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Miércoles, 14 de marzo de 2012

CULTURA / ESPECTáCULOS › PRESENTAN: ROSARIO, FICCIONES PARA UNA NUEVA NARRATIVA, ANTOLOGíA

Una respuesta a la Joven Guardia

El libro prologado y compilado por Carolina Rolle reúne cuentos de escritores que no superan los 35 años. Hoy, a las 20, en el Centro Cultural Parque de España, será la presentación que también tendrá música electrónica en vinilo.

 Por Beatriz Vignoli

Hoy a las 20, en el Túnel 4 del Centro Cultural Parque de España de Rosario (Sarmiento y el río) se presenta el libro Rosario: Ficciones para una nueva narrativa, Antología. Compilado y prologado por Carolina Rolle, reúne cuentos de Agustín Alzari, Federico Ferrogiaro, El niño C (seudónimo de Cristian Molina), Francisco Pavanetto, Natalia Massei, Matías Piccolo y Sebastián Bier. Es el segundo título de la nueva editorial local Baltasara Editora, y el primero de su colección Narrativa, dedicada a "obras de escritores actuales", según informó a Rosario/12 su editora, Liliana Ruiz, hija del legendario librero y editor español radicado en Rosario, Laudelino Ruiz, que tuvo su propia editorial entre 1930 y 1972. La presentación, coherente con la estética contemporánea de los relatos, contará con la música electrónica en vinilo del DJ Guillermo de Caminos.

"Este libro es una respuesta a La joven guardia", contó en una extensa entrevista con Rosario/12 Carolina Rolle, quien se refiere a la antología compilada en 2005 por Maximiliano Tomas. "No es solamente Buenos Aires lo que está produciendo. Acá hay una ciudad, una ciudad importante como Rosario, que también está hablando del presente".

Al igual que Tomas siete años antes, Rolle (29 años, Licenciada y Profesora en Letras, Doctoranda y Becaria de Conicet por la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario) definió "joven" como "menor de 35". Analizando las biografías al final del libro se sitúa al más "viejo" de su selección en la clase 1974 (los decanos de La joven guardia eran autores nacidos en 1970). "Liliana me llama y yo empiezo a buscar escritores. Yo ya tenía pensado qué autores me interesaban. Autores a los que conocía, en parte por la Facultad, otros por las lecturas en los bares, después los talleres que uno más o menos sabe que existen y que funcionan. La idea era convocar chicos que formaran parte de una misma franja generacional, que tuvieran menos de 35 años. Me interesaba que estuvieran produciendo, que tuvieran el oficio de escribir. Y que no tuvieran muchas publicaciones. Porque justamente la apuesta de la editorial era buscar que fueran emergentes, que no fueran escritores consagrados todavía. Ellos me mandan varios cuentos. Yo selecciono de esos cuentos uno. Edito y hago sugerencias. Y eran textos con estéticas muy distintas, lenguajes muy diferentes. Hay varios cuentos donde hay una búsqueda de un lenguaje. No lo explicité en el prólogo pero cada cuento mantiene una estética distinta, no sólo a nivel literario sino a nivel explícito en cómo están estructurados los párrafos, las letras, la tipografía. Porque la idea era mantener lo que cada autor había construido como el espacio de su texto. No era tarea sencilla encontrar una unidad en estos relatos. Pero en algo me parece que hay una unión. Y es que todos están trabajando en pensar de manera crítica el presente, sobre las relaciones interpersonales, esta cuestión del yo mucho más fuerte que el nosotros. Yo creo que eso se corresponde con la cuestión del no poder narrar la experiencia, entonces encontrar en la fragmentariedad del espacio vacío, en lo no dicho, la posibilidad de decir. Y, de ahí, la partida por una búsqueda. Yo creo que cada cuento es un laboratorio de construcción de lenguaje. En todos los cuentos uno se encuentra con esa búsqueda y esa necesidad de encontrar un lenguaje que hable de este presente".

A ese presente inenarrable estos autores se enfrentan con todo un bagaje de modelos literarios. Lenguajes que van del diario online, el correo electrónico y el teléfono móvil hasta la composición escolar, el animé bélico y la canción, pasando por violentas discusiones intelectuales densas en referencias y rayanas en el ensayo, componen el collage de recursos con que cada uno elabora un estilo singular.

El ingenio satírico y la concisión aforística del panóptico rural que retrata con ácido trazo Agustín Alzari en Interín Roloi; el suntuoso modernismo naturalista y la atávica hondura psicológica con que Federico Ferrogiaro ambienta El mensajero en un entorno isleño local donde (como quien no quiere la cosa) planta una posible glosa de El narrador de Walter Benjamin; el rescate a lo César Aira que hace Cristian Molina de las voces y costumbres anacrónicas de un pueblo de provincia para narrar la muerte desde el punto de vista de un niño en Atorados con aire; el vértigo en el límite de lo legible de Nuevos dioses, donde Francisco Pavanetto cruza el guión de cine bélico de animación con una prosa poética paranoica a la manera de William Burroughs para contar una guerra tan llena de grotesco y fantasía que a lo mejor sucedió sólo en la mente; la tierna y absurda comedia negra urbana, casi una novela de cámara desde múltiples puntos de vista, que desarrolla Natalia Massei entre dos departamentos de un mismo edificio rosarino en Muerto; el literal descenso a los infiernos que propone Matías Piccolo en su fábula sobre la generación anterior, El nuevo, que comienza con una bellísima imagen de la luz de la mañana en la ciudad y cierra con un planteo existencial demoledor; el humor racional con que un pesimista moral muestra cómo construyó su fatalismo, entre la mañana y la noche, en el realismo sucio de Chaci﷓Nation (Nación Chacinación), de Sebastián Bier: la riqueza parece inagotable. La literatura rosarina se renueva, y esto recién empieza.

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Carolina Rolle buscó diversidad de estéticas y lenguajes, en lo que concibió como un laboratorio.
Imagen: Alberto Gentilcore.
 
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