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Martes, 21 de julio de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. EXPOSICIóN DE RETRATOS DE GILBERTO KRASS EN LA BIBLIOTECA ARGENTINA

Con esa mirada penetrante y sabia

Convencido de ser fruto de sus amigos, Krass dice que nunca pidió que lo retrataran. Pero hubo artistas prestigiosos que lo hicieron. Las obras pueden verse hasta el 1º de agosto.

 Por Beatriz Vignoli

"Yo soy los amigos que he tenido", asegura a este diario Gilberto Krasniasky, más conocido como Gilberto Krass, mientras rememora los afectos cosechados en los 85 años que lleva de vida. Afectos que se expresan en los retratos suyos hechos por artistas amigos, que pueden verse hasta el sábado 1º de agosto en el Espacio de Arte de la Biblioteca Argentina con texto, montaje y selección de obras por Rubén Echagüe, quien tituló a la muestra con el nombre del retratado: Gilberto.

Oriundo de la provincia de Entre Ríos, de donde vino con apenas estudios primarios en una escuela de pueblo rural, Krasniasky mereció la designación de "Ciudadano Ilustre" de Rosario por su aporte generoso a la vida cultural de la ciudad. La editorial local Ciudad Gótica le publicó recientemente una biografía. "Yo tengo una existencia que vengo de muy abajo, mi vida fue una vida de lucha", rememora. "Eramos ocho hermanos y me fui a vivir a un conventillo a Buenos Aires. Mi formación no es académica sino autodidacta", apunta. Y cuenta que sus maestros fueron los grandes coleccionistas que tuvo Rosario, como Minetti o Slulittel, o artistas como Julio Vanzo. "Vanzo me enseñó que el gusto no es un juicio de valor. Aprendí a mirar por una frecuentación". Ya su librería, Ciencia, era un sitio de encuentro para los intelectuales, y estuvo en el grupo de teatro independiente El Faro.

Krass Artes Plásticas, su galería de arte de San Martín al 600, fue muy influyente: el Grupo Litoral no hubiera sido lo que llegó a ser sin el mercado que la galería le creó. "Yo he vendido cosas a las que el tiempo les sumó un valor estético y comercial", resume Krasniasky, orgulloso de su labor de pionero. Es que por las salas de su galería pasaron obras de Schiavoni, Pedrotti, Ouvrard, Gambartes, Grela, Supisiche, Giacaglia y tantos otros maestros modernos. Detalles como el piano, la sala de conferencias o el libro de visitas no son nada menores. El marchand recuerda que además, con la ayuda de Rubén Naranjo, editó 30 carpetas de artistas como el mencionado Vanzo o Gustavo Cochet. "Me gustaría que nombraras la continuación de mi galería a través de mi hijo Sergio, a quien quiero entrañablemente", subraya. Y agrega que Sergio quedó solo al fallecer su hermana Berta, la bella y talentosa hija de Gilberto, que fue galerista y actriz.

Precisamente el oficio de marchand le posibilitó a Gilberto Krass ser retratado por algunos de los artistas argentinos más relevantes del siglo XX, razón por la cual la exposición reúne obras de Carlos Alonso, Alberto Bruzzone, Ricardo Carpani, Daniel Ciancio, Aldo Ciccione Chacal, Santiago Cogorno, Miguel Depetris, Raúl Gómez, Pedro Pont Vergés, Norberto Puzzolo, Hermenegildo Sábat, Alicia Scavino, Carlos Serrano, Julio Vanzo y Gregorio Zeballos. Las fechas se extienden al lo largo de varias décadas. Menos la foto frontal en blanco y negro de Puzzolo, donde el galerista posa junto a Alonso y a la gata de la galería, los demás retratos son dibujos y pinturas, de perfil o de tres cuartos de perfil. Y todos, por supuesto, del natural. La idea de retratarlo surgía de los mismos artistas. "Yo nunca pedí nada", aclara Gilberto. "Me devolvían una atención. Son amigos que me querían mucho. Cuando venían a Rosario yo los atendía como reyes. Los llevaba a comer al restaurante Mercurio, los alojaba en hoteles como el Presidente o Riviera. A Carlos Alonso lo ayudé a formar una colección de tallas de Juan de Dios Mena".

Algunos lo han retratado solo y otros acompañado de animales, flores o cuadros dentro del cuadro. Tales símbolos son increíblemente literales. ¿Por qué Carpani le dibuja un pequeño oso que se le acerca como abrazándolo con sus zarpas? "Carpani me decía El Oso", explica Gilberto. ¿Y las flores en el magnífico grabado de Alicia Scavino, qué significan? "Los pensamientos amarillos de Gilberto Krasniasky y un lirio de agua" es el título de la obra, que ganó un premio en un salón de Santa Fe. ¿El lirio tiene que ver con los cotizados lirios de Van Gogh, es un símbolo de pureza, o ambas cosas? "Yo cultivaba en mi campo pensamientos amarillos", explica Krasniasky, quien tiene una casa de fin de semana en Timbúes. Sobre un fondo de cielo, Scavino lo representa con las canas al viento como una corona luminosa, a la que le hace eco la blancura del lirio. Por su parte tanto Carlos Alonso como Gregorio Zeballos lo retratan dos veces. O tres, en este último caso, si se atiende a la interpretación del retratado, según quien la figura doble en la pintura es una duplicación del personaje en dos diferentes edades de la vida. "Me gusta mucho ese cuadro", comenta al respecto de este lienzo de fondos rojos expresionistas gestuales, casi sangrientos; la antítesis del clasicismo bucólico de Scavino.

Se destacan por su evidente velocidad un dibujo a lápiz del caricaturista y pintor Hermenegildo Sábat y otro a birome de Carlos Serrano, actor y director teatral. ¿Cada retrato habla más de quien lo pintó que del retratado? Al cabo del recorrido de la muestra, se diría que no, que la presencia y el temple del retratado se imponen por peso propio. Todos parecen haber captado algo esencial y muy personal, algo que elude la simplicidad de la semejanza. Quizás una actitud: aplomo, dignidad, firmeza, cierta tensión del cuerpo que en algunos retratos se encuentra como al acecho del futuro inmediato. La mirada es de frente, intensa, cuando no está encapsulada por los anteojos. Uno de la madurez, un dibujo por Zeballos, lo representa caminando de perfil mientras un diminuto niño artista tira de los faldones de su gabán para mostrarle un cuadro.

Tal vez ahí, en ese detalle aparentemente humorístico, esté la clave: en un intercambio que no lo es tanto de bienes tangibles como de una mirada: el pedido de una mirada. En la soledad de este absurdo puerto pampeano, el galerista es sólo eventualmente quien vende, pero en primer lugar fue quien miró, quien sostuvo, quien otorgó esa primera mirada que sacó a la obra del taller y la llevó hasta el coleccionista por el impulso de su pasión. Y también, como en el caso particular de Gilberto, fue quien se construyó a sí mismo a partir de toda esa belleza contemplada. Hoy hay clínicas de obra, curadores, funcionarios y mil funciones más, pero como se queja Gilberto (en la única nota de queja de un discurso más bien celebratorio), "ya no hay coleccionistas". Y lo que queda, entonces, de aquello, es el pasado. Un pasado al que vale la pena asomarse.

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Julio Vanzo dibujó a lápiz un Gilberto joven y circunspecto.
 
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