Martes, 9 de agosto de 2011 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. MARCIA SCHVARTZ. PASIONARIA, HASTA EL 22 DE AGOSTO EN OSDE
Unas cien obras de cuatro décadas pueden apreciarse, divididas en tres ejes temáticos. La artista y la curadora de la muestra, la docente universitaria rosarina María Laura Carrascal, dialogarán este jueves a las 18 con el público.
Por Beatriz Vignoli
Hasta el 22 de agosto puede visitarse en el Espacio de Arte de la Fundación Osde (Oroño 973) la muestra Marcia Schvartz. Pasionaria, en la que se exponen unas cien obras de cuatro décadas, entre pinturas, dibujos y esculturas en cerámica, de la artista argentina Marcia Schvartz. Ella y la curadora de la muestra, la docente universitaria rosarina María Laura Carrascal, dialogarán este jueves 11 a las 18 con el público en el auditorio de Osde. La actividad, de entrada libre y gratuita, es de cupos limitados y hay que inscribirse al 08005556733. La muestra puede visitarse de lunes a viernes de 12 a 20 y los sábados, domingos y feriados de 17 a 20.
Marcia Schvartz (Buenos Aires, 1955) estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes "Manuel Belgrano" y en los talleres de Ricardo Carreira, Aída Carballo y Luis Felipe Noé. Fue militante de la Juventud Peronista y vivió exiliada en Barcelona durante la última dictadura militar. Goza hoy de reconocimiento internacional. María Laura Carrascal es investigadora del Centro de Investigaciones del Arte Argentino y Latinoamericano (Ciaal). Licenciada en Bellas Artes por la UNR, en cuya Escuela de Bellas Artes es docente de la cátedra de Arte Argentino, estudia desde el año 2006 la obra de Marcia Schvartz. Uno de esos trabajos fue publicado completo en el libro Fondo (Capital Intelectual, Buenos Aires, 2009). Carrascal dividió la muestra en tres ejes temáticos. En el cuarto piso, Hombres y autorretratos, la artista reelabora el género clásico del retrato y "desarticula la tradición histórica del artista varón que retrata mujeres, invirtiendo su sentido". El quinto, Naturaleza salvaje, trata lo nativo de América, tanto en lo humano como en lo vegetal y del paisaje. El sexto, Recuerdos de Latinoamérica, incluye collages y pinturas basadas en souvenirs de viajes.
"Por todas partes un combate y antítesis de los verdes y rojos más diversos", le escribía Vincent Van Gogh a su hermano Theo en un intento de describir su "Salón de Billares", acaso un perfecto precursor finisecular de la pintura de Marcia. Colores opuestos de igual luminosidad, símbolos de la pasión, de Marte y Venus, de la sangre y la savia, el rojo y el verde son los emblemas de esta muestra. Carrascal se adentra en el neoexpresionismo de Schvartz a través de lo que su pintura representa: el cuerpo sujeto al tiempo, la intimidad como espacio de indagación de la identidad, y la selva paraguaya como un centro vital análogo al Urwald, la floresta primigenia de los expresionistas alemanes. Es fuerte el contraste entre los sobrios retratos del cuarto piso y los magentas, esmeraldas, naranjas y azules que estallan en el quinto para expresar un ámbito auroral: lo edénico americano, el mundo de lo que recomienza. Una pieza central de la primera serie de desnudos masculinos, "Tango" (1986), pintada en el retorno de la democracia y en el regreso de la artista al país, parece dialogar con "La Chola" de Guido y "El despertar de la criada" de Sívori. En este caso es un hombre el que se mira al espejo, rodeado por sus austeras pertenencias en un interior típico de barrio porteño. La mirada del modelo sobre sí se reitera en la adolescente guaraní o mocoví de "Acerca del descubrimiento" (1991), que mira un hilo de sangre menstrual fundirse con el agua del río.
Sangre, pintura y agua encarnan lo que fluye, y al plasmar el presente urgente Schvartz no cesa de aludir a la historia de la pintura, entrando en tensión con ella. En "Caraguatá" (1992), es un potente cuerpo masculino el que se tiende dormido bajo la luna y ofrecido a la mirada, como la Gitana dormida de Rousseau. Un motivo religioso, el del martirio de San Sebastián, aparece resignificado como ícono gay de la era del sida en el retrato inconcluso del marchand y amigo Alejandro Furlong (1986). Toda una galería de rostros masculinos morochos, de fuerte impronta criolla, evocan los de Juan Grela. Y es una mujer la que se asocia ambiguamente con la luna y la sangre en "Matanza" (2006). Si los cuerpos demasiado reales del cuarto piso padecen el dolor de existir, los del quinto son bellos espectros transfigurados, míticos. Las intensas y concisas pinceladas de Schvartz unen la ferocidad a la ternura. Los autorretratos son crueles, pero la ternura prevalece en los retratos de su pareja y de su hijo. Es delicado el modo en que su ubicación alude al ciclo vital, mediante la semejanza y la continuidad entre los del hijo saliendo de la adolescencia y los de la artista en la primera juventud.
Capítulo aparte merece la técnica. Es una pintura diluida como acuarela en los años 70, espesa y cruda en los 80, radiante y psicodélica en los 90 y la década pasada, mientras que en las obras más recientes Schvartz cambia el pincel por la barra de pastel o carbonilla y el lienzo por la arpillera. Una técnica dibujística exquisita realza los humildes materiales. El hijo, Bruno, es dibujado al vuelo con el pincel con ideogramática síntesis; y un retrato al pastel de su compañero, el artista gráfico Coco Bedoya, lo capta en setentista campera de jean como si esa tela fuera de mucho antes en el siglo, en los tiempos de transición entre el expresionismo y la Nueva Objetividad, dos influencias europeas clave en la obra de Schvartz.
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