CULTURA / ESPECTáCULOS › QUANTUM OF SOLACE, LA VUELTA DE JAMES BOND
› Por Leandro Arteaga
Quantum of Solace. Inglaterra, EE.UU., 2008
Dirección: Marc Forster.
Guión: Paul Haggis, Neal Purvis, Robert Wade.
Fotografía: Roberto Schaefer.
Música: David Arnold.
Montaje: Matt Cheesse, Richard Pearson.
Intérpretes: Daniel Craig, Mathieu Amalric, Judi Dench, Olga Kurylenko, Giancarlo Giannini, Gemma Arterton.
Duración: 106 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
7 (siete) puntos
Luego de tanta elucubración, la nueva entrega del Bond versión Craig conoce el estreno y plantea acuerdos y desavenencias. Porque luego de Casino Royale y de su solidez narrativa, de su acierto en cuanto a la reformulación del agente doble cero, y de su funcionamiento a la manera de prólogo, las expectativas apuntaron al continuará, a la delineación próxima del nuevo Bond, ahora más duro y brutal, sin glamour, acorde a tiempos de espionaje más violentos y menos pop.
Tanto es así que aquellos gestos propios del agente -su moño, su "Bond, James Bond", sus "gadgets"- fueron reutilizados de acuerdo con una mirada huraña, propia de una máquina de matar sin sentimiento. Este es, en suma, el personaje surgido de la pluma literaria de Ian Fleming. Rasgo que el Bond de Craig retoma mientras nos rememora algo de la frialdad también austera de Sean Connery. Sin duda, Casino Royale es de lo mejor de Bond.
En Quantum of Solace volvemos a este personaje tipo, tal vez de un modo inmediato respecto del argumento de aquella primera entrega. Quizá uno hubiese preferido una elipsis. Un salto narrativo que nos hiciera pasar a otros asuntos, no tan ligados a la pérdida afectiva del agente, móvil de conducta sanguinaria para el presente film. Pero la intención se encuentra, estimamos, en la aparición gradual de otros elementos, como el que refiere a este enemigo fantasma, presente en todos lados pero sin identidad, parábola que alude a "Spectre", la famosa organización que Bond persiguiera en sus libros y demás films. Tampoco existen, todavía, los inventos delirantes de "Q" ni la simpatía y entrega incondicional de Miss Moneypenny.
Pero los tiempos son otros y aquellos nombres y situaciones de guerra fría y combates con colores de historieta se han modificado. Será por ello que Bond debe arreglárselas como para seguir siendo quien es. Será por ello, también, que uno no puede evitar pensar en la ironía del film Quémese después de leerse, de los Hermanos Coen, por la ridiculez brillante que expone al intentar una trama de espionaje en un contexto ya diferente.
Es por eso que, rasgo usual, en Quantum of Solace no faltará algún dictador añejo que quiera recuperar Bolivia. Y aún cuando prime la mirada exótica de Hollywood, es inevitable pensar en situaciones similares en la política latinoamericana actual, así como también en supuestos filántropos ecologistas que buscan rédito económico e imperios personales, tal es el propósito de Dominic Greene, interpretado aquí por el gran Mathieu Amalric (La escafandra y la mariposa, Un secreto).
Bond se encuentra en medio de todo ello pero sin fines de corrección política. Hay en él algo de corazón desgarrado por la pérdida de Vesper, pero también su cinismo y desprecio habituales. Elementos que lo vuelven instrumento ideal para las misiones de Su Majestad. En suma, el reaccionario de siempre. Ahora con la dirección cinematográfica de Marc Forster (Descubriendo el País de Nunca Jamás) y el guión de Paul Haggis (La conspiración). Bond, una vez más, mito irresistible.
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