CULTURA / ESPECTáCULOS › NADA ESCRITO, MUESTRA CURADA POR FERNANDO FARINA QUE SE EXHIBE EN SARMIENTO 761.
Una exposición colectiva muy personal es lo que propone el ex secretario de Cultura municipal. Hay algunas obras de la colección Castagnino+Macro y otras de artistas emergentes, con un halo frescura por haberse desprendido del marco institucional.
› Por Beatriz Vignoli
"Sobre gustos no hay nada escrito" dice un refrán, el comienzo del cual es el título de una muestra en el Museo Castagnino+Macro: Sobre gustos. Complementándola, Nada escrito se llama la exposición que puede verse hasta el 13 de septiembre en el museo del subsuelo de Sarmiento 761. Esta otra muestra surge de un convenio entre el mencionado museo municipal y la fundación que sustenta al museo privado que la alberga. Entre las 21 obras que integran Nada escrito, hay algunas pertenecientes a la colección del Castagnino+Macro y otras de artistas emergentes invitados. El curador es Fernando Farina, ex secretario de Cultura municipal y ex director del Castagnino, quien formó parte de la historia de la incorporación de muchas de estas obras a la colección.
"Las obras de la colección que incluyo en esta muestra son obras con las que tengo una relación amorosa muy cercana", relató Farina a Rosario/12 ayer en una breve entrevista telefónica. Algunas, como la de Hernán Salamanco, fueron incorporadas mediante premios adquisición; otras ingresaron luego de una intensa búsqueda. Respecto del escultor mendocino Miguel Gandolfo, evoca Farina: "Vi obra de Miguel Gandolfo en el Rojas en los años 90. Me interesa su trabajo desde hace 20 años". De uno de los expositores más destacados, Marcelo Torreta, quien según Farina es uno de los mejores pintores del país, cuenta que "para integrarlo a la colección, fue uno de los artistas que perseguí". El curador define a esta muestra como "una exposición amorosa" y coincide con la cronista en que tiene mucho que ver con la belleza, sobre todo con la belleza de las artes menores; porque además, desde el momento en que se invoca el gusto, sobre el cual "no hay nada escrito", se está reivindicando una belleza inefable.
Por los artistas y obras que la componen, por la coherencia y actualidad de su propuesta curatorial, "Nada escrito" es la muestra del momento. Es la punta de iceberg de una escena intensamente activa que tiene sus propios códigos, y que se viene desarrollando desde hace una década en un ida y vuelta entre las galerías de Buenos Aires y algunos espacios públicos en Rosario: un ida y vuelta del que Farina es un actor social clave, desde sus comienzos como curador del Castagnino cuando se proponía "la actualización de la escena artística". En Nada escrito alienta algo de aquellas primeras muestras, frescura quizá debida a que por fin un proyecto como éste se desprende un poco del marco institucional que autorizaba a leer el gusto de Farina como hegemónico.
Aquí, en el marco de un ámbito privado, vuelve a ser un gusto entre otros posibles, con todo lo que eso implica de subjetivo. Y a la muestra la desinstitucionaliza la bienvenida presencia de una serie de obras de jóvenes artistas emergentes invitados, algunos ya consolidados y excelentes, como Juan Hernández o Diego Vergara. O Flavia De Rin. O Mariana De Matteis. O, más underground, el vigoroso grupo La herrmana favorita (sic), que también impulsa una muestra colectiva de dibujo en la antesala del teatro Lavardén. Acaso al quedar liberado de la carga de encarnar el gusto oficialista local, el curador se permite no ser didáctico y por eso no pone ningún texto, más que una breve invitación a disfrutar y un pequeño plano de la sala con las referencias del caso, que el espectador puede seguir plano en mano si así lo desea. No hay carteles junto a las obras, para que el espectador pueda sumergirse sin trabas en la pura experiencia estética. La propuesta es bastante lúdica. Como heraldos de un nuevo neoclasicismo que tomara por modelo la tradición vanguardista de la ruptura, las obras elegidas por Farina construyen un recorrido cuyo hilo conductor son aquello que los críticos formalistas rusos llamaban las operaciones de extrañamiento.
