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Lunes, 19 de abril de 2010

CULTURA / ESPECTáCULOS › LA GRAN FIESTA DE COCO, COMEDIA FRANCESA AL MODO DE UNA FáBULA CON MORALEJA

Los peligros del hambre de poder

La película dirigida por Gad Elmaleh fue un éxito en Francia, pero aquí no despertó interés. El protagonista, un ejecutivo ambicioso y sin escrúpulos, recuerda a personajes dictatoriales. Al final del film, algunas cosas cambiarán.

 Por Emilio A. Bellon

Si bien Coco -título original del film que hoy comentamos- fue todo un éxito de público y de crítica en Francia, particularmente por la presencia de su reconocido primer actor, ya todo un ícono en el campo de la comedia, aquí en nuestro país no ha despertado, hasta el momento, convocatoria alguna. Y es que desde una promoción muy circunscripta al habla y modismos que el film va presentando, nos lleva a volver a sobre uno de los rasgos del concepto de humor, en relación con cada cultura.

No obstante, y desde estas consideraciones, La gran fiesta de Coco se puede definir para nosotros como una "comedia amable", que más allá de ciertas particularidades aborda cuestiones que competen a cada grupo humano, a situaciones de juego de poder y vaivenes familiares. Si Coco, este ejecutivo que piensa a la propia dimensión de su país desde su andar y desde la misma proyección de su sombra, es alguien que al principio del film recibirá la medalla de la Legión de Honor por su hallazgo en el campo comercial, sobre el cierre de su historia muchas cosas de su vida cotidiana comenzarán a cambiar.

Desde un tono hiperbólico que llega a espantar (y que nos lleva a pensar en ex presidentes y figuras dictatoriales), La gran fiesta de Coco es una narración que pone en el centro a la propia megalomanía por el poder, por las acciones ostentosas y que rompen con todo molde. Desde aquí, toda la historia asume el tono de una fábula vista a través de una lente de aumento que va sumando acciones y personas a partir de una convocatoria sobre lo que debía ser una cálida e intimista reunión familiar.

Retrato de la vida de un triunfador que ha comprado títulos y trofeos, Coco es captado desde los hechos cotidianos, en el seno de una tradicional familia judía. Coco es puro acto de exhibicionismo, de triunfalismo, piensa al mundo desde sus propios caprichos infantiles y todos los demás son una extensión de él. En delirantes pinceladas kitsch, que participan de la idea de que cada acto de su vida se monta sobre un escenario de estridentes espectáculos; Coco es, no obstante, alguien que igualó el afecto a compra y venta, a lo que su mandato dispone y que poco a poco irá asumiendo un progresivo concepto de pérdida, en relación con su esposa y sus dos hijos y con su fiel asistente Momo. En este sentido, y en dirección contraria a su forma de pensamiento, su madre pondrá en acto una estrategia que lo volverá a acercar a su entrañable mundo de queridos vecinos y habitados rincones.

El vacío y la soledad van asomando en tono de moraleja en esta comedia que nos lleva a pensar en algunos mandatarios que debimos soportar, desde un pervertido concepto de democracia, mediante gestos ampulosos y retórica grandilocuente. Así se nos presenta a Coco, alguien que exigirá que, en honor a la fiesta que él va a brindar (sin preguntar a quien recibirá el Bar Mitzvah, su hijo Samuel, si ese es su deseo) el día siguiente se declarado feriado nacional.

Pero un buen día las puertas de otro espacio le mostrarán que la vida puede llegar a ser de otra manera, en un final que nos motiva a evocar a Billy Elliot.

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Coco es un empresario exitoso, que entiende el destino de su país de acuerdo a su propia sombra.
 
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