Mar 11.08.2009
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › "ADRIANA LESTIDO: LO QUE SE VE", HASTA FIN DE MES EN EL CASTAGNINO

Imágenes que desnudan toda una vida

La retrospectiva de la prestigiosa fotógrafa argentina, que fue reportera gráfica de Página/12, abarca desde 1979 a 2007, con las series Mujeres Presas y Madres e Hijas, entre otras. Los curadores son Gabriel Díaz y Juan Travnik.

› Por Beatriz Vignoli

"Si la verdad de las cosas se mostrara a cielo abierto --escribe el psicoanalista Isidoro Vegh--, la ciencia no sería necesaria". De esta clase de verdad, alcanzada por la mirada de una cámara lúcida, hablan sin palabras las elocuentes fotos de Adriana Lestido (Buenos Aires, 1955). Desde sus inicios, el de esta fotógrafa argentina, que fue reportera gráfica de Página/12, es un documentalismo subjetivo que capta el rostro de lo real. Su talento le valió una cosecha de premios, entre ellos el Mother Jones y la codiciada beca Guggenheim. Su retrospectiva en la planta alta del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (Bv. Oroño y Av. Pellegrini) está hasta fin de mes y viajará al Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez (Santa Fe). Los curadores de Adriana Lestido: Lo que se ve, fotografías 1979/2007 son Gabriel Díaz y Juan Travnik, quienes seleccionaron 163 fotografías, que fueron copiadas especialmente para esta muestra en gelatina bromuro de plata. Un recorrido cronológico atraviesa los diversos ensayos fotográficos: Hospital Infanto Juvenil (1986), Madres adolescentes (1989 a 1990), Mujeres presas (1991 a 1992), Madres e hijas (1995 a 1998) y dos series inéditas: El amor (1992 a 2005) y Villa Gesell (2005), brindando un panorama de edades de la vida muy ligado a la vida personal de la autora, según ella contó en entrevista exclusiva con Rosario/12. O mejor dicho, en amable charla, café de por medio.

La retrospectiva (cuyo título, Lo que se ve, sale de una novela de Sara Gallardo, Eisejuaz) se abre con su trabajo periodístico más celebrado, "Madre e hija de Plaza de Mayo" (1982). Hay más fotos "sueltas": una, estremecedora, de 1989, en la Casa Cuna de La Plata; otra, de una pareja bailando abrazada en un local de salsa (los abrazos, o su ausencia, son algo fundamental en esta obra). Se incluyen algunas rarezas, como polaroids y un autorretrato. Por todas las paredes hay textos: poéticos, que no interfieren ni aleccionan sino que crean un clima para la contemplación. Uno de Alejandra Pizarnik acompaña a su ensayo fotográfico Madres e hijas, de donde surgió la proyección "Amores difíciles: historias de madres e hijas" (1999). Amores difíciles se presentó por primera vez en Rosario en el Centro Cultural Parque de España en el año 2000 y aquí se encuentra justo en el centro; es el corazón de la muestra. La divide en un antes y un después. La música de la proyección está elegida como una banda de sonido de canciones, desde Liliana Vitale hasta Invisible, pasando por Kiko Veneno y The Pixies. El trabajo, que le llevó tres años (1995 a 1998), fue realizado con el aporte de la Fundación Guggenheim a través de una beca otorgada en 1995, y también dio origen a su segundo libro (El primero es Mujeres presas, editado en 2001 y reeditado en 2008).

"La Fundación Guggenheim financió un año y parte del libro", recuerda Lestido, quien en esos 3 años siguió con su cámara a cuatro díadas de madre e hija: Eugenia y Violeta, Mary y Stella, Alma y Maura, Marta y Naná. La serie se inicia con un parto, que no pertenece a ninguna de ellas. "Me interesaban las edades de la hija: quería una hija desde el nacimiento hasta los 3 años, una hija adulta, una adolescente y otra entre 7 y 10 años". Alma es Alma Falkenberg ("bailarina, re grosa, introdujo el contact en Argentina") y Marta es Marta Dillon, periodista de Página/12. "Marta recién empezaba a escribir en periodismo en esos años. Tenía HIV y ahí se enteró. Al toque salió el cóctel. Ahora está bárbara". Una foto de la serie la muestra en un cementerio, en Flores: "Marta tiene a su mamá desaparecida. Militaba en HIJOS. Habían aparecido los restos de un desaparecido y hubo un entierro". En otra, tomada en Pinamar, Naná la sigue contra el atardecer, como Marlene Dietrich siguiendo a la caravana de beduinos en el último plano de Morocco. "Con todas hice viajes. Los viajes estuvieron buenísimos con ellas, porque hubo una entrega mucho mayor los días en que nos íbamos de viaje. En Madres e hijas también empecé a trabajar mucho el paisaje. Recién ahí aparece el paisaje, el afuera. Que ya está mucho más en la última serie, en la de El amor: el paisaje como un personaje más. Todas las primeras series son en instituciones: el Hospital Infanto juvenil, Madres adolescentes y Mujeres presas. En `las presas` alcancé el punto máximo de encierro y a su vez creo que es mi primer trabajo maduro. En Madres e hijas hay muchos interiores, pero hay muchos cielos, también. Después de Mujeres presas sentí la necesidad de abrir la ventana y salir afuera. El Hospital Infanto juvenil es el que más quiero, al que más cariño le tengo. ¡Al recopiarlas me acordaba el nombre de todos! ¡Un trabajo que hice en el '86, '87! Es al que siento más entrañable. Pero a su vez es el trabajo más infantil. Y ya en las presas no, ya en las presas hay otra cosa".

