Lunes, 7 de septiembre de 2009 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › VIDEO. LA VIDA LOCA, UNA DE LAS PROPUESTAS MáS DESTACADAS DEL FESTIVAL LATINOAMERICANO
El documental del fotógrafo francoespañol Christian Poveda, asesinado la semana pasada, se verá el jueves en La Comedia, dentro del Festival que es una referencia. Otra recomendación: Nadie inquietó más, sobre la obra de Narciso Ibañez Menta.
Por Leandro Arteaga
El Festival Latinoamericano de Video está en actividad plena por estos días. Hasta el próximo domingo serán muchas las películas, muestras, paneles y seminarios que podremos disfrutar. En su edición décimo sexta, el Festival continúa como lugar referencial. Dado que este cronista tuvo la posibilidad de ver previamente algunos títulos, remito especial interés hacia el documental La vida loca, coproducción entre Francia, México y España dirigida por Christian Poveda. Por un lado, habrá que necesariamente señalar el reciente asesinato, el pasado miércoles, de su realizador. Poveda, periodista francoespañol de trayectoria internacional, fue encontrado muerto con varios disparos en El Salvador. La noticia ha significado un cimbronazo para los mismos organizadores del Festival, que el jueves próximo pondrán en pantalla su film (Sala La Comedia, 19).
La vida loca se adentra en la vida de las pandillas que habitan el submundo de El Salvador. Para lograr una mirada de interioridad, capaz de palpar las vivencias mismas, Poveda hubo de realizar un trabajo de paciencia hasta ser aceptado dentro de una de ellas. Asistimos así a historias de vida que son parte de un entramado mayor, que dependen de instancias que remiten a la propia lógica pandillera como al mismo cuerpo social que las posibilita.
Las pandillas salvadoreñas toman como modelo a las pandillas de Los Angeles, y se sirven tanto de ritos de iniciación como también fúnebres. Una mística religiosa, fraterna, que los provee de tics de comportamiento, normas morales, plegarias y tatuajes tribales. El número 18, con el que se identifica el grupo, decora los cuerpos que escuchan, bajo el sol, el discurso edificante del policía. Como si fuese un lamento retórico desesperado, de argumento -por lo icónico y con perdón por la comparación de cyber punk.
A lo largo del film, es el sonido de balazos el indicativo de los capítulos. Es éste el signo que marca el relato, que lo determina. Los personajes están allí, entre las balas: los que narran cómo intimidar violentamente (cotidianamente), quien señala ante la jueza -y la madre porqué no puede ir a la escuela y el porqué de la vigilancia policial continua, el proyecto grupal de panadería y de resistencia al accionar violento, la celebración de un cumpleaños con prostituta y lágrimas por los amigos caídos. En otras palabras y también: cuerpos vivos que, sin reparos hacia el espectador, aparecen luego muertos y dispuestos dentro de un ataúd. Entre una instancia y la otra, palabras y gestos que delatan vidas que ya no están.
En otro orden de propuestas, el Festival ofrecerá el miércoles próximo el documental Nadie inquietó más (Sala Museo Diario La Capital, a las 18), dedicado a repasar la vida y obra de Narciso Ibáñez Menta (1912 2004). El realizador Gustavo Mendoza -que estará presente en la proyección lleva adelante una tarea de rescate de archivo e investigación que incluye entrevistas a allegados y conocedores de la obra del gran artista español. Entre ellos figuran José Martínez Suárez responsable de esa película extraordinaria que siempre será Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976) y el mismísimo Chicho Ibáñez Serrador, hijo de Narciso y paradigma también del horror y de la buena televisión. Sin dudas que éste es un aspecto para no soslayar. Quiero decir, la buena televisión no es algo que abunde masivamente, e Ibañez Menta significa uno de los picos de rating históricos en nuestro país, a través de programas tales como El fantasma de la Opera y El muñeco maldito, irremediablemente perdidos ante la ineficacia institucional y nuestra pobre memoria histórica.
En este sentido, Nadie inquietó más no sólo es un título acertado, sino que nos devuelve para el susto y la admiración un recorrido ameno, con muchas anécdotas (el cadáver verdadero y polémico que Narciso utilizó para El hombre que volvió de la muerte, o cómo los técnicos -en plan de venganza lo dejaron crucificado como Cristo durante más de media hora en el capítulo final). Narciso Ibáñez Menta es un artista inconmensurable, hombre de mil caras que supo tener como referente admirado a Lon Chaney, y que fascinó por igual a los públicos de Argentina y España. El film de Mendoza es un homenaje que debiera multiplicarse. Es tanto lo que le debemos a Ibáñez Menta.
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