Lun 30.01.2006
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › "MEMORIAS DE UNA GEISHA" ES PURA IMAGEN Y POCO CONTENIDO

Grandilocuente y de estética vacía

Lejos de "Chicago", su obra más notoria,
Rob Marshall ofrece un film sin pasión y
convencional como solo lo hace Hollywood.

› Por Leandro Arteaga

MEMORIAS DE UNA GEISHA 5 puntos

(Memoirs of a Geisha) EE.UU., 2005

Dirección: Rob Marshall.

Guión: Robin Swicord, sobre la novela de Arthur Goleen.

Fotografía: Dion Beebe.

Música: John Williams.

Montaje: Pietro Scalia.

Intérpretes: Ziyi Zhang, Ken Watanabe, Michelle Yeoh, Suzuka Ohgo, Mako, Li Gong, Youki Kudoh.

Duración: 145 minutos.

Salas: Monumental, Village, Showcase.

Buscar un lugar atractivo desde el cual abordar el film de Rob Marshall, el mismo realizador de la premiada Chicago, se vuelve problemático. Si de atracción visual se trata, es innegable que Memorias de una geisha posee un cuidado estético que, por momentos, termina por desesperar al espectador; es más, podríamos pensar que la verdadera protagonista del film es, justamente, su dirección fotográfica, seguida muy de cerca por la banda musical compuesta por John Williams, usual colaborador de Steven Spielberg, quien ocupa aquí el rol de productor.

Pero este camino de análisis no hace más que corroborar el poco interés narrativo que Memorias de una geisha posee. A lo largo de dos horas y media, el espectador asiste a una sucesión de estampas bellamente fotografiadas y musicalizadas del Japón que guarda los recuerdos de una geisha. Desde el procedimiento del racconto, Sayuri (Ziyi Zhang) nos cuenta su historia desde niña, su obligado abandono del lecho familiar y la forzosa servidumbre a la que se ve sometida. Su vida niña y solitaria será, en determinado momento, iluminada por la atención y la bondad de un desconocido (Ken Watanabe), motivación afectiva que llevará a Sayuri a querer ser como una de sus damas de compañía. De allí en más, la pequeña perseguirá el objetivo soñado, cuya meta será el reencuentro con el caballero de sus recuerdos.

Ser geisha no es ser cortesana, pero tampoco significa ser esposa. La geisha se asume como una suerte de divinidad, que calcula cada una de sus palabras, así como sus más mínimos gestos, para el placer de los caballeros a los que halaga. El film toma un cuidado tan meticuloso en el registro de la instrucción de Sayuri, que aporta una verdadera fascinación. Los ojos de agua de la geisha protagonista no sólo guardan el forzoso significado que, como elemento natural y vital, le encuentra la institutriz, sino que existen para el deleite del primer plano. Memorias de una geisha es un film absolutamente esteticista, en donde poco importa la lectura que de las relaciones humanas y, especialmente, de género, significan la figura de la geisha.

Todo planteo que pueda horadar ese orden tan pulcro se diluye desde la magnificencia visual. El único momento donde el sueño se fragmenta y donde las nubes atormentan, será cuando irrumpa el conflicto bélico y los norteamericanos invadan, desde su torpeza, el escenario hasta entonces bello. Las geishas habrán, entonces, caído del altar que detentaban, rebajadas a la categoría de simples prostitutas. Pero todo lo que allí sucede no termina por ser más que otro elemento que pretende sumar fuerza, sin lograrlo, a este falso melodrama. Si bien el dato no es más que curioso, vale la pena que el espectador se pregunte, mientras observa el film, cómo hace éste para resolver sus problemas lingüísticos, dado que, en ningún momento, se habla otra palabra más que la que entiende el cine hollywoodense. El conflicto cultural, entonces, no parece ser más que una molestia superada.

Decíamos que Memorias de una geisha es un falso melodrama, y lo es porque no logra comunicar pasión alguna y porque su estructura narrativa, absolutamente lineal y previsible, no hace más que arribar a una conclusión fácil. El problema no radica en contar las mismas historias, sino en relatarlas siempre de un mismo modo. El cine norteamericano se ha vuelto tan convencional que, desde la butaca, cualquier espectador puede volverse docto en su análisis. Por si fuera poco, cuando la película plantea alguna traición entre sus personajes, no faltará el diálogo que explique lo que podría quedar sugerido. Lejos de la propuesta mucho más interesante de Chicago, el nuevo film de Rob Marshall es un mero fresco de estampitas hollywoodenses.

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