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Martes, 11 de septiembre de 2007

CULTURA / ESPECTáCULOS › HASTA EL 7 DE OCTUBRE, "MACRO EXTRATERRESTRE" EN LOS SILOS DAVIS

El color que vino del espacio

"El MACRo los ha visto" es el lema de la muestra multidisciplinaria. Demuestra que los incomprensibles artefactos que se vienen exhibiendo en el lugar desde que éste fuera abducido y captado para los oscuros fines del Arte Contemporáneo serían obra de visitantes del espacio exterior.

 Por Beatriz Vignoli

Se supo. Al fin sus autoridades lo reconocieron: el MACRo no es de este planeta. Parafraseando a H. G. Wells: hasta el 7 de octubre, los silos Davis (Oroño y el río) contendrán a MACRo Extraterrestre, una muestra multidisciplinaria que demuestra que los incomprensibles artefactos que se vienen exhibiendo en el lugar desde que éste fuera abducido y captado para los oscuros fines del AC (Arte Contemporáneo) serían obra de visitantes del espacio exterior... "Lo extraterrestre es una de las más masivas y espectaculares condensaciones de lo extraño, de lo otro como amenaza y/o posibilidad", escribe en su texto de catálogo el curador institucional, Roberto Echen. Y menciona una extraordinaria coincidencia: justo enfrente del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, al otro lado del río, en la ciudad de Victoria, existe el museo "Visión Ovni". Su directora, Silvia Pérez Simondini, es la invitada de honor de esta mega muestra. En un texto de presentación, David Nahón señala la aprensión o indiferencia del público en general ante estos dos museos "dados a exteriorizar más incertidumbres que certezas".

La saludable paradoja es que al hacerse cargo de la mirada de extrañeza del público local, al poder mirarse a sí mismo a través de ella (al dejar de padecerla y empezar a representarla), el museo ha logrado una de sus muestras más concurridas. "El MACRo los ha visto" (¿a quiénes? ¿a los artistas?) es el lema de esta muestra que incluye entre sus videos un breve documental donde el director administrativo de la institución, J. R. Fernández, relata su avistaje de "algo". "Vi la luz aproximadamente a 30 grados del horizonte por sobre el río, a la altura de la ciudad de Victoria. Una luz estática, de una intensidad un poco superior a Venus en el atardecer...". En un interesante cruce entre lo artístico y lo extra artístico, en el piso 3 se distribuyen unos textos del planetario municipal sobre el tema, mientras que al séptimo piso lo ocupó hasta el domingo el museo "Visión Ovni". En el segundo, continúa presente una supuesta institución denominada "Laboratorios Baigorria S. A." donde "la doctora Baigorria" presenta objetos mutantes como los resultados de sus "Estudios acerca de la presencia alienígena en la zona de Victoria y sus alrededores".

En realidad, "Laboratorios Baigorria" es una obra en curso de la artista plástica Verónica Gómez. Por su parte, "Visión Ovni" se toma su asunto bien en serio. Pero si el catálogo lo hubiera indicado al revés, el público habría caído en la trampa. A partir de hoy, ocupa el séptimo piso una escultura cinética de Gyula Kosice, "Concepto espacial", perteneciente a la colección de Rafael Cippolini. Pero el domingo, ese piso era una fascinante cantera de belleza involuntaria. Esa tarde, una mujer del público hechizó al resto de la concurrencia describiendo tres figuras grises y ondulantes de aspecto gelatinoso, de tres metros de base y diez metros de alto cada una, que fueron vistas flotando en el aire sobre las aguas del arroyo Saladillo. Simondini y una asistente la escuchaban atentas, asintiendo y ocasionalmente interviniendo para señalar coincidencias entre su testimonio y otros igualmente misteriosos e inexplicables.

La credulidad o incredulidad ante lo extraño, el resistirse a ver o el deseo de ver, son los ejes curatoriales de esta audaz muestra. Precisamente OVNI significa "objeto volador no identificado". Pretender identificarlos ha llevado a ciertos sectores marginales de la cultura a desplegar una iconografía de ciencia ficción que no cesa de deslizarse hacia el terreno de la alegoría o de alimentar leyendas urbanas. "Visión Ovni" se cuida de los "contactados" y desconfía de otros supuestos visionarios que alegan conocer los campos "electrobiopsicotrónicos" (sic) y delirios similares, prefiriendo en cambio recolectar su propia evidencia y no narrar ni interpretar más allá de lo empírico. Los artistas, en cambio, se inspiran en las fantasías, cuanto más bizarras, mejor: en el arte no está en juego el problema de la verdad.

