Martes, 14 de mayo de 2013 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. JULIO VANZO Y EL ARTE NUEVO EN FUNDACIóN OSDE
Curada por Lorena Mouguelar, la muestra reúne pinturas, dibujos, grabados e ilustraciones del artista rosarino. La exposición incluye obras que Vanzo había resguardado en su taller y que, hasta ahora, no habían sido exhibidas.
Por Beatriz Vignoli
Este jueves, a las 18, en el Auditorio Osde (Oroño 949) tendrá lugar el encuentro con la curadora de la muestra Julio Vanzo y el arte nuevo, donde se exponen pinturas, dibujos, grabados e ilustraciones de Julio Vanzo (Rosario, 19011984). Esta cantera de maravillas se puede visitar hasta el 2 de junio en el Espacio de Arte de la Fundación Osde (de lunes a viernes de 12 a 20 y los fines de semana de 17 a 20). La curadora, Lorena Mouguelar, se doctoró por la Universidad Nacional de Rosario con su tesis "La obra temprana de Lucio Fontana y Julio Vanzo".
En el cuarto piso se pueden ver cuatro tintas futuristas de temática erótica, en pequeño formato, que por primera vez se muestran al público. Vanzo las guardaba en su taller y hasta ahora sólo las había mostrado a sus pares artistas. Hay que demorarse en los trazos de pluma, vigorosamente rítmicos y construidos a partir de segmentos de formas puras, para llegar a ver cada escena. Es como si la depurada sensualidad de las formas mismas sirviera a la vez como velo, metáfora y prólogo del relato visual. Una sola está fechada: en 1921. Coinciden estas tintas secretas rosarinas con lo más avanzado de la vanguardia artística europea de entreguerras. Y hasta la superan, por su fantasiosa inventiva que fusiona cuerpos y objetos, creando hermosos monstruos nunca vistos.
Según un manifiesto de ese mismo año, el verano anterior, en Antignano, Italia, el futurista Marinetti estaba inventando el Tactilismo. "Me hallaba yo desnudo en el mar de acero flexible, que tenía un aliento fértil y viril --escribe el italiano--. El sol, con sus largas llamas rostizantes, vulcanizaba mi cuerpo". Cuenta que se le acercó "un muchacho de clase obrera" y le preguntó si se entretenía haciendo botecitos. Respondió: "Sí, estoy construyendo una nave que llevará al espíritu humano hacia aguas desconocidas".
En secreto, en la intimidad de su taller, Vanzo estaba siendo "absolutamente moderno", como pedía Rimbaud y como Marinetti, sólo que para afuera esas audacias de Vanzo se expresaban como ilustraciones elegantes: polistas, torneos de fútbol de cuando el fútbol era amateur, damitas graciosas, y hasta grupos de monjas captados en abstracto como ritmos de amplios hábitos oscuros y pecheras blancas. Un original y varias reproducciones de las tapas de la revista Monos y monadas, que Vanzo ilustraba, dan cuenta de esto.
Cuando Vanzo envió su gran óleo El descanso de las máquinas de circo (1929) al Salón Libre de Bellas Artes de Rosario, la Comisión Municipal de Bellas Artes se lo rechazó por "inmoral": el público no tenía que ver esas curvas femeninas, transparentadas bajo un vestido rosa, de la acróbata circense que descansa rodeada de tres de sus compañeras, aunque la representación de los cuerpos estuviera más cerca de la síntesis abstracta que del detalle realista mimético. El desnudo femenino grupal (tan caro a la tradición pictórica, desde Botticelli con sus diosas hasta las Señoritas de Avignon de Picasso, pasando por Ingres con sus bañistas) fue algo que Vanzo continuó pintando. Pero hacia 1941 le salía más parecido al clásico cuarteto de ninfas, sólo que en entornos vagamente prostibularios, extrañamente soleados (había que encontrar una excusa, caído en desuso el bosque mítico). La sensualidad de esas obras primordialmente plásticas, donde la entidad de las modelos se diluye en el planteo formal, contrasta con el recato de un retrato de una jovencita sobre un empapelado prerrafaelista.
"En el quinto piso está lo más conocido", indica la guía. Es domingo. La sigue una pareja rebosante de vitalidad. El, un comerciante retirado, cuenta que desde 1972 era muy amigo de Vanzo, y que lo visitaba en su casa taller de Cochabamba y Moreno. Dice que le compró varias de sus pinturas. Recuerda dos: Satchmo tocando, y la mujer del paraguas. Ella repasa mentalmente la casa y deduce: siete. No las prestan, no las muestran, no suben fotos. En vano el Museo Castagnino, para la exposición retrospectiva en el centenario del nacimiento de Vanzo en 2001, buscó "la de la mujer del paraguas de la foto". "¡La teníamos nosotros, en casa!", se ríe ella. Los dos parecen disfrutar evocando la unión del artista desde 1931 con la escritora Rosa Wernicke. "Estaba muy enamorado...", susurra él, y señala su retrato: El saco rojo, que fue premiado en 1943 por la misma Comisión que antes se escandalizaba. Pero ahora, como secretario de Hilarión Hernández Larguía, Julio Vanzo pertenecía. Esta vez pintaba a su mujer, la única, y el saquito del título estaba cerrado hasta el último botón.
Hay otro retrato, una pequeña xilografía, anotada: "La Gringa, mi compañera". "¡Ella era casada!", interviene la mujer. A dos voces repiten lo que recuerdan del relato del artista: "Ella se separó y lo buscó". El señor anota el dato de una reedición de Wernicke: Los treinta dineros. "Vanzo ilustró la tapa de la primera edición", comenta la cronista y se detiene en el parecido entre aquella moneda y un as de oros del juego de naipes que diseñó el pintor en 1930, rico en alegorías. El 3 de oros lleva el motivo barroco alemán de la muerte y la doncella; el 3 de espadas, a la mujer obrera; la sota de oros es la mujer fácil y la de espadas un soldado ciego, con la mano herida. Y rodando y rodando, el dorado sol de rostizantes rayos fue a parar a la Galería Rosario. Y el visitante, que lo conoció tanto, se sorprende.
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