Martes, 7 de septiembre de 2010 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › EL SABER UNIVERSAL. OBJETOS HISTóRICOS DE LA BIBLIOTECA ARGENTINA
La muestra se inaugura hoy, a las 20. El coordinador cultural de la institución, Rubén Echagüe, subraya la necesidad de rescatar el legado de los rosarinos ilustrados del Centenario.
Hoy a las 20, en el espacio de arte de la Biblioteca Argentina "Dr. Juan Alvarez" (Pasaje Alvarez 1550, Presidente Roca 731) se inaugura El saber universal. Objetos históricos de la Biblioteca Argentina, una muestra que conmemora el centenario de la colocación de la piedra fundamental de dicha institución con piezas que integran el patrimonio de la misma prácticamente desde sus inicios. El acto coincidió con el centenario de la Biblioteca Nacional y el 24 de julio de 1912 tuvo lugar el acto oficial de apertura, presidido por Joaquín V. González. "Una biblioteca es un laboratorio de observación, y un gabinete provisto de todos los instrumentos que la ciencia ha inventado para explorar lo desconocido", dijo el escritor en su discurso inaugural, parafraseando el comienzo del Fausto de Goethe.
Luego, el Círculo de la Biblioteca fundado ese año organizó el Primer Salón Nacional de Bellas Artes presidido por Roque Sáenz Peña, en 1913. Una de las obras que se exhibieron en esa oportunidad, un bajorrelieve de Tolstoi, obra del escultor rosarino Erminio Blotta, es hoy parte del acervo artístico en exposición permanente de la Biblioteca. Pocos saben que el Círculo de la Biblioteca, habiendo reunido hacia 1943 los fondos suficientes para comprar un terreno donde erigir su sede propia (hasta entonces, los conciertos que la Biblioteca organizaba tenían lugar en el propio salón de lectura), decidió en cambio comprar el Teatro El Círculo para salvarlo de la picota, ya que se hallaba abandonado. Rubén Vila Ortiz, Juan Alvarez (primer director de la Biblioteca; duró en su cargo aproximadamente un año) y Camilo Muniagurria (quien sucedió en la dirección a Alvarez) fueron los fundadores del Círculo de la Biblioteca en 1912. Durante las siguientes cuatro décadas la dirigió Alfredo Lovell, bibliotecario formado en España.
Rubén Echagüe, coordinador de actividades culturales de la Biblioteca Argentina, enumera algunos de los insólitos objetos de la muestra: "Una esfinge monumental provista de ruedas para poder transportarla, reproducciones de armas prehistóricas, un autógrafo enmarcado de Richard Wagner, un tubo conteniendo cenizas provenientes de una erupción en el Vesubio, un ladrillo de la Pirámide de Mayo". No falta una copia facsimilar de la Piedra de Rosetta, que permitió a Champollion descifrar la escritura jeroglífica, ni el calco de un busto esculpido por Miguel Angel en Roma hacia 1540, cuyo original se encuentra en Florencia. Réplicas que se traían por barco para familiarizar a la ciudad con un contexto cultural internacional, según relató ayer en entrevista telefónica Echagüe a Rosario/12, con una mezcla de orgullo y pena.
El conjunto articula el espejo de una visión imaginaria de lo que los rosarinos ilustrados del Centenario de la República entendieron por civilización, y que a la luz de las tecnologías del saber de entonces se encarnaba en la Biblioteca. Nutrirse del pasado más preclaro de Occidente parece haber sido una de las formas que tuvo la ciudad de proyectarse hacia el futuro. Como muchos de esos sueños no se cumplieron, las curiosas rarezas de la Biblioteca Argentina sufrieron las vejaciones del abandono, el desgaste material y la pérdida de su significado simbólico. El público local de hoy ya no es aquel que podía leer el idioma visual de alusiones clásicas y modernas de todas estas cosas que se hallaban archivadas y que Echagüe y su equipo, guiados por una sensibilidad estética, exhumaron y exhiben. Pero se corre el riesgo de que queden en meros trastos viejos si no hay historiadores que indaguen su pasado y cuiden así su sentido.
Y no los hay. Ante la pregunta de qué esfuerzos se hacen desde la curaduría de la muestra en esta dirección, Echagüe responde que "la curaduría es de orden estético" y que "la documentación no es muy abundante": hay una nómina de donantes pero donde no se especifica quién donó cada cosa. Interrogado sobre qué posibilidades habría de que la Municipalidad de Rosario destinara un presupuesto al módico sueldo de un historiador que se dedicara a investigar y sistematizar este legado invalorable, Echagüe deposita esperanzas en el secretario de Cultura, Horacio Ríos, quien tiene una buena relación con la actual directora a cargo de la Biblioteca Argentina, Liliana Romero; pero lamenta que, por lo demás, "hace rato que nos soltaron la mano".
Lo de legado invalorable no es una exageración. "Esperá que abro un cajón", dice Echagüe, mientras cuenta que por la Biblioteca pasaron primeras figuras de la cultura internacional, quienes dieron conferencias o conciertos. Todo eso, dice, consta en un relevamiento día a día prolijamente realizado por Alfredo Lovell, a máquina y guardado en copias mimeografiadas. Se lo puede buscar en el fichero como "Lovell, Alfredo: La Biblioteca Argentina" y se le pueden sacar fotos. Está en dos partes: una, del 27 de septiembre de 1909 al 22 de marzo de 1937, y otra desde esa fecha hasta el 31 de diciembre de 1946. "Para que te des una idea, en 12 días de 1933 hubo un concierto del pianista Arthur Rubinstein y dos conferencias del pintor mexicano David Alfaro Siqueiros".
Las dos conferencias de Siqueiros (se supone que por la misma época en que disertó en Amigos del Arte de Buenos Aires) fueron el 3 y el 5 de julio de 1933, informa Echagüe. "¡También estuvo el pintor italiano Filippo Marinetti explicando el futurismo!". ¿Cuándo? "El 25 de junio de 1926". La fecha hace pensar que podría haber venido con su colega porteño Emilio Pettorutti, quien ese año expuso en Buenos Aires; datos todos por los que los historiadores matarían. Pero hasta que la ciudad no asigne presupuesto municipal a un especialista, poco podrá aprovecharlos y ponerlos en valor.
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