dos o tres días; Katy viene y me dice: Ricardo, ahí está, lo está haciendo otra vez. Yo, que estaba en la cama, me asomo en calzoncillos. El tipo ya había dejado su depósito en nuestra puerta. Tras un intercambio de epítetos me sale de pronto un ‘¡Hijo de mil putas te voy a matar!’ Cosa que no iba a hacer, claro, pero él me grita Vení, matame, y se clava en medio de la calle. Ahí tomo conciencia de que no estoy vestido y de pronto me imaginé la secuencia: comisaría, Crónica TV, y yo en todas las fotos en bolas. Así que salí corriendo para adentro a ponerme un pantalón. El tipo se debe haber imaginado que entré a buscar un chumbo, y para cuando salgo, había desaparecido. No volvió, pero no creo que sea porque se haya educado, porque ¿de dónde sale un tipo que le dice a una mujer maravillosa como Katy ‘negra de mierda’? Alguien así es como una bolsa de pus que camina por la ciudad, veo en él al personaje que se subdivide en otros miles que hacen todo tipo de desastres a diario.”
Es probable, dice, que tipos como el Bombita que retrata la ficción no se sepan capaces de “sacarse” como lo hace su personaje, hasta que efectivamente lo hace. “Damián tiene mucha muñeca para dibujar estas situaciones y lo hace con mucho humor, con un toque que te saca de la realidad y eso evita que te lo vuelva agobiante. Te obliga a pensar de qué lado te querés ubicar, te atrapa y todo lo que hace se convierte en un ejercicio liberador, pero tan guacho que cuando salís de una historia ya entrás a la siguiente y tenés que empezar de vuelta.”
“El tema –dice, volviendo sobre los reflejos reales de situaciones como las que propone la película– es que yo me acuerdo de que no siempre vivimos así en Buenos Aires.”
¿Y cuándo te parece que arranca esta crispación tan generalizada?
–Sé que es un asunto más bien metropolitano, en el interior hay otros tiempos que te ayudan a pensar. Pero se me ocurre que algo del orden de la confianza en el otro se quebró en la dictadura. Buenos Aires era una ciudad feliz. Salías a hacer compras, ibas al teatro, y había una atmósfera festiva. Los chicos podían hablar con las chicas en la calle de auto a auto, y por ahí terminaban tomando algo juntos. Hoy se te para un auto al lado y lo primero que pensás es que te vienen a afanar. Y ese cuchillazo nos lo pegaron en la dictadura, cuando ya no podías salir, juntarte con otros a la noche, entablar una relación amigable con desconocidos. Pasó mucho tiempo, pero es una herida que no está cerrada.
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