CULTURA / ESPECTáCULOS › EL DOCUMENTALISTA CHILENO PATRICIO HENRíQUEZ ESTUVO EN ROSARIO
El realizador radicado en Canadá, que integró el gobierno de Salvador Allende, participó del Festival Latinoamericano de Video. "El cineasta tiene que hacer primero cine, que tenga una dimensión política será inevitable", consideró.
› Por Leandro Arteaga
El documentalista Patricio Henríquez ha sido parte integrante del gobierno de Salvador Allende. Su presencia en nuestra ciudad, regalo y privilegio, acentuó la importancia desde lo que significó el 11 de septiembre de 1973 para la vida latinoamericana. "Para serle franco confiesa Henríquez estoy contentísimo de haber pasado en Argentina el aniversario de los 35 años del golpe en Chile, mostrando mis trabajos sobre lo que fue el golpe, simplemente por la receptividad y el cariño que hay aquí por la figura de Allende." El último combate de Salvador Allende (1998) e Imágenes de una dictadura (1999) fueron proyectadas en el Teatro La Comedia el día del aniversario, como parte de la retrospectiva que oficiara como complemento del Seminario que el realizador presentara y desarrollara también en la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, Cuba.
-¿Qué rol juega la ética al momento de capturar y filmar imágenes?
-En este momento soy formador en el INIS (Institute National de l'Image et du Son, situado en Montreal), encargado del perfil "Realización Documentales", y siempre nos planteamos la cuestión del rol del documentalista en situaciones que pueden ser complejas. El ejemplo que pongo hipotético, pero podría ser real en cualquier momento es el de un equipo que está haciendo un documental en Africa sobre el hambre, y se encuentra delante de un hecho inminente: un niño va a morir, y no hay nada que hacer porque ya es un problema, el de la desnutrición, que viene de lejos. La pregunta que siempre planteo es si eso se filma o no. Trato de no sacar reglas definitivas porque tendría mucho respeto por alguien que no lo filmara, pero creo que sí hay que filmarlo, porque ésa es la razón por la cual el equipo está allí, porque ése es un hecho dramático, increíble. Me parece que el momento de la ética no es el de la captación de la imagen sino el de la edición. En definitiva, el cineasta va a ser juzgado por la opinión y por la crítica en función de lo que sea su obra. El montaje, por otra parte, es una cosa muy compleja. Depende de cómo se construya un momento, hasta dónde llega, para poder insertar una imagen de ese tipo, una imagen terrible. Y sobre todo en términos de la utilidad, si es una utilización gratuita, el público se va a dar cuenta, y esa imagen va a ser acusada de sensacionalismo con justas razones. Pero la misma imagen, si está inserta en un contexto de comprensión, de respeto, de dignidad, puede ser perfectamente aceptada. Este es el desafío del cineasta y del editor. Allí sí puede intervenir la concepción ética con mucha más serenidad que en el momento de la toma de imágenes: qué es lo que se debe poner, por cuánto tiempo, en qué momento.
-¿Es el espectador actual igual de sensible al de tiempo atrás?
-Creo que no se puede analizar la sensibilidad del espectador sin analizar la propuesta que tiene el espectador. Creo que son dos cosas que van juntas. Si el espectador ha evolucionado en un buen o mal sentido, por diversas razones, porque la oferta de imágenes que conllevan una situación dramática se hace tal que se está comenzando a banalizar el tema, es responsabilidad del cineasta. El tiene la obligación de que su propuesta pueda llegar a una parte de esa sensibilidad. Yo parto de la base de que todo espectador es un ser humano, y que todo ser humano tiene sensibilidad. Si esa sensibilidad ha sido cerrada, prohibida o bloqueada, nosotros tenemos que encontrar la llave que nos permita llegar hasta ella. Creo también que muchos realizadores llegamos a crear una sensibilidad, una emoción. La sensibilidad y la emoción no son más que un camino para provocar una reflexión. Es lo máximo a lo que podemos aspirar. No podemos cambiar el mundo, pero sí podemos contribuir a que las personas que van a cambiarlo los movimientos sociales, no los documentales tengan una reflexión que venga de lo que nosotros podamos presentar.
-¿Qué mirada tiene sobre sí mismo, dado su rol cinematográfico, siempre atento a acontecimientos históricos y políticos?
-Me veo de una manera un poco egoísta. En primer lugar, hago este oficio por mí, porque me provoca una profunda felicidad y placer. Soy, además, una persona que tiene una formación política. Pero mi primer objetivo no es responder necesariamente a esa formación política. El privilegio que nosotros tenemos es que trabajamos con nuestras propias opiniones. Pero creo que lo fundamental es que lo que hacemos, antes que una tesis política, tiene que ser cine. Hay una frase muy interesante que siempre repito, de Bertolt Brecht. En la Alemania prenazi, a un joven pintor comunista que le pide consejo, Brecht le dice: "si te preguntan si eres comunista no muestres la cédula o el carnet del partido, muestra tus cuadros". Eso es lo interesante. Cuando somos artistas, y los documentalistas lo somos, nuestra primera responsabilidad es que la obra que presentamos tenga una dimensión artística. También podríamos hacer política, escribir ensayos, dar clases, militar, ser dirigentes, pero el que se considera cineasta tiene que hacer primero cine, que el cine hecho sea después político será inevitable, dada la formación del cineasta.
-¿Cuál es su opinión sobre el lugar que Chile y Argentina permiten a la memoria histórica?
-En primer lugar, soy un observador lejano de la realidad chilena y argentina, pero desde esa observación, me parece que lo que está pasando en Argentina tiene un significado importante y profundo, que no se da en Chile. En Chile hay indiferencia respecto al pasado reciente. Me parece que por la dinámica social que se vive en Argentina, por una voluntad colectiva que, desde lejos, es real y existente, la cuestión de la memoria es fundamental, aquí la sociedad sí ha entendido que construir el futuro se hace con una conciencia del pasado. En Chile no, hay mucha gente dispuesta a enterrar el pasado sin haberlo entendido, sin saber de qué manera esa conciencia del pasado pueda asegurar que ciertas cosas no se repitan en el futuro.
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