CULTURA / ESPECTáCULOS › TEATRO. LA OBRA "LA PECERA", DE IGNACIO APOLO VOLVIó A LA CARTELERA LOCAL
La versión rosarina resultó ganadora del XXIII Festival provincial de Teatro (2007), y del VIII Festival Regional de Teatro (2008).
› Por Julio Cejas
Una de las propuestas ganadoras del Concurso de Coproducciones 2006 en el área Artes Escénicas, que organiza la Municipalidad de Rosario, "La pecera", volvió a la cartelera local, después de una reconocida labor desarrollada el año pasado. La obra escrita por el dramaturgo porteño Ignacio Apolo en el nefasto 2001, se transformó en la ópera prima del joven director local, Nicolás Jaworski que convocó a los actores Pablo Pagliaretti y César Artero para encarnar los papeles protagónicos.
Después de haber sido galardonada con uno de los premios que otorga la Municipalidad local, la obra se estrenó el año pasado en el Centro Cultural de Abajo (San Lorenzo y Entre Ríos) adonde retornó todos los sábados de junio y julio a las 21.
La versión rosarina resultó además ganadora del XXIII Festival provincial de Teatro (2007), del VIII Festival Regional de Teatro (2008) y participante del XXIII Festival Nacional de Teatro de ese mismo año.
El texto de Apolo plantea la relación entre dos adolescentes de un colegio religioso de varones, que encuentran un escondrijo donde a través de un orificio que da a uno de los baños, espían a la deseada profesora de Matemáticas.
Ese sótano es una especie de "zona liberada" que representa el lugar donde se encarnan las fantasías sexuales de Leto y Pescado, adolescentes que bordean los estereotipos del líder y el tonto, roles que irán mutando a lo largo del devenir dramático.
La sexualidad no asumida y los juegos de poder, transformaran a estos personajes en víctimas y victimarios de su propia estrategia, en una especie de bunker alejado de la mirada de los adultos.
Precisamente la ausencia de ese mundo es uno de los signos que los jóvenes detectan cuando nadie viene a buscarlos, nadie se da cuenta que ellos han desaparecido.
"¡Andáte a la mierda, boludo, a mí no me busca nadie!grita Leto,haciendo referencia a sus padres, Pescado le contesta: "A mí tampoco, pero de en serio."
La aparente fortaleza con la que encaran sus intentos de violar y golpear a "la Correa", se derrumba a partir del anonimato de estas acciones, pareciera que nadie ha detectado sus "proezas machistas".
El afuera, el exterior, la legitimidad de lo social, permanece vedado a partir de la prolongación de la estadía en ese sitio clandestino desde el cual se pueden planificar los deseos ocultos.
La picardía y el dominio de Leto, su burla permanente hacia Pescado, serán puestos a prueba en un forcejeo donde los cuerpos de ambos serán el reflejo de una sexualidad cargada de impotencia.
Algunos atisbos de homosexualidad parecieran aludir a una realidad que ya no es tan desconocida y que se alimenta en los claustros donde la convivencia entre varones es sublimada a partir de ciertos condicionamientos impuestos por una moral religiosa.
La obra crece y se potencia recién en los últimos tramos, justo cuando la violencia desata las acciones más perturbadoras y los personajes ceden a sus instintos más primitivos hasta desanudar conflictos que socavan la aparente inocencia del ser humano.
La sangre se insinúa en principio atraves de los tampones de la Profesora de Matemáticas que es observada por Leto y Pescado y que desatara sus deseos reprimidos y la necesidad de golpearla ferozmente después de haberla violado.
Paradójicamente dos alumnos de un colegio religioso rompen con las convenciones y estallan en forma deseperada sin que nadie repare en ellos.
La sangre derramada no es de los otros, es la de ellos, la violencia rasga sus cuerpos jóvenes, cuerpos olvidados en un sótano oscuro, olor a sexo se confunde con el olor de la muerte.
Mucha agua ha corrido bajos los puentes de la sociedad argentina desde el año en que Apolo escribió "La Pecera", la violencia es un estigma que lamentablemente ya no sorprende ni escandaliza y hace tiempo es moneda corriente en las aulas.
Esta versión rosarina no puede escapar a esta impronta, más allá de las cuidadas actuaciones de Pablo Pagliaretti y César Artero, el realismo exasperante de las escenas no perturba más que los tiempos que corren.
Cierta morosidad y la falta de sorpresa en los comienzos de esta puesta pueden remontarse en el descenso a los infiernos que presagian un final acorde con los intentos de la dirección.
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