CULTURA / ESPECTáCULOS › LIBROS. LA LIBRERíA LONGO, CON 100 AñOS, PELEA POR PERSISTIR.
El año pasado recibió una distinción del Concejo por su centenario. Sus actuales propietarias cuentan las penurias de sostener a la histórica librería de usados de la calle Sarmiento. La voracidad de un mercado inmobiliario y los impuestos.
› Por Edgardo Pérez Castillo
Con sólo traspasar el portal de Sarmiento 1173 las sensaciones se disparan. En las antípodas de los pulcros salones de centro comercial, en esta librería el aroma es único, tanto como la calidez de cada uno de los ejemplares que se distribuyen por sus muebles centenarios. Preservados como únicamente una familia puede hacerlo, aún sobreviven los divisores que don Alfonso Longo trajo desde Buenos Aires para hacer de su local el primero en ofrecer obras de saldo. Si todavía, al fondo del salón y bien arriba, un enorme cartel sigue invitando, como desde hace 70 años, a ingresar sin costo alguno. El clima, también, se modifica en la librería más antigua de Rosario, ésa que en agosto cumplió el centenario de vida y obtuvo un reconocimiento del Concejo Municipal. Es calidez la que domina a la Librería Longo. Una calidez que perdura más allá de las temporadas, generada esencialmente por Amalia Longo y su cuñada, Amanda de Longo, responsables de sostener en pie un proyecto iniciado por el afán de un siciliano emprendedor, y que hoy se ve amenazado por el boom de la construcción y el crecimiento de un mercado que, hasta años atrás, la tenía como único exponente.
Es que, de un tiempo a esta parte, las librerías de usados comenzaron a expandirse por una ciudad que, además, crece vertiginosamente, haciendo de las viejas casonas un espacio ideal para la demolición y posterior construcción de edificios. "Esto primero fue imprenta, librería y papelería. Después el que era socio de papá, Argento, se retiró y quedó algo de imprenta, porque acá tenemos cosas que dicen Alfonso Longo, no dice Longo y Argento, o sea que mi papá siguió imprimiendo. Por muchos años siguió siendo imprenta, librería y papelería. Después quedó como librería de nuevos y usados, más tarde solamente de usados. Y después no sé lo que será de la vida nuestra. Dios dirá", resume Amalia, la menor de los hermanos Longo.
Por estos días, el rubro de los libros usados creció con la aparición de nuevos locales, generándole una competencia a la centenaria Longo. "En aquel tiempo estaba La Ibérica en Mitre y Córdoba. Y acá siempre se vendieron libros usados. Porque mi papá trajo de Buenos Aires los muebles para poner mesas de saldos. Y hará unos 70 años se hizo ese cartel recuerda Amalia mientras le apunta al opaco cartelón. Porque la gente no se animaba a entrar. Como pasa en Buenos Aires, que todavía tiene gente que revisa y mira las mesas de saldos. Acá no pasa".
En la Longo, en cambio, el tránsito no es permanente. Mucho menos vertiginoso. Porque en esta librería el tiempo, también, transcurre con otra métrica. Y así se pasean entre las mesas de saldo dos chicas con su carro de bebé. Con bebé incluido. Escapando del infierno de calle Sarmiento en enero. Buscando el microclima que generan esos libros cargados de historia. Porque si algo resguardan los usados son, precisamente, historias. Entre cientas, Amalia y Amanda recuerdan una: "Nosotros recibimos 1500 libros técnicos de alguien que había fallecido. Había libros en alemán, francés, italiano, inglés, colecciones enteras de Salvat de ciencia, había muchos libros sobre la parte coronaria. Este señor, que se ve era un gran lector, ponía en cada libro dónde lo había comprado, cuánto lo había pagado, con quién estaba cuando lo compró, o si lo había comprado en Buenos Aires porque tenía que hacer un trámite. ¿Y vos podés creer que de esos 1500 libros que nos trajeron no había ninguno de acá? Se debe haber peleado con mi papá, porque él siciliano como era...". "Sin embargo los libros terminaron todos acá. Y se vendieron", apunta Amanda.
Imán para los curiosos y coleccionistas, salvación para los estudiantes y sus bolsillos magros, páramo para los clientes de años (de siempre), la Librería Longo subsiste sin más respaldo que, justamente, los que visitan su centenaria vigencia y la abandonan libro en mano. Porque, en definitiva, el reconocimiento realizado por el Concejo Municipal no pasó, hasta el momento, de una buena intención. "Nos entregaran una placa y fue muy emocionante, porque lo hicimos acá y vinieron amigas que hacía años que no veíamos, clientes que hacía mucho que no venían. Hasta nos hablaron de Israel unos amigos que tenían negocio en la cuadra y mirando Internet se enteraron", recuerda Amalia.
De respaldo para la supervivencia, nada. "No nos prometieron nada, así que no esperábamos nada", apunta con sencillez Amanda. La exención de algunos impuestos podría, al menos, aliviar algunos gastos. O, al menos, fortalecerlas ante tentaciones que, por ahora, sólo fueron irrisorias. "Nos quisieron comprar la librería, pero nos querían dar chaucha y palito. Nos comprábamos un par de zapatos cada una. Y ni siquiera tuvieron la delicadeza de venir personalmente", cuenta Amalia. A su lado, como cada tarde, Amanda completa: "Después no vino nadie más. Hay familiares que quieren que se venda, porque a las únicas que les gustaría que esto se mantenga somos nosotras dos".
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