CULTURA / ESPECTáCULOS › EL BARóN RAMPANTE, DE ITALO CALVINO, ILUSTRADA POR ADOLFO NIGRO
El artista rosarino trabajó la historia del joven barón que no quiere bajarse de los árboles con su mirada personal.
› Por Beatriz Vignoli
Para el artista plástico rosarino Adolfo Nigro siempre es "una maravilla" volver a su ciudad (donde nació en 1942). Y no es que esté muy lejos (vive en Buenos Aires) pero las charlas con amigos en algún bar junto al río son la ocasión donde desgrana sus obsesiones: el agua y la luna, y los libros y los viajes que acompañaron la irrupción de cada elemento en su obra (las figuras en su obra siempre "aparecen", misteriosamente).
Fue en un verano en Uruguay, en 1984 y todavía con la dictadura acechando, cuando el árbol de la casa donde vivía con su mujer y sus hijos se transmutó en el árbol al que sube Cósimo, el niño protagonista de la novela El Barón Rampante (1957), de Italo Calvino (autor predilecto, en una de cuyas obras halló la frase título "el peso de la luna"). A los doce años, Cósimo se sube a un árbol y decide no tocar más la tierra. "Todo lo que no sea las alturas es territorio enemigo", declara el joven barón. Algo de eso había en la realidad de ese momento, con la tierra tomada y los sueños en alto.
El lápiz de Adolfo Nigro se disparó y la carita de su hijo Joaquín (hoy un artista por derecho propio) fue el modelo del niño arborícola. Hojas, pájaros, peces voladores, naipes, nidos, cuchillos, estrellas, escaleras y el motivo recurrente del caracol de tierra lo acompañan, entremezclándose tales figuras como órganos que forman un solo cuerpo, caótico pero rebosante de vida, en torno al tronco del árbol y el pie sustentadores que operan como ejes de la composición, en una unidad indisoluble entre sentido y forma que evoca desde la gráfica las poéticas de la poesía que lo inspira.
Nada de todo esto tendría la menor actualidad si no fuera porque con los originales de la serie de los dibujos, que se encuentra expuesta, y con la presentación del libro que los reúne, dedicado a su hija Inés, hermosamente diseñado por Silvia González, con un texto de presentación de Guillermo Piro ("Días enteros por las ramas") y editado este año por Luna Verde, se inauguró en Mitre 1211 una nueva sede de Icaro, Instituto de Artes Contemporáneas de Rosario.
El nuevo local, de impecables paredes blancas y mobiliario al tono siguiendo un concepto decorativo de su director, Rodolfo Hachén, ofrece exposiciones y venta de obras de arte y objetos de diseño que complementan las actividades similares de la sede original en 1º de Mayo 1117, casa 2. Ambas funcionan simultáneamente y la expansión promete ser muy saludable, ya que inserta en una zona muy comercial del centro de Rosario un pequeño oasis de belleza artística y mucho más.
El sábado 27 la apertura del local, la presentación de Adolfo Nigro: Dibujos sobre El barón rampante de Italo Calvino y la inauguración de los 16 originales de la serie ("Después paró", exclama el artista, fiel a sus concepciones surrealistas acerca de la creación) fueron bienvenidas por un concurrido brindis y una lectura performance de poemas por esta cronista. Uno de los poemas estaba inspirado en un collage de Nigro, Jironada mar, realizado en Rosario en ocasión de la apertura de su muestra el año pasado en la otra sede de Icaro; una reproducción del collage se proyectó durante la lectura. El que un texto dispare imágenes o una imagen devenga texto es un movimiento constante de realimentación en la obra de Nigro, que se nutre de influencias constructivistas pero donde al mismo tiempo la forma es como una red de pesca abierta a los azares objetivos que aportan las lecturas y, sobre todo, las experiencias de vida.
Nacido en Rosario y radicado en Buenos Aires, Nigro vivió unos años en Montevideo. Allí fue discípulo de José Gurvich, quien integró a su vez el taller del constructivista Joaquín Torres García, a partir de cuya concepción simbólica y humanista del arte el rosarino comenzó a integrar dibujos y palabras. "Dominios naturales, con los versos de César Bandin Ron, en el año 1982, fue mi primera colaboración con un poeta. Con él volvimos a trabajar en 1998 en Plancton", contó el artista a Fernanda González Cortiñas. "En su versión de El barón rampante, Nigro combina su propia estructura constructiva con la de la novela", escribió Fabián Lebenglik. "Los 16 trabajos de la serie, a través de figuras imbricadas y yuxtapuestas, exhiben micromundos compuestos de formas distinguibles y arremolinadas en un ritmo circular. Todo parece girar, desplazarse y entrelazarse en relaciones insólitas. Los objetos se continúan unos con otros". No se debe confundir este libro con el publicado hace unos años sobre la misma serie por el coleccionista Gregorio Gordon, donde ya estaba el texto de Piro. Aquí el diseño tiene un gran protagonismo (que no opaca en modo alguno al de los dibujos) y la idea de González de tomar detalles de los dibujos e incluir frases de la novela de Calvino copiadas a mano por el artista, con sus figuras recurrentes funcionando a modo de viñetas, crea un discurso gráfico propio que fluye a lo largo de las páginas en blanco y negro, con mucho blanco alrededor igual que en la luminosa sala de arte recién estrenada.
Sólo hay color en el dibujo de la tapa: el verde de los árboles, un celeste crepuscular y un detalle muy importante. La nube con la luna adentro, según cuenta el artista, fue vista exactamente así en una playa uruguaya en aquel verano de 1984, en uno de sus paseos y conversaciones en compañía de Abraham Haber, especialista en simbolismos y mitologías, intelectual de cuño junguiano. Un dato que revela el sentido de la obra nigreana como un ámbito mágico, no exento de influencia sobre el mundo (casualmente, el nigredo era la materia primordial de los alquimistas), en el que puede encontrar su voz en imágenes el lenguaje de las cosas del mundo.
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