Miércoles, 22 de enero de 2014 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › A PROPóSITO DE LA MUERTE DEL POETA Y PERIODISTA ALBERTO VILA ORTIZ
El quería ser recordado y conocido como poeta. Y como su poesía fue futura, es difícil imaginar otra forma de recordarlo. Gary fue él mismo un universo completo de saberes sensibles, estéticos: Artísticos, musicales, literarios.
Por Beatriz Vignoli
El quería ser conocido como poeta. Así lo recuerdo hoy, en un día cualquiera de verano de esta ciudad ya sin él ("La única ciudad para vivir y morir, por lo menos para mí, es y sigue siendo Rosario", dejó grabado) cuando su voz vuelve gracias a la magia de una tecla que acciona un triangulito en http://www.territoriodeletras.com.ar.
La voz fluye con calma, sin dramatismo, con la cadencia de una melodía ejecutada en un instrumento de viento por un músico de jazz. Algo en esa voz (en su suave seguridad, su confianza, acaso su vértigo imperceptible) sugiere que quien lee sabe que está dando algo bueno, dejando un legado: "Adónde iremos a vivir? En qué tierra olvidaremos nuestra piel / Bajo qué musgo crecerán nuestras últimas palabras/ Allá se encuentra tu sonrisa, y tu mano hacia la flor / pero muy cerca el otro abismo con el que alguna vez hemos soñado. / Nada sin embargo puede movernos de esta inmovilidad de sangre y piedra. / Aquí estaremos hasta el final, / cuando la tierra avance, cuando el musgo cubra con paciencia / la boca, la flor, la triste memoria".
Alberto Carlos Vila Ortiz, más recordado como Gary Vila Ortiz, quería ser conocido como poeta. Y como su poesía fue futura ("esto lo estoy tocando mañana", decía Johnny Carter, el protagonista del cuento El perseguidor de Julio Cortázar) lo recuerdo en presente. Y no imagino otra forma de recordar a Gary: El poeta que se movía entre sus lecturas con el placer y la comodidad de quien explora su jardín.
A su serie de libros de poesía de los años 60, a Poemas y Maderas (30 cuadernos con xilografías de Rubén de la Colina, 1975), a Dos homenajes: Philip y Raymond (en colaboración con Rafael Ielpi, 1993), y Estructuras imposibles (1997), sumó el reciente Brebajes y exorcismos (2013) con dibujos de Rubén Echagüe (libro al que pertenecen los versos incluidos de aquí en más sin mención de cita).
Fue además funcionario público de la cultura, periodista gráfico y radial. Gary fue él mismo un universo de saberes sensibles, estéticos: artísticos, musicales, literarios. Su departamento (al igual que antes su casa en el barrio de Fisherton) era como aquella shakesperiana cáscara de nuez en la que un príncipe recluido podía considerarse sin embargo el rey del espacio infinito. Allí tenía sus discos, sus cuadros, sus libros: "un libro de Cyril Connolly / que me regaló Willy Harvey, / el journal completo de Gide que compré en Ross una noche". Allí tenía sus cosas, su amor, y lo más importante: Su máquina de escribir. Seguramente fue feliz en ese espacio, con ese teclado que le decía que el mejor poema es siempre el próximo, el que vendrá. A lo mejor se fue esperando todavía ese poema o a lo mejor lo encontró. "A las posibles palabras del poema / aún no escrito / y ni tan siquiera pensado / lo siguen por la calle / cosas diferentes".
Antes de este Gary hubo otro (en realidad el mismo), que habitó la redacción de un diario en los tiempos en que la redacción de un diario era un espacio de encuentro con los amigos, olía a tinta y misterio, sabía a magia. El poeta fue un chico grande entre los cables de agencia de aquel lugar con algo de buque ballenero literario. Ya no es más así, han cambiado muchas cosas, pero Gary tuvo un gesto casi al final que fue recordar una vez más al escultor Herminio Blotta, a quien había recordado siempre (cada año, cada 23 de enero en una nota breve) pero más esa vez cuando evocó aquellas conversaciones en la redacción con tanta intensidad que creímos volver a oírlo, al abuelo. Y eso que Gary salía de una neumonía; sin embargo su voz no tembló. Guarecido en el "hasta siempre, amigo" de Gary duró mi abuelo Blotta como duraron tantos, como duraba todo en la memoria de Gary, ese paraíso musical y cinematográfico en el que nada se perdía y todo se transformaba, pero donde a Gary le encantaba perderse: "dónde se han perdido los que se han perdido, pero no, no están perdidos?".
Y a lo mejor ahora esté ahí. Seguramente. Perdido entre la belleza que amó siempre y sin que ya le importe todo lo que quedó pendiente: mi "gracias" tardío, los poemas para El Centón que nunca le mandé (como sí le mandó mi madre aquellos primeros, que leyó con tanta paciencia!), la entrevista sobre Blotta y seguramente tantos otros temas (nunca había un único tema!) y aquella entrevista que sí le hice en 1995 y que nunca se publicó, porque no esperaba encontrarme con lo que me encontré. Es que entre el Gary de la redacción y el de la cáscara de nuez, hubo otro: el del terror. Si fue terror, locura o ambos, ya no lo sabremos. Ante la duda, tomé una decisión ética difícil: La de no publicar esa entrevista donde él comparaba a sus anónimos perseguidores con estrellas de cine (acaso un modo de ponerles un nombre, "domesticarlos" si es que existían). Creí que si de algo había que cuidarlo, más que de los asesinos, era del ridículo.
De esa noche oscura resurgió el poeta como periodista en este otro medio, donde encontró un espacio a su medida. Las contratapas que ha escrito Gary para Rosario/12 tienen en su prosa la musicalidad de un solo de saxo; son como breves filmaciones de sus paseos diarios por el jardín que él habitaba, ese universo de saberes sensibles que él generosamente, caballerosamente compartía. Se fue con Gary un modo de estar en el mundo que ya no vuelve: un vivir habitando la cultura.
Había nacido en 1935. Yace en Ibarlucea. Su poesía está viva.
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