Martes, 16 de mayo de 2006 | Hoy
César Baracca -un rosarino que actualmente vive en Londres- expone en el MACRO. En sus obras convergen el mosaico que trata de volverse cada vez más mimético en su competencia con la pintura.
Por Beatriz Vignoli
No todo lo que brilla es oro: también puede ser una tarjeta de crédito. Descubrir esto, para el pintor conceptual César Baracca (Rosario, 1959) significó una revelación fundamental. De allí surgió una serie en curso integrada hasta ahora por cuarenta obras, de las cuales veinte pueden verse hasta el domingo 4 de junio en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Oroño y el río).
Esta es su primera muestra individual en la ciudad. Realizó su primera muestra individual hace apenas dos años en la National Portrait Gallery de Londres, que adquirió una de sus obras. Pero en Rosario, hasta ahora, siempre había mostrado con los grupos Rozarte y La Vaca: primero, en su etapa fundacional, allá a fines de la década del 80 y comienzos de la del 90, y luego en la reunión del grupo La Vaca en el Museo Castagnino, en septiembre del 2000. Formado en la especialidad Pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, Baracca emigró dos veces: una a Roma y otra a Londres. Desde 1991, sólo ha vivido unos meses en el país. Sin embargo, sigue siendo un rosarino de ley: regresa año tras año, se mantiene leal a sus amigos y se alegra de ver cambios positivos en su ciudad.
Lo primero que se ve al ingresar al primer piso del MACRO es una hilera multicolor y sin título de pequeños objetos enigmáticos, cada uno del tamaño y el brillo aproximados de un azulejo de baño, prismas de base cuadrada de 20.5 x 20.5 x 3.5 cm para ser exactos. Sobre la pared más larga, cuelgan unos planos monocromos, casi minimalistas de tan abstractos. Los cubre íntegramente una superficie de lustrosas escamas cuadradas de menos de un centímetro de lado. En la pared chica del fondo, comienzan las citas posmodernas: las sencillas imágenes que aparecen, construidas a partir de bocetos en la pantalla de la computadora y pixeladas por el minucioso trabajo de patchwork, pueden remitir tanto a la pintura de un maestro abstracto del siglo veinte como al isotipo de la tarjeta VISA. Recién cerca de la salida, el nacarado material delata su origen: se trata de tarjetas de crédito, que dejan ver sus hologramas y hasta sus nombres y números, que el relieve a presión del plástico asemeja al de algún muro conmemorativo o lápida. "Para mí son como jardines zen, pequeños centros de autorreflexión, espejos. Cada uno va a ver lo que quiere: la realidad puede mirarse desde distintos puntos de vista", dice este artista posmoderno que, en sintonía con la época actual, ha renunciado tanto a la pura abstracción como a la representación realista mimética modernas para ofrecer, a la contemplación sensible, pedazos de realidad. "Cuando se venció mi tarjeta de crédito", cuenta, "me llegó un mensaje de la compañía: 'Corte su tarjeta'. Distraído, mientras miraba una película, la corté. Primero, en dos. Luego en cuatro. Luego en ocho. ¡Cuando me quise acordar, tenía en la mano un rompecabezas hecho de lentejuelas!".
A partir de esta experiencia, Baracca puso en juego toda una trama social. "Quería involucrarme con personas no artistas en un proyecto artístico. Buscaba un material que me lo diera la gente. Quería que fuera algo personal, cargado de energía." Todos los donantes de tarjetas están nombrados en la contraportada del catálogo. "Hay representados 20 países del mundo", agrega, con pasión de filatelista, y destaca el entusiasmo que despertó su propuesta. "Mis amigos norteamericanos me mandan un sobre por mes con veinte tarjetas." (No todas las tarjetas estaban vencidas, lo que da cuenta de una relación de confianza.)
Otro secreto: la tarjeta de crédito tiene las proporciones del rectángulo aúreo. El arte del Renacimiento, el del prerrafaelismo inglés y el de la antigüedad juegan un rol importante como influencia (además de por supuesto la abstracción pospictórica de los 60, el NeoGeo de los 80 y el conceptualismo de los 90) en la pintura de Baracca. "Pienso el material como color", dice. La pintura, para él, es un concepto visual, que abarca al mosaico. "¿Qué es lo primero que veo cuando llego a Roma? Mosaicos. Todas las casas romanas tenían mosaicos. La técnica del mosaico tiene 4000 años. El más viejo del mundo está en Irak, ex Babilonia. El mosaico es una estética imperialista. Los mosaicos aztecas, la cabeza de jade, la serpiente de jade: los veo todos los días en el British Museum." César Baracca trabaja allí desde hace unos cinco años a cargo de Visitors' Service, en relación con la empresa de arte, comunicación y tecnología que provee los MP3 informativos para acompañar el recorrido del museo. "The British Museum es la musa del artista", añade, y juega con las palabras: mosaico, museo, musa. En su excelente texto de catálogo, Ana Lía Gabrieloni explica cómo convergen en esta obra dos tendencias en pugna: el mosaico que trataba de volverse cada vez más mimético en su competencia con la pintura, y la pintura que adquirió el volumen tridimensional de la escultura. Hasta en su durabilidad, estas obras teseladas participan del arte del mosaico: "500 años es lo que tarda el plástico en destruirse. En el futuro, caminaremos sobre plástico...".
Es inevitable para él la relación, aunque lateral, con la ecología y el reciclaje. También, más centralmente, con el consumo (individual, en esta etapa del capitalismo), y con la crítica al consumismo desaforado. ¿Cómo fue recibida esta obra en Londres? Muy bien: "Surgía todavía un mayor interés cuando descubrían el origen del material". Este efecto sorpresa, calculado previamente por el artista, es un insight instantáneo. Para no obstruirlo es que la obra tiene que ser lo más enigmática y simple posible. Ello explica la homogeneidad de tamaños, la falta de títulos y la casi total ausencia de imagen. "Quiero que el material sea la vedette de la obra. Es un material con todo el poder. Atrae, el brillo seductor del material. ¡El plástico es lindo!".
Otro dato: cada obra le lleva entre 150 y 200 horas. ¿Precio? "Allá", entre mil y mil quinientas libras. Un rápido cálculo mental demuestra la relativamente baja rentabilidad de estas obras: por ahora, en cada venta, Baracca gana como un simple oficinista de por acá nomás. Pero no se queja. Al contrario. Londres, como a Woody Allen, le hizo bien. "En Londres, el arte contemporáneo no asusta a nadie", relata. "Está por un lado la colección Saatchi de brit art (Young British Artists). Los artistas de Saatchi se consagran mostrando en la Tate Modern Gallery, espacio oficial. Saatchi compra una obra a 2.000, y sube su valor a 200.000. Yo veo al dinero como arte; él ve al arte como dinero", agrega con desdén.
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