Jue 08.01.2009
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › TEATRO. BERNAR CALDEVILLA PRESENTA LAS úLTIMAS CUATRO FUNCIONES

Para reirse con muchas ganas

El experimento de Dios, unipersonal que también fue escrito por el actor español, apunta a la participación del público a partir de una trama ocurrente: un feto negocia con Dios que saldrá al mundo durante una hora, y si no le gusta, volverá.

› Por Edgardo Pérez Castillo

Aunque así lo parezca, no está solo Bernar Caldevilla cada vez que se sube a las tablas del Teatro Nacional Rosario, ése en el que desde hoy brindará las últimas cuatro funciones de El experimento de Dios. Aunque su compañía no se da precisamente por la multiplicidad de personajes que encarna el español, sino gracias a un público que llega a rodear al actor, quien además es responsable de los textos de una obra dirigida por Daniel Cicaré. "Soy el único protagonista en la obra, pero esto es `ficción` porque el público participa. Es un espectáculo interactivo, donde hacen unos pequeños coros, cantan un poquito conmigo, cosas muy cotidianas donde tienen que rematar los estribillos", distingue Caldevilla.

Si de contacto con la audiencia se trata, Bernar es un conocedor de los gustos locales, ya que es ésta su séptima visita a la ciudad. Porque a partir de "los cables" arrojados por Mabel Manzotti, Roma Mahieu, Claudio Sabetta y, desde aquí, Héctor Barreiros, el español le puso el cuerpo a propuestas de lo más diversas, presentando desde Las criadas y Pedro y el capitán (su última puesta, en 2004) hasta unipersonales como el que hoy a las 21.30 lo encontrará en el teatro de Córdoba 1331, donde actuará también mañana y el sábado a las 23.30 y el domingo nuevamente a las 21.30.

Sin embargo, como quedó dicho, es engañoso el rótulo de unipersonal para una puesta que acarrea la distinción de "public experience". "El primer personaje que aparece en escena es un cararrota, un mensajero que viene del Ministerio del Cielo --detalla Caldevilla--. Viene a decirle al público que estamos siendo demasiado animales, por ser humanos. Y que tenemos que ser menos seres humanos y ser un poco más animales, porque si nos animalizamos, y nos fijamos en los animales, es probable que nos extingamos. Pero si nos fijamos cómo estamos siendo tan animales, desanimalizándonos vamos a la perdición. Entonces hago una especie de retroplanteamiento, donde les voy a explicar que esto es posible aunque parezca una misión imposible".

Ese proceso se lanza desde un casting de espermatozoides del que saldrá un ganador. "Son diferentes personajes que yo hago. El espermatozoide ganador va al feto, en el feto hay una negociación con Dios. El bebé habla con Dios, que le dice que tiene que salir, pero el bebé no quiere salir, porque donde está hace calor y no tiene que trabajar. Entonces Dios tiene que seducirle de alguna manera, entonces le dice: `Sales un rato, y si no te gusta te vuelves`. El pacto entonces es por una hora y pico, lo que dura el espectáculo. En ese tiempo él tiene que vivir toda la vida, y de una manera trepidante el público tiene que colaborar en esa vida. Todos somos vecinos, todos somos compañeros de clase", agrega.

Esa trama fue pergeñada por el español en un proceso discontinuo de trabajo que se prolongó durante seis años. Y fueron Manzotti y Sabetta los que le sugirieron que, de una buena vez, se lanzara de lleno a la escritura. El resultado regocijó a su creador: "El planteamiento es una locura, nadie ha hecho nada así, y me encanta porque por fin vendo un producto que no es de otro, porque el texto es mío. La gran satisfacción que tengo es que puedo contarle al público lo que me da la gana, paro el espectáculo cuando quiero. Hacer el humor es tremendamente satisfactorio, y lo noto. Porque el público se caga de risa".

"Hay mucho de improvisación, porque dependo del público --completa--. Yo les hago preguntas, y al no haber nada guionado a veces me contestan cosas y a partir de ahí tengo que funcionar para un lado o para el otro, según dónde me lleven. Entonces a veces tengo que parar el espectáculo y les digo: `Perdonen, pero tengo que cagarme de risa`. Y paro. Porque hay una línea argumental básica, pero a veces el público la rompe y yo dejo que la rompan. La línea argumental está clara, pero puede haber muchas patadas en el medio, que me expongo a que me las den y dejo que me las den. Después hay otros personajes que aporto y que están escritos, porque a medida que el niño crece llega a la pubertad, se fija en la gente. Después es un chulo asqueroso, malo hijo de puta, buscaminas. Incluso al acabar el espectáculo señoras mayores se han acercado y me han dicho: `¿Sabes qué? Charly, el de las gafas, me gusta, me pone`".

El actor entonces logra que el espectador se sienta confortable en los extremos. "Voy al límite --admite--. Los dramas que este personaje afronta son dramas que para cualquiera de nosotros son cotidianos, pero yo los llevo al límite, y cuanto más dramática es la situación la gente más se ríe con el sufrimiento".

Buen conocedor del arte de hacer reír, Caldevilla sin embargo prefiere el trabajo antes que lo fácil. "En España hago unipersonal, stand up comedy, y aunque me merezca mucho respeto, para mí es relativamente más sencillo, porque es un cúmulo de gracietas combinadas en las cuales sales a contar algo muy disparatado en poquito tiempo. Pero se pierde un poco la línea, el concepto teatral que tanto me gusta. Prefiero tener menos actuaciones pero tener teatro de verdad, generar una gran fantasía con mi paranoia. Que el público baile conmigo, que vea que se están tragando la historia cuando los hago partícipes. Y quiero preguntarle al público y que estén desinhibidos, porque hay un teatro más agresivo, donde todos se ríen de uno. Es muy sencillo humillar a uno. Yo escucho a todos, los pongo en el mismo nivel y no humillo a nadie. Tomo todo lo que me dan, lo reordeno y tiro para otro lado", concluye.

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