Lun 08.05.2006
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › OPERA PRIMA DE RODRIGO MORENO, CON PREMIOS INTERNACIONALES

Los grises bordes de la obediencia

Rubén, el custodio, suele pasar inadvertido,
en una zona gris. Pero eso es solo el preludio
de otros sonidos, terribles, que vendrán.

› Por Emilio Bellon

EL CUSTODIO 9 puntos

Argentina, 2005.

Guión y dirección: Rodrigo Moreno.

Fotografía:Bárbara Alvárez.

Música: Juan F. Jusid.

Intérpretes: Julio Chávez, Osmar Núñez, Osvaldo Djeredjian, Adrián Andrada, Julieta Vallina, Elvira Onetto.

Duración: 105 minutos.

Salas: Monumental y Showcase.

Él está allí, con la mirada fija en un incierto punto, sentado, como pocas veces lo hace, frente al volante. En el interior del auto, su camisa blanca repite el cromatismo lineal de todos los días y, en tal caso, guarda cierta igualdad con el color del rosario que pende del espejito. Allí, sentado, ahora está solo, en ese mismo lugar que por lo general es ocupado por otro, del que seguramente no conocerá nada de su historia. Y por tanto, el otro respecto de él.

Se llama Rubén y puede llegar a tener más de cuarenta años. Elige vestir siempre de la misma manera, cuando está de servicio, cuando todas las horas marcadas por un contrato están subordinadas a las idas y venidas de un ministro de Planeamiento. Pocas veces llega a intercambiar algunas palabras diferentes de las que marcan enfáticamente voces que confirman su presencia y su siempre estar dispuesto para servir. Como ciegamente lo hacía aquel mayordomo que de manera ordenada y casi sonambular repetía todos sus actos de consentimiento frente a los pedidos que se hacía escuchar en el interior de una aristócrata casa inglesa. En aquellos años `30, teñidos y amenazados por simpatías riesgosas hacia los nuevos totalitarismos, Anthony Hopkins era aquel insomne mayordomo en Lo que queda del día, tal vez, a mi parecer, uno de los films más logrados y críticos de la dupla J. Merchant-James Ivory.

En esta opera prima de Rodrigo Moreno, ya presentada y galardonada en los festivales de Sundance y Berlín, cuyo nombre El custodio recorta de un paisaje una lánguida silueta, se nos propone seguir de cerca, instalarnos las más de las veces en un sitio cercano al del personaje, y transitar los repetidos caminos y sostener una por momentos insostenible espera. Y es que la distancia entre nuestra mirada y la del personaje sólo se mide en términos de una espacialidad que por momentos de instala como nuestra.

Historia de silencios y de una locura, que estalla en la voz de otro personaje, que en su manifiesta conducta repite incansablemente un discurso que parece no tener fin, El custodio es un film que pone en escena el tiempo y la mirada, por momentos desde una descripción que intenta aquilatar cada instante, como el efecto que genera ante nosotros la presencia de una tensa y ajustada cuerda de acero. En la historia de este tal Rubén, cuya historia familiar desnuda el desgarro de la ausencia del amor sólo caben pequeños intervalos que le permiten intentar buscar algún que otro desvío respecto de su rutina cotidiana.

En el campo de su trabajo, sujeto a los vaivenes y caprichos, mandatos e imposiciones, Rubén se ubica a algunos metros de su jefe a la espera de órdenes, que muchas veces lo llevan a ser exhibido totalmente para luego ser olvidado; como ocurre cuando su jefe le pide que haga un dibujo (retrato de su invitada extranjera) el que será motivo de un fugaz festejo para luego quedar perdido entre tantos otros objetos. Rubén observa, Rubén comienza a sentir cada vez más el tono burlón de lo que significa ser un custodio. Rubén ve cómo otros burlan su presencia. Rubén calla.

En algunas ocasiones, Rubén cambia su traje oscuro y camisa blanca por una ropa severa casi informal. Y es cuando de pronto se anima a golpear otra puerta, donde una mujer le devuelve el rostro de lo que es la prostitución, como si de él mismo se tratara. Entre ambos ámbitos, el que define su vida laboral y el que marca alguna escapada, la diferencia es sólo formal, ya que la sumisión y el pago por ello se evidencian con su mueca más grotesca.

Desde una planificación que tiende a ubicar al personaje como un punto en el espacio o como una columna más de un edificio de finanzas y de grandes transacciones, El custodio se puede pensar como un film de personaje que reconstruye un repetido recorrido, captado en un punto neutro, en la zona intermedia del gris. Pero, que simultáneamente, va permitiendo que escuchemos otros sonidos, ajenos, distantes.

Para quien escribe esta nota, una de las secuencias del film, la que tiene lugar en el restaurante chino, ámbito en el cual se decide festejar el cumpleaños de Rubén, puede llegar a funcionar como la que permite el encuentro de las líneas temáticas marcadas anteriormente y la que anticipa la impensada acción posterior. Con trazos que apuntan a componer un grotesco, los miembros de esa familia se disponen a ese encuentro celebratorio, situación que se representa desde actitudes claustrofóbicas, dominadas por un crescendo rítmico y que se ven subrayadas por un hecho, micrófono en mano; como la que, parcialmente se manifiesta en el salón comedor de aquel hotel uruguayo en el film Whisky.

Pero volvamos a aquellos otros sonidos. A los que se empiezan a insinuar desde aquel momento en que Rubén, mirando a través de un ventanal, le acerca a otra silueta, que está a unos metros de él. En otro de los tantos momentos de tantas esperas, Rubén observa que allí afuera está el mar, y descubrirá con asombro cuán lejos está de él. Lo que sí sabe y tal vez es su única certeza, es el movimiento milimétrico que marca la distancia entre su mano y el revólver, que protege calladamente bajo su saco.

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