Miércoles, 27 de febrero de 2013 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. LOS TREINTA DINEROS, DE ROSA WERNICKE
Publicado originalmente en 1938, el libro será presentado en una versión ampliada. El proyecto, impulsado por Baltasara Editora, permite reencontrarse con los cuentos de una escritora, periodista y crítica literaria que dejó su huella.
Por Beatriz Vignoli
El miércoles 13 de marzo a las 19, en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (Oroño y Pellegrini) Baltasara Editora presentará su nueva edición ampliada de Los treinta dineros, libro de cuentos de la escritora, periodista y crítica literaria Rosa Wernicke. Esto es un acontecimiento para la literatura local, porque se reedita así la primera edición, de 1938, del primer libro de Wernicke publicado en Rosario. Este libro mereció el Primer Premio Asociación Artística del Magisterio a obra publicada. La tapa de aquella edición por el sello editorial Librería y Editorial Ruiz fue ilustrada por el artista plástico rosarino Julio Vanzo, ilustrador de la editorial y compañero de vida de la escritora, a quien retrató en varias ocasiones. "Rosa, a su vez, reseñó en su columna del diario La Tribuna varios libros del sello", evoca la editora Liliana Ruiz.
Un año antes, en 1937, cuando el Museo Castagnino inauguró su sede actual con Hilarión Hernández Larguía como director del Museo, Vanzo fue nombrado secretario de la Comisión Municipal de Bellas Artes. La relación con el Museo no se termina ahí. Por la época en que publicó su libro más conocido, la novela Las colinas del hambre (1943), Wernicke posó para el cuadro El Saco Rojo, con el que Vanzo ganó el Premio Adquisición en el IV Salón Anual de Artistas Rosarinos de 1943. El cuadro ingresó así a la colección del Castagnino, que lo expondrá acompañando un breve panel sobre arte y literatura. Se referirán a Los treinta dineros, además de otros tres oradores, los prologuistas de su nueva edición: Diego P. Roldán y Cecilia Pascual. Se trata de dos académicos del Conicet cuyos intereses coinciden con el territorio, la época y el sesgo sociopolítico de Rosa Wernicke. Diego Roldán es profesor adjunto de Espacio y Sociedad en la carrera de Historia de la UNR, donde se licenció y es profesora asistente Cecilia Pascual.
"Mi idea es que la presentación del libro logre despertar el interés del público en general alrededor de intelectuales que dejaron una profunda huella en la cultura rosarina", anticipa Liliana Ruiz, directora de Baltasara e hija de Laudelino Ruiz, el primer editor del libro. Cabe agregar que el momento no podía ser más oportuno, en pleno debate sobre el destino de la casa de Vanzo y Wernicke, llena de recuerdos y libros. El diálogo interdisciplinario entre las obras de la pareja es asombroso. El realismo social literario de Wernicke reformula y moderniza el de los modelos pictóricos que Vanzo supera. Hay un pasaje de "Los treinta dineros" que parece inspirado en Vagón de tercera clase (1862), cuadro de Honoré Daumier. Pero lo que en Daumier eran meras figuras de cuerpos fatigados, en Wernicke se viste de las mercancías que les sirven de alimento, vínculo afectivo y símbolo de identidad (si no de status) a los desheredados personajes.
El libro es un reencuentro con una galería de losers entrañables. En las mínimas, íntimas tragedias que cuentan los cuentos de Rosa Wernicke, no es tanto lo peor como lo mejor de los hombres o de las mujeres lo que los lleva al desastre. No sólo la bohemia sino el talento le juegan una mala pasada al pianista Pinkas Ridel; no sólo la obsecuencia sino la lealtad aplastan al oficinista Adrián Vallejos (que combina rasgos del burócrata de Gogol, el escribiente de Melville y el Georg Bendemann de Kafka); no sólo la excentricidad sino la dicha ajena dejan fuera del mercado al funebrero Sebastián Palma; no sólo la tozudez sino la gratitud prostituyen a la viuda Catalina, no sólo el vicio sino la honestidad despojan al dostoievskiano jugador Federico Marlens, no sólo la dejadez sino el ser buen hijo estrujan el alma del triste Martín, no sólo la ineptitud sino el ser buen padre humillan al pobre Eugenio.
Algunos son buenos en el fondo, como el boticario Joab Fraortes, cuya aceptación del destino se deja leer en la tradición de estoicismo del novelista español Pío Baroja. Incluso el nombre del personaje es legible en clave, anagrama quizás de "Frates Baroja".
En 1938 eran tiempos difíciles, tiempos de derrota para el sindicalismo obrero. "Ya no podemos ni siquiera reunirnos con tranquilidad. Si no es algún canalla pagado para que arme disturbios en nuestras reuniones, es un espía traidor que viene a huronear para descubrir quiénes son nuestros jefes", escribe Wernicke en el cuento que da título al libro. Pero a diferencia de la verdad desnuda que pintó Courbet en el siglo anterior, la verdad en Wernicke siempre está vestida, incluso literalmente. "Un traje claro, tropical" le roba la paz a Miguel, el obrero que teme traicionar su identidad de clase. Rodeados del aura del fetichismo de la mercancía, los objetos en Wernicke son personajes, como los alimentos en los bodegones de Vanzo.
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