Miércoles, 6 de octubre de 2010 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › "THE BOOK OF WRITERS", EL NUEVO LIBRO DEL ROSARINO ELVIO GANDOLFO
El libro es como una prolongación de la voz del autor, quien aquí además se disfraza un poco de Henry James para desplegar una hermosa prosa de largo aliento y pausas cadenciosas. Pero "The book of writers" evoca al mejor Cortázar.
Por Beatriz Vignoli
"A lo largo de los años la poesía de Rosario, o la poesía de los poetas de Rosario, me ha ido entregando líneas específicas tan necesarias y útiles para manejarme en la realidad como las de cualquier manual de armado y desarmado de un motor de automóvil", dijo el año pasado en el discurso inaugural del Festival de Poesía, con sinceridad indudable, el escritor, traductor, poeta, editor y periodista Elvio Gandolfo (Rosario, 1947). Gandolfo editó con su padre Francisco la revista El Lagrimal Trifurca, escribió libros de narrativa (La reina de las nieves; Ferrocarriles Argentinos) y de crónica (Omnibus; Real en el Rosedal), y para él la literatura se rige por una ética de fidelidad a la realidad: por eso acaba de publicar un libro excelente e inclasificable al cual él mismo en una de sus páginas, medio en broma, reconoce como "decimonónico". The book of writers, así, con título en inglés, salió de imprenta en agosto al cuidado de Caballo Negro Editora y reúne, en sus magras cien páginas, una serie de semblanzas: retratos escritos de escritores locales que la decisión, también muy ética, que toma el autor de mantener cada figura en el anonimato convierte en relatos de ficción.
A pesar de lo que podría dar a entender el título, el libro no está en inglés sino en ese castellano rioplatense de Gandolfo que es como una prolongación de la voz del autor, quien aquí además se disfraza un poco de Henry James (modelo literario al que expresamente se refiere en una Nota final) para desplegar una hermosa prosa de largo aliento y pausas cadenciosas. Pero, más que a James, The book of writers evoca al mejor Cortázar o a zonas de la literatura moderna en lengua inglesa como los sketches de Ring Lardner sobre la vida en un pueblo de Estados Unidos o las crónicas de sus amigos Scott y Zelda. Tomar apuntes del natural, borrar o cambiar referencias y que el resultado sea algo muy parecido a un buen cuento, y a la vez funcione como una especie de sensor capaz de traducir a literatura la atmósfera y las inquietudes de toda una época, eso hicieron los Fitzgerald en tiempos y lugares más centrales y así retrata Gandolfo a Rosario. Pero a la Rosario todavía pueblerina de los años ochenta y noventa, a la que veía en ráfagas de fines de semana con familia y amigos; estos relatos fueron escritos en los años noventa, cuando el autor iba y venía con asiduidad entre Rosario, Buenos Aires y Montevideo, y gustaba de demorarse en librerías y bares de su ciudad en encuentros con escritores más o menos ignotos que al lector de hoy le parecerán (lo son) de otro siglo.
Todos los relatos tienen un vector narrativo que los articula. El último y más emotivo de ellos, "Acto de desaparición", narra cómo un escritor apodado "El Zorro" (un personaje que tanto por la alta calidad de su obra inédita como por su mal carácter es tema de comentarios de los otros escritores en los relatos anteriores) se va borrando, cayendo de joven promesa a hombre gris, y todo eso a lo largo de una amistad de décadas cuyo relato deja una sensación de sobremesas infinitas, una vida bohemia por calles chatas. Con el tema de la dilapidación del talento Fitzgerald escribió tragedias. Sin embargo acá el tono elude la inflexión dramática y es más bien amable. No hay reproches. Hay toques de humor, como cuando El Zorro se les instala a los Gandolfo a almorzar todos los días y la madre del autor se ve obligada a tomar una decisión.
El primer y el segundo relato se fundan en aporías kafkianas: en uno, la falla inasible del "fallado" ("demasiado lenguaje, demasiado lenguaje", le diagnostica Gandolfo) y, en otro, la imposibilidad de llegar a ser amigo de un colega a pesar de que ambos, cómicamente, tratan de hacerse amigos durante años. Tiempo en cuyo transcurso el otro adquiere reconocimiento y fama internacionales, casi un Hemingway criollo a quien el autor no envidia para nada: no es por rencor que la amistad es imposible. El lector endogámico, es decir, el que además es escritor y pertenece al mismo campo social de la literatura que Gandolfo, disfrutará extra de estos textos autobiográficos. Así como en un policial clásico hay que adivinar quién fue, acá lo mismo, pero sin crimen. Ciertas referencias trucadas en este segundo relato apuntan en la dirección de un sospechoso. "Línea Clara" mal disimula al suplemento cultural Grandes Líneas, del diario El Ciudadano y la región, donde Gandolfo colaboró entre 1998 y 2000. Dedúzcase que reemplazó Santa Fe por Entre Ríos, ráspese "Universidad de Lovaina" hasta que aparezca una institución francesa y... voilá! (¿Sergio Delgado?).
Los siguientes tres relatos se tratan de mujeres. Quienes alguna vez hayan tenido que ganarse el pan dando talleres o clínicas de obra para redondear unos derechos de autor casi inexistentes a fuerza de magros, si bien Gandolfo declara (y creámosle) que jamás hizo nada de esto, no podrán dejar de reflejarse en ellos. Tanto la dama elegante que se acerca a los escritores para aprender de ellos como la joven talentosa devenida en amante son personajes descritos con cordial delicadeza, sin el menor tinte misógino. "Altiva" tiene algo de la encantadora precisión de las "Girls" de Zelda, donde se admira al personaje pero se dejan entrever las fatalidades sociales que subyacen a sus relaciones con los otros, y a las de los otros con el personaje. "Repetición en falso" y
"La distancia" siguen los avatares de unas relaciones que cruzan esa línea finísima entre el vínculo exclusivamente "literario" y el amor. A esta altura, el libro ya le ha entregado a su lector numerosas "líneas específicas necesarias y útiles para manejarse en la realidad".
Compartir experiencia es el principal objetivo de Gandolfo en The Book of Writers: no moralizar ni denunciar ni juzgar, sino simplemente compartir experiencia, con la literatura como un espacio lúdico de donde el lector sale más rico y sabio en humanidad que cuando entró. El pacto autor-lector se reformula como charla entre amigos, no a costa de un tercero sino transmitiendo lo que le pasó al autor con ese tercero. Por si fuera poco, se incluye un imperdible ensayo sobre las desdichas del traductor literario, escrito como ficción de ¿mala? traducción donde traduttore y tradittore se confunden.
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