CULTURA / ESPECTáCULOS › LEE DANIELS, EL DIRECTOR DE PRECIOSA, ENFOCA LA DISCRIMINACIóN EN LA CASA BLANCA
Protagonizado por Forest Whitaker, el film cuenta la historia de un hombre negro que prestó servicios a los presidentes de Estados Unidos desde los 50 a los 80. A través de su mirada, se observa el devenir del racismo en ese país.
› Por Emilio A. Bellon
El mayordomo
("The Butler") USA, 2013.
Dirección: Lee Daniels
Guión: Danny Strong
Fotografía: Andrew Dunn
Música: Rodrigo Leao
Intérpretes: Forest Whitaker, Ophrah Winfrey, Robin Williams, John Cusack, James Mardsen, David Oyelowo, Alan Rickman, Jane Fonda, Liev Schreiber, Cuba Gooding Jr., Terrence Howard, Lenny Kravitz.
Duración: 132 minutos.
Salas de estreno: Del Centro, Monumental, Showcase, Sunstar y Village.
Calificación: ocho (8).
Finalmente se puede observar, en la actual cartelera, que el cine estadounidense presenta un film que escapa a los estereotipados seriales de acción, de las tan repetidas historias que se apoyan en fórmulas agonizantes, promocionadas desde una ilimitada artillería, sofisticada y cada vez más exasperante, de arracimados efectos especiales.
Finalmente, puede apreciarse el nuevo film del realizador de la tan admirada Preciosa, retrato de la violencia familiar, institucional, en torno a una adolescente, encinta y obesa, igualmente rechazada por su condición de negra, en un medio que nunca ha podido aceptar completamente las diferencias étnicas. Ahora, Lee Daniels, a sus cincuenta y cuatro años, siendo negro él, heredero de todo ese legado de sufrimiento de su pueblo, en el espacio de la administración Obama (que presenta aspectos contradictorios), abre este film en los días del pasado en la vida del niño Cecil Gaines, en una finca de terratenientes, en la que asistirá dolorosamente al primer gran hecho trágico de su vida, el que le señalará ese gran vacío, ese lugar de pérdida y la posterior pesadilla que ensombrecerá su vida familiar.
Que en el film esta primera secuencia lleve a la actriz Vanessa Redgrave, en el rol de Annabel Westfall, en esa finca en la que están determinados los mandatos y los servilismos, la prepotencia y el desprecio, puede pensarse como una toda una definición; ya que la actriz, aún hoy, a sus setenta y seis años sigue militando por la dignidad humana. Su labor en este film pareciera legitimar la voz del realizador, en este recorrido que plantea respecto de cómo, a través de su personaje, el tiempo de la Historia se va manifestando desde la lucha por la adquisición de la igualdad y los derechos civiles.
Desde un relato clásico, y a partir de un guión que se construye desde un artículo publicado en el "Washington Post", un 7 de noviembre del 2008, firmado por Will Haygood, en el que se narra, se describe y se da cuenta de cómo un afroamericano llamado Gene Allen había prestado sus servicios como mayordomo en la Casa Blanca desde fines de los años 50 hasta mediados de los 80, el film de Lee Daniels, con otros nombres, recrea, en ciento treinta minutos toda una serie de referencias que van marcando los diferentes posicionamientos de variados sectores respecto de la cuestión negra de la sociedad estadounidense. Y en ese trayecto que conecta el mundo familiar de su protagonista, ahora con el nombre de Cecil Gaines, interpretado aquí por la figura pesada y cansina de un Forest Whithaker (premio Oscar por El último rey de Escocia) con el espacio del ámbito presidencial, se va tendiendo una relación que, en principio, permanece ajena a los grandes reclamos, a las luchas de aquellos años.
Sin llegar a la impasibilidad, al grado de domesticación y de servilismo mudo del personaje que componía Anthony Hopkins en Lo que queda del día de James Ivory, Cecil Gaines se muestra complaciente y agradecido, tratando de no levantar el telón de su pasado y alertando a su hijo Louis ante su profunda, activa y riesgosa acción crítica. Son los años en los que el pacifismo de Martin Luther King, emanado de la filosofía de Gandhi, contrasta con la prédica en otros órdenes de Malcolm X. Y simultáneamente, pese a que algunos medios marcaron este momento como previsible y esquemático, marcar y subrayar la presencia del accionar violento y criminal del Ku Klux Klan permite construir memoria.
No ocurre en el film de Lee Daniel que los personajes que asumen los roles presidenciales ocupen el mayor tiempo en pantalla; por el contrario, vemos que la cámara se detiene más en la trastienda, allí, donde los mayordomos, el personal de servicio, intercambia pareceres, puntos de vista, narran sus historias personales. Y de igual manera, la vida familiar del protagonista está teñida de tensiones; exteriorizadas en la figura de su esposa, Gloria, rol que asume la actriz Ophrah Winfrey, nominada al premio Oscar en el 85 por su labor en el film de Steven Spielberg, El color púrpura. Pero es sobre todo la voz de su hijo Louis, David Oyelowo, la que irá marcando, paulatinamente, un viraje en las conductas; es él quien en algún momento, a la hora de la mesa familiar, pondrá en tela de juicio al nombre de Sidney Poitier frente a la mirada de aceptabilidad de la sociedad de los blancos. Para Louis, en esos primeros tramos del film, su padre no es sino un continuador de la prédica de la moral cristiana de un comprensivo Tío Tom.
Pasan los años y los presidentes en la vida de este mayordomo y de esta sociedad, personajes que han permitido que vuelvan a escena algunos olvidados actores. Bastan sólo algunos momentos, como el que corresponde al de Reagan (¡notable Alan Rickman!) en relación con la terminante y criminal cuestión de Sudáfrica para caracterizar conductas, períodos... El nombre de Nelson Mandela y su actitud de resistencia sobrevuela y desde la voz de la madre se recuerda uno de los tantos y feroces asesinatos a la población negra ("a la Humanidad", diría Hannah Arendt) como el que llevó a la muerte a aquel joven de catorce años llamado Emmett Till, ultimado un 28 de agosto de 1955 en la zona del Mississipi, lo que llevó a que su madre Mommie mostrara al mundo el cajón abierto denunciando la monstruosidad del hecho. Recordemos que en 1958 el poeta cubano Nicolás Guillén publica su Elegía a Emmett Till, junto a otras elegías en su libro La paloma de vuelo popular.
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