Sábado, 28 de enero de 2006 | Hoy
Esta noche, a las 21.30, la cantante Alba
Solís será la encargada de abrir el ciclo
municipal "Rosario bajo las estrellas".
Por Fernanda González Cortiñas
Dicen que Enrique Santos Discépolo se emocionó hasta las lágrimas cuando esa noche, en el cabaret El Colonial, la escuchó cantar "Discepolín", el tango que Homero Manzi y Aníbal Troilo habían compuesto para él.
-¡Uff, era una piba... qué sé yo, el año 50, 51... - dice del otro lado de la línea Alba Solís, con una voz increíblemente joven, sobre todo teniendo en cuenta lo que ha vivido esta mujer, y sobre todo con quién lo ha vivido. Y es que a lo largo de sus 60 años de carrera, por la vida de Alba Solís desfilaron casi todos los grandes nombres del tango: de Discépolo a Mores, de Lusiardo a Copes, de Pichuco a Libertella. Sin embargo, a diferencia de tantas, de la mayoría, el tango no formó parte de la formación casera de esta hija de italianos nacida Angela Herminia Lamberti, en el barrio de Floresta al filo de la década del 20.
"Al contrario --dice estentórea--. El padre de mi padre me prohibió que usara el apellido. Porque para ellos, que eran tanos, las mujeres 'del ambiente' eran todas perdidas", explica esta cantante cuya carrera empezó aparentemente, casi de casualidad.
"En mi casa no se escuchaba tango, y no se cantaba. A mí sola me gustaba cantar y así empecé, a los cuatro años en un grupito infantil que se llamaba La Pandilla Marilyn. Actuábamos en un show que se llamaba Las Matinés de Juan Manuel". Después, ya más grandecita, seguiría en la carrera actoral de la mano de figuras como Atiliano Ortega Sáenz y junto a Mario Amaya "El Churrinche". Aunque estudió solfeo con la cantante lírica Maria Naftri, el tango siempre fue su pasión. "Al tango lo sentía. Me permitía mostrarme como yo era".
Con esta consigna, después de ganar el concurso "Buscando la voz del tango", en Radio Mitre, en 1945 --de donde saldría un contrato por cuatro años--, saltaría primero al teatro, después a la televisión, luego al cine... y finalmente a todo lo demás, incluidos varios años de gira por el mundo con espectáculos como Buenos Aires canta al mundo y, más acá, Tango Argentino, donde compartió cartel con las principales figuras del género.
De la revista porteña a los grandes teatros europeos, la Solís se ha recorrido medio planeta poniéndole alma y vida --y un sello sumamente personal-- a tangos bien canyengues como "Uno" o "La última curda". Y sin embargo, asegura que viajar no es lo que más le gusta.
"Me gusta viajar, pero no cuando trabajo. Y la verdad cuando no trabajo, tampoco. Pero cuando trabajo, trabajo. Y punto. A mí me parece que cuando uno trabaja, tiene la obligación de estar concentrado, de prepararse para lo que va a hacer. Yo soy muy sensible a la respuesta del público. Canto de acuerdo a cómo está el público. Si el público está medio aplastado, poco entusiasmado, entonces me pongo a hacer chistes, hablo de mi vida, y entonces la gente se entusiasma y empieza a pedir canciones. Y ahí quedamos todos contentos. Ese es mi trabajo, que la gente se vaya contenta a su casa. Así soy yo...
--¿Y cómo es?
--Así, apasionada, bien tana.
Esta "sangre" fue la que la llevó de las grises actuaciones en estudios de radio a las marquesinas de la calle Corrientes. "Yo tenía mi estilo ¿sabés? A diferencia de otras, a mí me gustaba moverme por el escenario, mostrarme, hablar con el público, hacerlo reír, y eso, por aquéllos años, realmente llamaba la atención".
--¿El único modo de llegar eran las audiciones de radio?
--No, no solamente. Yo hacía mucho en vivo, en los boliches. Ahí iba mucha gente del ambiente, mucho empresario que podía convertirse en un contrato, en más trabajo.
--Hablando de contratos, ¿cómo llega al cine?
--Como llegué a todo: alguien me veía en el teatro, o en algún boliche, y me llamaba. En esos años el ambiente artístico estaba muy mezclado, no era como ahora que la gente del cine es una cosa, la del teatro otra y la de la música otra..., y la del tango otra más. Pero el cine nunca fue lo mío. Me parece que por el cine muy poca gente me reconoce por los trabajos ahí... lo único, a lo mejor, por Carne...
--Nada menos... ¿cómo era trabajando la Coca Sarli?
--Como es ahora, divina. Una persona que no sabe lo que es la palabra maldad. Para mi gusto hasta un poco ingenua. La hacían trabajar mucho, y ella siempre con una sonrisa. ¡Y además, los papeles que le hacían hacer...!
--Ud. los ha conocido, sino a todos, a casi todos, ¿cuáles eran sus númenes, sus referentes?
--Ay, m'hijita, no podría, no puedo decirte cuáles me gustan o cuáles no. ¿Sabés qué pasa? que a lo mejor uno que no me gusta cómo canta, es amigo mío, y ¿cómo le voy a hacer eso a un amigo? Yo soy una persona muy cariñosa que no puedo separar el artista de la persona, así que por ahí digo que éste o aquél no me gusta como canta y después resulta que es mi amigo, y viene y me mata...
--Entonces, ¿cuáles han sido sus mejores amigos?
--Y, por ejemplo con "Goyena" --perdón--, con Goyeneche éramos muy amigotes. Si hasta le cuidaba la espalda frente a la mujer con los cigarrillos. Cuando él la veía aparecer me decía: "rápido Negra, tomá". El me los daba a mí y yo me los tenía que fumar ¿qué te parece? ¡Lo que habré fumado por su culpa!
--¿Y de Piazzolla? ¿qué opina?
--Bueno, yo a Astor lo conocí bien. Creo que era un genio, que lo que hacía era de avanzada, era el futuro... pero yo no lo entendía. No lo entiendo ahora. Y es que yo puedo cantar si vos me das una melodía (y tararea una)..., ahora si me das un ritmo sincopado (y recrea uno bien piazzoleano), para mí es imposible seguirlo.
--¿Cuál es su secreto?
--El trabajo. Definitivamente el trabajo. El día que no pueda trabajar, me muero.
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