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Martes, 27 de octubre de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. ESTE VIERNES, VISITA GUIADA CON EL CURADOR Y EL ARTISTA

Las muchas vidas de Norberto Puzzolo

Fue artista conceptualista experimental, diseñador gráfico, reportero gráfico, retratista de artistas, autor de conmovedores collages, es fotógrafo comercial y en foto artística, poeta de las cosas y paisajista simbolista con una obra bella e inquietante.

 Por Beatriz Vignoli

Este viernes, a las 18, en el marco de las actividades de la Semana del Arte, se podrá recorrer El devenir de la mirada, la magnífica muestra retrospectiva de Norberto Puzzolo en el Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río) en una visita guiada con el curador de la muestra, Rodrigo Alonso, y con el artista. La visita promete un recorrido por las muchas vidas de Norberto Puzzolo (Rosario, 1948). Se sabe por esta exposición que fue artista conceptualista experimental, diseñador gráfico, joven fotógrafo, reportero gráfico de una época convulsionada, retratista de artistas, autor de conmovedores collages fotográficos en la posdictadura, solitario autor de autorretratos; es fotógrafo comercial y, en foto artística, poeta de las cosas y paisajista simbolista con una obra tan bella como inquietante.

La antológica de Puzzolo empieza y termina en color. Empieza con su experiencia conceptual "Las sillas" (1968) en el marco del Ciclo de Arte de Vanguardia organizado en Rosario por el Instituto Di Tella. Y termina con los austeros grises y pardos de su magnífica serie fotográfica "Los humos y los otros" (2009). Allí el artista parece haber encontrado algo que al mismo tiempo se parece a la paz bucólica del bosque y a la sensación de llegar tarde a la escena del crimen político que trasuntan, con crudeza y elocuencia a veces insoportables, sus fotos periodísticas de 1972 a 1974. Es que después de mirar aquellas tremendas escenas testimoniales, las misteriosas arboledas de "Los humos...2 en el último túnel aparecen cargadas de una inminencia metafísica. Un hilo conductor se tiende entre el joven de 27 años que se fotografía desnudo ante el espejo con una cámara de visor de 6 cm x 6 cm de alta gama (una Hasselblad, el último grito de la tecnología en 1975) y los autorretratos sombríos, técnicamente exquisitos, de la madurez.

Alonso se permite omitir algunos períodos: el informalismo derivativo y el minimalismo de 1967 o la emblemática experiencia colectiva Tucumán Arde (1968). Otra licencia poética suya es puntuar el recorrido con sillas amarillas densamente materiales, idénticas a aquellas que paradójicamente postulaban una desmaterialización de la obra de arte para neutralizarla como mercancía. La paradoja dispara múltiples interrogantes. ¿Son las mismas sillas? ¿Son otras? ¿Importa eso? En el texto curatorial Alonso plantea una idea fuerte, al menos desde el punto de vista de la relación entre vida, obra y época, que es la de contrastar ?Las sillas? con una de las fotos periodísticas de Puzzolo, la del atentado al bar Iberia. La idea de asomarse por la vidriera a la calle y ver qué pasa allí es común a ambos trabajos. En ambos es central el vidrio transparente, que (al igual que la lente de la cámara) permite ver afuera, en lugar del espejo azogado o el velo turbio de los autorretratos.

Se abre un debate posible partiendo de la pregunta por la pieza clave faltante del puzzle: ¿falta Tucumán Arde porque fue menos una obra artística que una acción política? ¿Falta porque Puzzolo, uno de sus coautores, reniega de ella? ¿O porque al ser un acto tan radical de ruptura de los productores de arte con la institución arte (incluso con ellos mismos en tanto artistas), se inscribió como un hecho en lo real de los límites del arte y no en el relato imaginario de la historia del arte? ¿Falta porque fue real y no parte del devenir del campo de la representación?

La exposición, tan ricamente ambigua como una obra, luego podrá visitarse hasta el domingo. Y despierta preguntas como las que detona Tucumán Arde: ¿Existe como tal aquello que llamamos artista? ¿Cuánta libertad creativa tiene el individuo? ¿O hasta qué punto la historia de un autor no es exactamente la historia de su época?

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Atentado al bar Iberia, 1974.
 
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