El retorno de lo familiar vuelto siniestro, o por lo menos extraño, es (además de lo maravilloso) otra de las categorías del surrealismo que el llamado "arte contemporáneo" recupera para la sensibilidad del presente. Contemporáneo aquí es un arte que rescata los placeres prohibidos por el rigor estético del modernismo al proponer el disfrute contemplativo de lo menor: la belleza retro de las artesanías, los estilos obsoletos y el diseño pasado de moda, todo eso formando parte de obras capaces de producir sentido más acá o más allá de dichos materiales. Una versión del arte contemporáneo como nocturnidad onírica de lo cotidiano, casi un kitsch onírico a lo Benjamin (más que un objeto dadaísta a lo Duchamp), es la que propone esta muestra. Según Benjamin, la materia del arte eran para los surrealistas las huellas de la memoria en el subconsciente, los detalles de la intimidad hogareña de la niñez: muebles y empapelados del siglo anterior. Son datos sensibles "asincrónicos", por decirlo con una categoría de las que crea Hal Foster en "Belleza compulsiva", su ineludible ensayo sobre el surrealismo.
Así, la casita de muñecas, la casa de verdad, los ámbitos soñados o vividos del imaginario pequeñoburgués son recurrentes en estos objetos y trabajos con objetos. En cada obra afloran datos sensibles reconocibles de la experiencia; aparecen cosas que son o han sido parte de la cultura, pero aparecen imbuidas de una capacidad de significación otra. Nicanor Aráoz rescata los detalles de una cocina comedor de hace treinta años, pero quebrados por un hachazo: el Nesquik volcado como símbolo de una pérdida irrecuperable. "La casa soñada" de Tamara Stuby ofrece una condensación entre ladrillos, billetes y un plano a escala 1:1. Y en "Meladie", de Celeste Martínez, cinco pares de zapatitos blancos se enferman de toda clase de tumores benignos y malignos que despliegan sobre ellos lunares de colores, como manchas en un pelaje. Similar irrupción del horror en el vestuario femenino propone una pieza que ya es un clásico, en virtud de todo lo que se ha hablado sobre ella: "Peletería con piel humana", de Nicola Constantino. Mínimo y tierno, "Solos", un video de Lila Siegrist (quien tiene otra obra en la colección) narra anómalas inflamaciones e inundaciones de los espacios del hogar. A la vuelta, Diana Schuffer (participante de la muestra 11 x 11 a mediados de los años 90) consigue el milagro de hacer hablar a una almohada. Y una cómica invasión de ostras rodantes a ras del piso tiene lugar a cargo del artista patagónico José Luis Tuñón.
"No parece, pero me gusta la pintura", confesó Farina ayer a este diario. En la bidimensión sorprende Hernández con un décollage aparentemente abstracto que es preciso observar a distancia para descubrir la escena: una mujer dormida parece a punto de ser devorada por unas vegetaciones provenientes del sueño. Y Salamanco, destacado pintor que desarrolla escenas de un intimismo enigmático en esmalte sintético sobre chapas monumentales, está representado por una gruta casi abstracta que dialoga con el enano tallado en madera por Juan Longhini. Representaciones anacrónicas de la naturaleza son atravesadas por problemáticas de actualidad en los minuciosos óleos en pequeño formato de Diego Vergara. Mientras que una magnífica pintura de Marcelo Torreta, la atmósfera de cuyos mínimos detalles es tan elocuente como su figura central, tatúa la monumentalidad de la arquitectura peronista con los esténciles decorativos de los interiores del 1900. O el rosarino Leandro Yadanza (tan conciso como en sus demás obras en otros medios) geometriza objetos de uso diario cargados de un aura folklórica.
Los dibujos de De Matteis ilustran con sutileza la invisibilidad de lo natural en relación con el trazo humano. Otra pieza clave en la muestra (y en la colección municipal) es un bordado de Leo Chiachio y Daniel Giannone, que se basa en un detalle de los murales pintados por Raúl Domínguez para la Estación Fluvial de Rosario. El redescubrimiento de Domínguez (en el que Chiachio y Giannone fueron precedidos por Siegrist a través de esa obra de la colección que no se ve aquí) merecería una nota aparte. Se la podría titular, parafraseando las categorizaciones del crítico literario Leslie Fiedler: "De cómo un buen mal arte redimió al mal buen artista". Un diálogo similar con estilos hoy marginales se da en la obra digital de De Rin, o en el falso modernismo al óleo de Magdalena Jitrik. No menos inquietantes son los animales humanizados en la foto de Adriana Bustos o en el dibujo de La herrmana favorita, realizado a tres manos. En resumen, una muestra colectiva muy personal. Y ya no personalista: sólo personal.
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