Jueves, 23 de mayo de 2013 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. RIGOLETTO EN APUROS, DEBUT COMO DIRECTOR DE DUSTIN HOFFMAN
En su ópera prima, Hoffman ubica su historia en una mansión geriátrica para músicos jubilados. Desde allí marca los matices de las estaciones del tiempo, entre la gloria de los días del pasado y las arrugas de un tiempo presente.
Por Emilio A. Bellon
Tal vez en el origen mismo del proyecto de llevar adelante este film, en su ópera prima como realizador a sus 75 años, podamos encontrarnos con aquel momento, como lo ha referido Dustin Hoffman en algunas entrevistas, en el que (con veintincinco años) asistió a ver una función de la Carmen con Jessye Norman, en el Lincoln Center. Y fue allí, en ese ámbito y ante ese escenario, cuando él, años antes de pasar a ese a ser incomprendido y un poco torpe protagonista de El graduado, irrumpió en llanto. Esa vivencia, como ha enfatizado, "comenzó a permanecer desde aquella noche en el sótano emocional de su memoria".
Así se nos presenta este Dustin Hoffman, quien nos ofrece una comedia dramática que parece firmada por un realizador británico, basada en una pieza teatral de Ronald Harwood, guionista en esta oportunidad. No sólo, claro está, por esta destacada y paisajística ambientación que subraya su naturaleza pictórica, por su luz y encuadres, sino además por sus toques de elegancia y humor, por sus refinadas sutilezas que nos llevan a pensar ciertos pasajes desde la pluma de Oscar Wilde, y por el tono de sus ofrendas musicales, que celebran a Giuseppe Verdi, en un escenario que se debate entre las tensiones y los recuerdos, entre aquellos días y este hoy que huye.
Tras la luminosa y sensible huella de films como El exótico Hotel Marigold de John Madden o Y si viviésemos todos juntos? de Stephane Robelin, el film nos lleva a un mismo espacio, una villa residencial, alejada del gran centro urbano: la Beecham House. Este idílico lugar, cuyo nombre remite al que fuera el director de la Royal Philarmonic Orchestra, célebre en su repertorio por su conducción de la Carmen de Bizet y La Boheme de Puccini, es el que pueden elegir algunos músicos, cantantes, ya jubilados, para vivir digna y plácidamente esta estación de su vida; animados por ese deseo de seguir en su amada pasión que los identifica.
En el momento en que se abre el film, ya está presente un grupo de ellos. En este espacio que nos lleva a pensar porqué no es posible un hábitat similar de encuentros de vocaciones y atenciones aquí en nuestro país, y países vecinos, las diferentes situaciones están orientadas para los preparativos de una noche de gala en homenaje a Verdi. Y allí están todos, particularmente este Cuarteto, como reza el título original, integrado por un excéntrico y malhumorado director de orquesta, personaje que compone Michael Gambon; una muy dulce y emotiva asistente, tierna y frágil, asaltada por raptos de ausencia, rol que asume una notable Pauline Collins; un galán y distinguido caballero, Billy Connolly, atento al paso de las damas de lugar, lo que le permitirá ejercer sus continuas dotes de seducción. Y un maestro que le acerca lo mejor de sí, desde su carácter reservado, a sus alumnos adolescentes, personaje que interpreta ese gran actor que es Tom Courtenay. En torno a todos ellos, un conjunto de rostros, de voces, de recuerdos.
Todo continuará en este primer tramo del film con una cierta regulación y serenidad entre ellos, hasta que un día, una nueva visita se aproxima. Y tras bajar del auto, rodeada de valijas, con su orgulloso porte, su paso sereno y la mirada alta, ingresará al lugar, luciendo su antiguo perfil de diva, este tan contradictorio personaje que nos entrega la talentosísima Maggie Smith.
El film de Dustin Hoffman, que se extiende como una melancólica partitura, marca los matices de las estaciones del tiempo, entre la gloria de los días del pasado y las arrugas de un tiempo presente. En una atmósfera en la que los temas de Bach, Rossini, Puccini, Schubert, Haydn, Boccherini, y hasta los de Gilbert & Sullivan con su Mikado, algunos de sus personajes revisitan momentos de su vida y se permiten nuevamente esa segunda oportunidad.
Y en esta mirada de reconocimiento que nos alcanza su director en el epílogo del mismo film, el que corresponde a los créditos finales, nos reserva uno de los grandes momentos epifánicos de esta muy conmovedora obra.
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