Es así que, en el primer piso, Aníbal Brizuela verdaderamente aterra con una obra oscura e intensa. "Son sin nombre" es una magnífica pared de dibujos en birome que imitan todas las características de la producción de algún obseso o maníaco desesperado por alertar al mundo de graves peligros, imaginarios o reales, que lo amenazan. El término "paranoia" es aplicable aquí en su significación de delirio complejo que se asemeja al saber. Los textos de los dibujos tejen tramas conspirativas donde las "evidencias" se cruzan siguiendo redes insólitas o no tanto: drogadictos, genocidas, monstruo anencefálico, la agonía de Karen Ann Quinlan, Interpol, FBI, SS, genocidio, subversión, señales de posesión, escuela de terrorismo... Y así hasta el infinito, como lo sugiere el montaje a toda pared de Fabiana Imola. Brizuela dibuja un mapa del Mal puntuado por emblemas recurrentes: corazones, pistolas, cruces. Da miedo.

En la planta baja y en el quinto piso, respectivamente, Benito Laren presenta sus obras de la colección MACRo Castagnino y un video que alude a los juegos electrónicos de primera generación, con gráfica de Andrés Boveri y animación de Oscar Raby. El artista alude irónicamente a su condición de "visitante" de Buenos Aires en un subtítulo: "Larenito nos visita". En el sexto piso, Sebastián Pinciroli combina pinturas 2D de su período sígnico con obras más ilusoriamente tridimensionales o que aluden al fin del mundo "que se encuentra malditamente cerca" como reza en un inglés plagado de anacronismos su gran pintura óptica que mezcla un diseño tipográfico retro con pinceladas posimpresionistas. El audio de la única obra digital de la sala lo envuelve todo con un subyugante e inquietante sonido industrial. El cuarto piso despliega un excelente ambiente lumínico de exquisito rigor compositivo, obra de Marcelina Dipietro, donde colores proyectados en bandas minimalistas Neo Geo permiten que el público "se vea a sí mismo viéndolas" al proyectar sus propias sombras. En el texto de catálogo la curadora de la sala, Cintia Mezza, cuenta que Dipietro viene de la escenografía, piensa sus obras en relación con la arquitectura y desde 2007 se traslada con su proyector a todas partes para modificar la percepción cotidiana de la ciudad.

Por su parte Marasca Trip Gallery, la galería nómade y desterritorializada de Carlos Herrera cuya principal base de operaciones se encuentra en los baños del Pasaje Pam, invade el quinto piso con un desenfadado video de Lisandro Arévalo, "Experiencia Uritorco", que documenta su obra participativa de dos días en el Cerro Uritorco. En el tercer piso, una instalación brutalista de tosca belleza realizada por Matías Zaeta desafía la ley de gravedad, a la que aluden también su carpa flotante, su figura colgante inspirada en un dibujo de Fabio Zerpa y tres esculturas de Marcelo Saraceno, mientras que el grupo Júpiter Trash se representa a sí mismo como alienígenas verdes a través de fotos intervenidas en photoshop. Reunir toda esta heterogeneidad fue idea de Herrera, el curador, que firma como Marasca Trip Gallery.

El concepto de Macro Extraterrestre se extiende a todos los rincones del museo: Alejandro Somaschini expone una intervención sonora en el ascensor y Livio Giordano presenta en el túnel una serie de fotografías titulada "El fin justifica los miedos". En el décimo piso hay una intervención con objetos de Mauro Guzmán, "Gravedad", que pertenece a la colección de arte contemporáneo MACRo Castagnino. El grupo Industria interviene el piso 9 con stenciles autoadhesivos de El Eternauta de Oesterheld y ofrece en la tienda del 7 unos souvenirs de La Guerra de las galaxias y unos robots para armar; en la planta baja, ET sonríe tallado en madera por Nadia Gaffuri, cual si de una imagen religiosa se tratase.

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Una vista de "Son sin nombre", de Aníbal Brizuela, dibujos que forman una instalación de pared.
 
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