CULTURA / ESPECTáCULOS › TERCERA PARTE QUE NO EMPARDA A LAS ANTERIORES
› Por Leandro Arteaga
MISIÓN IMPOSIBLE III 4 puntos
(Mission: Impossible III) EEUU, 2006
Dirección: J. J. Abrams.
Guión: Alex Kurtzman, Roberto Orci, J.J. Abrams.
Fotografía: Daniel Mindel.
Música:Michael Giacchino.
Montaje: Maryanne Brandon, Mary Jo Markey.
Intérpretes: Tom Cruise, Ving Rhames, Philip Seymour Hoffman, Keri Russell, Jonathan Rhys Meyers, Laurence Fishburne.
Duración: 126 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
¿Puede un film justificarse desde la recreación -reconozcamos que magnífica- de situaciones repletas de acción? Si respondemos afirmativamente podemos, entonces, entender Misión Imposible III como una buena película. Pero si lo hacemos negativamente vamos a poder, justamente, decir lo contrario. Y para fundamentar esta segunda postura podremos, debidamente, remitirnos a las dos anteriores entregas. En otras palabras: al lado de la narrativa artesanal de Brian De Palma o de la coreografía musical-violenta de John Woo -realizadores respectivos de los dos films previos-, ¿qué es lo que la tercera parte tiene para ofrecernos?
Habíamos dejado de lado las escenas de acción como único soporte narrativo. En el presente film, no hay duda, las mismas son desbordantes. Pero, mientras que a Brian De Palma le basta con un plano detalle, sobre una gota de sudor, para alterar la paciencia del espectador, el nuevo film se dedica a citar, varias veces, situaciones de las películas anteriores aunque con una absoluta carencia de suspense.
¿Cuál es, entonces, la intriga que nos propone? ¿Saber si la noviecita de Etahn Hunt será, finalmente, muerta con el disparo del malvado Davian (Philip S. Hoffman)? ¿Averiguar lo que de veras significa el nombre-clave "pata de conejo"? Para el caso, mejor será detenerse en obras maestras, tales como Tuyo es mi corazón (1946, Alfred Hitchcock) o Bésame mortalmente (1955, Robert Aldrich).
Etahn Hunt (T. Cruise) ha debido, primero, soportar el juego de máscaras al que lo somete De Palma, con la correspondiente corrupción moral de todos los personajes; segundo, hubo de renacer desde la reformulación que le provocara John Woo, en donde será marcado, literalmente, por una gran cicatriz. Para, finalmente, terminar como un esposo feliz cuya esposa sabrá, dadas las circunstancias, cuándo matar.
Existe, hilando fino, alguna razón económico-militar que moviliza el argumento y las traiciones. En el medio del maremagnum de acontecimientos, ello no queda más que como un dato anecdótico y pequeñamente lúcido, tan olvidable como la cicatriz que, mágicamente, ha perdido el rostro de Ethan Hunt.
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