Domingo, 8 de noviembre de 2015 | Hoy
SANTA FE › A PROPóSITO DE LA RECIENTE DETENCIóN EN SANTA FE DE VíCTOR CABRERA
Cabrera acaba de ser detenido e imputado por graves violaciones a los derechos humanos como integrante de la banda del Curro Ramos. Una de sus víctimas, José Schulman, reconstruye su historia a través del testimonio revelador de las hijas del represor.
Por José Ernesto Schulman
N. y V. son dos muchachas santafecinas. Son de la generación nacida en los "años del lobo" y hace unos meses se comunicaron conmigo. El motivo es sorprendente: su padre fue miembro del grupo de tareas que dos veces me secuestró, la primera en octubre de 1976 y la segunda en 1977. Como fue probado en tres juicios orales, las dos veces fui retenido en La Cuarta, uno de los tantos CCDTE; en la segunda, además de las torturas clásicas y el simulacro de fusilamiento, fui sometido a golpes en el hígado (para destruirlo) que casi me matan. Me salvé porque, por razones que aún ignoramos, en aquella madrugada, el grupo de tareas fue detenido por "Robos y Hurtos", para ser sometidos a juicio por robos y condenados a "privación de libertad" hasta 1982. Aquella vez presenté denuncia por apremios ilegales ante un juez provincial, un médico forense certificó la golpiza pero fueron declarados "inocentes" de mis tormentos. Sería recién en 2009 cuando llegaría la condena para dos del grupo de tareas: el ex juez federal Víctor Brusa y el oficial de Inteligencia Provincial Eduardo "Curro" Ramos.
Luego de algunos mensajes por las redes sociales, nos encontramos en Santa Fe. El núcleo del relato de las hermanas fue que el represor repetía en la casa la conducta que asumía en sus labores como miembro de la Patota: violencia familiar, maltrato psicológico a la madre y las hijas incluyendo escenas de horror como las que dicen haber presenciado: le ponía el pañuelo de las Madres a su mujer para violarla. La menor dice percibir que ella fue concebida en tal ceremonia, o sea que se siente fruto de una violación. La madre dice que por golpes perdió un bebé en 1976. Igual que en la Cuarta golpeaba y violaba.
Poco después que en 1982 el represor saliera de aquella "detención" (casi siempre en comisarías donde realizaban asados, peñas y hasta orgías con prostitutas), la madre se fue de la casa con una de las hijas y hace unos años, la mayor consiguió de un juez la guarda de su hermana menor, que ahora vive con la madre.
Me contaron que el padre les explicaba que los disfraces que usaba para salir (pelucas, por ejemplo) eran requerimientos laborales y al revelarles yo que un modo de comprometer a todos con las torturas era permitirles robar en los allanamientos, recordaron que desde muy niñas recibían collares y joyas de regalo paterno, que él decía haber encontrado por ahí, comprendiendo entonces que sistemáticamente llevaba el producto de los robos al hogar para fingir ser un buen padre. Yo tenía el recuerdo de que las dos veces, su padre había actuado como chofer de la patota; pero al contarme las muchachas que tenía guantes de boxeo, le apodaban "el boxeador" y hasta practicaba de manera amateur, no pude dejar de relacionarlo con aquel que, estando yo desnudo y encapuchado, me demolió a golpes que me arrojaban de un lado a otro de la habitación de torturas, como relaté en 2002 en el libro "Los laberintos de la Memoria" y ratifiqué en los juicios de 2009 y 2010. Las muchachas manifestaron que no sabían nada del "trabajo" paterno, más allá de que trabajaba en Inteligencia de la Policía provincial y que recién al escucharnos a Patricia Isasa y a mí en un programa de televisión nombrar a su padre, la madre comenzó a relacionar "nuestro" relato con sus vivencias personales. Dicen que puestas a buscar por Internet encontraron mis escritos y que literalmente "se leyeron todo" y descubrieron la otra cara de la luna. Manifestaron una y otra vez que se sentían avergonzadas de lo que su padre "nos" había hecho y se las notaba muy conmovidas por estar al lado mío. Casi todo el tiempo se agarraron de las manos para darse fuerza.
Por mi parte, les aclaré que nada tenía contra los hijos de mis represores y que de ningún modo les podía adjudicar culpa en lo ocurrido. Ellas dijeron que de algún modo -ni siquiera yo tengo muy claro en que se acercan y en que se alejan del lugar de las víctimas del terrorismo de estado- se sentían también victimas del padre y de la situación vivida. Próximas a mí y el resto de las víctimas de su padre a pesar del terror que le tenían. Relataron golpizas y amenazas que continuaron todos estos años y dijeron desear su captura y condena. Puntualmente, preguntaron cuántos años le correspondería si era juzgado y condenado, les dije que no menos de veinte años, considerando que formaban parte del mismo grupo que el oficial Ramos cuya condena convalidada por la Corte Suprema alcanza los 24 años.
El chofer que era boxeador y violador serial siguió libre por muchos meses más debido a la desidia de la Justicia Federal de Rosario (la sentencia del 2009 ordenó investigar a todos los acusados), pero finalmente cayó preso.
Víctor Cabrera está detenido y procesado por delitos de lesa humanidad y nadie evitará ya su juicio y castigo aunque hayan pasado casi cuarenta años de los hechos relatados. Sus hijas siguieron en contacto conmigo y siguieron contándome detalles del horror que vivieron bajo su dominio. Varias veces me agradecieron lo que ellas entienden mi aporte a la lucha por la verdad y la justicia en este caso y se comprometieron a sumarse a la lucha contra la impunidad porque consideran que también fueron víctimas del horror que desató el genocidio. Esperaron ansiosas la captura del chofer/boxeador/violador y celebraron su captura como una verdadera victoria familiar en lo que constituye un acto de ruptura con el mandato social de "amar al padre" que confirma la profundidad del impacto en la subjetividad social de la lucha por la verdad y aquello de que "el Derecho genera verdad" (Foucault).
Por mi parte, primero sentí más pena por ellas que resentimiento o bronca y no puedo negar que si el Comandante Tomás Borge afirmó que "nuestra venganza será que tu hijo vaya a la escuela", el repudio de las hijas al torturador no deja de constituir una especie de reparación simbólica que se potencia en tanto y en cuanto, mis tres hijos, como casi todos los hijos y familiares de las víctimas sobrevivientes o no del Terrorismo de Estado, han sido parte de la lucha y se sienten herederos de nuestras banderas. Eso pensaba yo, en la distancia entre los hijos de unos y de otros. Pero cuando mi hija se enteró del caso y de la relación de las muchachas conmigo, me dijo (para mi asombro) que admiraba a las muchachas por su integridad y valentía. Ni una gota de resentimiento o deseos de venganza. Es que nosotros no somos como ellos, me dije emocionado; y esa es nuestra victoria más trascendente.
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