CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA POEMAS, BOGA Y CUMBIA, TODA UNA FóRMULA DE LA FELICIDAD
La vigésima edición del Festival Internacional de Rosario se celebró con un libro y un emotivo maratón, al sol de la Plaza Montenegro. Nada más que tres días alcanzaron para mantener viva la llama del arte de la palabra apasionada.
› Por Beatriz Vignoli
Sólo tres días duró este año el Festival Internacional de Poesía de Rosario, en su vigésima edición que fue celebrada con un libro y un emotivo maratón de poetas rosarinos al sol de la Plaza Montenegro el sábado pasado. Cuando esa noche, a las 9 y media, con una lectura de sus textos en el Teatro Príncipe de Asturias, cerraron el evento tres grandes poetas: Maricela Guerrero (México, 1977), Mirta Rosenberg (Rosario, 1951) y Diana Bellessi (Zavalla, 1946), la sensación fue la de que esos tres días alcanzaban para afianzar la vigencia de la poesía y mantener viva la llama de ese arte de la palabra apasionada.
Poco pero bueno y cercano: si bien se lucieron (entre otros extranjeros) un haitiano, una dominicana radicada en Nueva York y una alemana residente en Gales, lo que queda en la memoria son los versos imaginativos y contundentes de varios autores nacidos en los años 60 por acá nomás: Gabriela de Cicco (Rosario, 1965, autora de Queerland y Diario de estos días), Juan Desiderio (Buenos Aires, 1962), Marcelo Cutró (Santa Isabel, 1967), Ricardo Guiamet (Rosario, 1959), Osvaldo Bossi (Ciudadela, 1963), Bárbara Belloc (Buenos Aires, 1968) y el fascinante Mario Ortiz (1965), poeta nacido en Bahía, en Bahía Blanca. Son voces que arman el mapa de una generación, la de los curadores del Festival (Osvaldo Aguirre, Daniel García Helder y Pablo Makovsky), quienes siguen apostando a jóvenes como Alejandra Benz (que publicó este año su libro Torta alemana, uno de los cuatro títulos con que Iván Rosado ediciones inauguró su colección Brillo de poesía joven) o la luminosa revelación paranaense Daiana Henderson (directora del fanzine Pegaláctico). Desde la sugerente reiteración de un mismo verso ("Yo soy el jardinero de la familia") por el rosarino Bernardo Orge hasta el uso musical del octosílabo por el marplatense Matías Moscardi (en su poema, prosa feteada casi, "El ansia"), pasando por la síntesis hegeliana entre objetivismo y neobarroco del santafesino Santiago Pontoni (con imágenes híbridas donde se cruzan lo bucólico y lo tecnológico, en un castellano violentado por el inglés y la ciencia), los poetas jóvenes demostraron que la poesía sigue reinventándose.
Un espectro sobrevuela estos experimentos y es el de Leónidas Lamborghini, cuyo texto Eva Perón en la hoguera fue dicho con todo el cuerpo y el arte teatral por Cristina Banegas: un hipnótico monólogo donde un discurso político triturado hasta las astillas dejaba resonar desde sus fisuras la verdad humana de la líder del título. Otra mujer performática y carismática fue Josefina Báez, dominicanuyorican con toda la actitud bad que su particular exilio le exige día a día, capaz de jugar con todo el swing entre dos lenguas pero siempre aferrada a su mixta identidad. La performance de la cordobesa Cuqui fue todo lo contrario: un extraño acto colectivo de renuncia y de introversión donde los oyentes debían velarse y meditar, creando un clima de frágil delicadeza ("lo estás arruinando", le reprochó el traductor y poeta Jorge Fondebrider a esta cronista, que ni intentó la concentración).
Los muertos homenajeados fueron Beatriz Vallejos y Rubén Sevlever, en sendas presentaciones de libros que se contaron entre lo más convocante. En la apertura recibieron su justo homenaje los que trabajaron estos 19 años para hacer posible el Festival; entre ellos, Lidia Morales, esta vez al otro lado de la mesa, el de la poeta invitada. La vitalidad de este Festival radicó en sus trabajadores, los sacrificados puesteros de la Feria de Ediciones Independientes, trajinados de aquí para allá por los estragos de la humedad en el edificio del Centro Cultural Parque de España, de pie todo el día pero poco reconocidos a la hora del voucher para la cena y la fiesta. El arte productivo de hacer libros encontró sus voces en la mesa de estos editores, donde desgranaron sus estrategias, entre otros, el venadense Nicolás Manzi (El Ombú Bonsai) y Funes, un país en sí mismo. Un editor, poeta y traductor del barrio de Flores resumió a Rosario: "boga y cumbia". No queda mucha gente capaz de ser feliz con tan poco.
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