- Y antes está una foto que me conmovió mucho, la de la Casa Cuna.

- A la [serie] Casa Cuna la hice mientras estaba haciendo Madres adolescentes, ya estaba terminándola. Fue previa a Mujeres presas. Y la siento muy relacionada con las presas también, a esa imagen del destino de un niño con su madre presa, y la orfandad en la que se deriva. Porque las mujeres en la cárcel pueden estar una determinada cantidad de tiempo con sus hijos y después se tienen que separar. Y si hay familia que se pueda hacer cargo, se hace cargo una familia y, si no, los niños van a orfanatos. En realidad si hay algo común en casi todas las mujeres que están presas es la falta de contención familiar. Entrando en la historia de cada una de ellas, sentí muy fuerte que están presas de antes. De alguna manera, la cárcel es una metáfora de su vida.

El cuidado catálogo lleva prólogo de Marta Dillon e incluye una carta de John Berger, una respuesta a un pedido de Lestido donde le explica por qué no puede escribirle un texto. Las excusas del ensayista constituyen casi un texto de catálogo en sí mismas. Lo ilustra un dibujo de su hijo Ives, artista plástico. La imagen (una figura blanca encorvándose en torno a una figurita negra) guarda una afinidad profunda con la obra de Lestido, obra comprometida con el drama existencial humano, lo mismo que los particularísimos ensayos de John Berger. "No puedo escribir sobre ellas", escribe éste acerca de las fotos de Adriana. "Son tan íntimas que una tercera voz sería casi obscena".

- ¿Una tercera voz?. ¿Cuáles serían la primera y la segunda?

- En realidad yo creo que las imágenes son una única voz. Que es la fusión de la energía del fotografiado y del que mira. Del mirado, sea lo que sea: puede ser un árbol, un paisaje. La comunión de esas dos energías es lo que da una imagen con vida.

- ¿El instante de la foto sería un instante de encuentro?

- Sí, un instante de comunión, de fusión.

- ¿Cómo llegás a estos temas? Sobre todo tu imagen más conocida, la imagen de la marcha...

- ...de la Madre e Hija de Plaza de Mayo. Esa foto es la única que incluyo en la retrospectiva que pertenece a mi trabajo de reportera gráfica. Siento que de alguna manera todo lo que vino después está basado en esa imagen. Es una Madre de Plaza de Mayo atípica... El vínculo fuerte de una madre y una hija, y el hombre ausente. Eso es lo que de alguna manera desarrollé en todas las series que hice después. A mí se me dice mucho que miro la mujer. Es verdad. Pero no es deliberado, no es que me ponga a trabajar sobre el género. Yo creo que hay que trascender el género. Sí está muy centrado sobre la mujer porque yo soy mujer, y a través de mi trabajo intento comprender algo más. Pero en realidad el eje no es la mujer sino la ausencia del hombre. Eso es lo que está presente, hasta en la serie de El amor también está muy presente la ausencia.

- Algo que está muy presente en todas tus fotos, en algunas de un modo casi intolerable, es la intemperie.

- El desamparo.

- La orfandad... Hasta los animales, los paisajes mismos, incluso las cosas, parece que tuvieran frío...

- Sí. Necesitan unos brazos... Brazos donde dejarse caer. Volviendo a Berger, hay un libro de él que a mí me encanta, King... King es un perro, es la voz del perro, toda la novela, y termina diciendo: "No hay brazos donde dejarse caer".

- La serie de Madres e hijas tiene un clima como de road movie. Me hacía acordar por ahí a Paris, Texas.

- ¡Uy, Paris, Texas es una película que amo tanto! ¡Cantidad de veces que la vi!

La obra de Adriana Lestido, al igual que dicha película de Wim Wenders, pone en imagen el afecto en medio del desamparo. El afecto entre los débiles, entre los frágiles, tanto más frágiles cuanto más fuertes tratan de parecer ante la cámara. Hay mucho de una sensibilidad educada por el cine en sus fotos que como fotogramas narran una vida. Pero además en su técnica hay algo de pictórico o impresionista que el cine no puede aprehender. Algunas imágenes están movidas; eso se debe a que Lestido trabaja con velocidades lentas, para captar la luz ambiente sin flash. Otras veces las figuras están de espaldas o a contraluz. Esto las universaliza. Al no verse los detalles particulares, el espectador proyecta algo de la memoria propia. El efecto de imagen objetiva devenida en imago subjetiva es más fuerte en la serie El amor.

"Ésta es mi serie más personal, la que está hecha más desde mi vida", dice Lestido. También es de algún modo, junto con las imágenes paisajísticas y casi abstractas de la serie Villa Gesell, el final feliz de la muestra. Porque el retratado es su compañero, de ahí el título. Son fotos tomadas en viaje que resultaron ser algo más que fotos de viaje. "Hay ahí algo más medular: son imágenes que necesito mirar y volver a mirar y se abre algo. Ese algo es la vida de las imágenes". Al mirar El amor se tiene la sensación de estar enfrentándose a los propios sueños. Cuenta Freud que algo de eso le sucedió con la Gioconda a Leonardo Da Vinci, quien, a juzgar por sus sueños, halló en esa pintura propia el rostro perdido de su madre.

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