Mié 21.10.2009
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › "DISONANCIA DEL JARDíN" DE LEANDRO LLULL, GANADOR DEL PREMIO ALDANA

Saga poética de un mundo propio

El resultado de su cuidada labor de escritura es una obra de insólita madurez para un primer libro. Explora los vínculos fundamentales y ambienta viajes interiores de rara hondura.

› Por Beatriz Vignoli

Leandro Llull (Rosario, 1983) dedicó un par de años largo a pulir los poemas que configuran Disonancia del jardín (Editorial Municipal de Rosario, 2009), el libro con el que obtuvo el primer premio en el Concurso Municipal de Poesía "Felipe Aldana" de este año. El premio le fue otorgado por un jurado de lujo, integrado por Fabián Casas, por el poeta rosarino Eduardo D'Anna y Ana Porrúa. El resultado de su cuidada labor de escritura es una obra de insólita madurez para un primer libro. En el jardín del título transcurre la saga poética de un mundo propio, sencillo, anclado en la intimidad de la infancia. El poeta, lírico, toma sus cadencias y modos de narrar en parte de la poesía contemporánea y en parte de la poesía épica clásica, logrando una consistente serie de poemas que se dejan leer como los diversos cantos de uno solo.

Llull es abogado y gestor cultural independiente. Coordina junto a Alejandra Méndez el ciclo "Poetas del Tercer Mundo" y fue invitado al Festival Internacional de Poesía este año. Relata el autor que la unidad de la obra fue un criterio central a la hora de elegir qué poemas incluir y cuáles dejar afuera, acaso para un próximo libro. En este proceso fue vital una influencia local: la de la poeta Sonia Scarabelli. Como ella, o como Diana Bellessi, explora los vínculos fundamentales y ambienta viajes interiores de rara hondura en el ámbito doméstico. La memoria de la niñez, recobrada con hipnótica inmediatez, es crucial en estos autores; Llull se declara ávido lector, de Marcel Proust en particular y de narrativa y poesía del siglo veinte en general. Al mismo tiempo, algo lo despega de la tradición moderna, no sólo literaria.

La imagen, que en otros es metáfora o rico dato sensorial, en Llull (y, a veces, en Bellessi) resuena poderosamente como símbolo. Y resuena en un espacio mítico personal que tiene la gravedad sacrificial del mundo antiguo. El gesto bautismal del padre, o la irrupción de un sentido de lo irreversible a través de las muertes de los animales, son algunas instancias de lo referido en los poemas que muestran cómo la sencillez de lo cotidiano se transmuta aquí en una liturgia ritual: "Puesto el ternero de lado / el domingo come de la carne del hijo? ("El parrillero"); "en los brazos del padre / fui a los rayos elevado" ("Entenebrada la música"). Además del lenguaje "alto", una serie de poemas alude desde los títulos, en una por lo demás rara nota de humor, a diversas corrientes de la filosofía helenística: "Cínico", "Estoico", "Platónico", etc.

De lo moderno, entre otras fuentes, abreva Llull en el paganismo antropológico de Dylan Thomas, el que se recordaba niño y señorial en la colina de los helechos. Como en Thomas, en Llull hay algo de salmo bíblico, incluso en aquellos de sus poemas que admiten ser interpretados como alegorías del yo: "Así el gesto y el llanto / de una flor entre los hombres ("Las manos"). Cierta solemnidad en la presentación del dato autobiográfico, en el prolijo inventario de la propiedad privada como taxonomía del mundo, evoca al Leopoldo Lugones del Romance del Río Seco: "Junio de solsticio / siete de retorno / nací". Llull se presenta en este primer libro como un moderno temprano, casi un dandy a lo Proust, en su construcción del propio yo a través de un sentido aristocrático de identidad, origen, linaje y lugar, por más humildes que éstos sean en términos concretos.

La casa de los poemas y la de la niñez es la típica vivienda modesta de un barrio de la zona sur de Rosario, con terreno y parrillero; en este enaltecimiento de lo de uno encuentra Llull también antecedentes en la pintura local de Musto o Schiavoni. La musicalidad de su verso libre, reforzada por la recurrencia de elementos que son como personajes (el parrillero, el padre, el perro, el canario, la rosa china, el jazmín, el fuego) se funda en la cuidada alternancia de consonantes y vocales al modo de la poesía latina, lo que le otorga al conjunto de poemas una cadencia majestuosa, acorde con sus resonancias épicas y sacras. A veces el sacrificio de la sintaxis en aras del sonido lo lleva a incurrir en instancias de violencia contra la norma, que no se justifican dado que esta obra no se inscribe de lleno en una tradición de experimentalismo con el lenguaje. Es la única disonancia no buscada en su canto.

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