CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. LO QUE Sé DEL FUEGO, NUEVO POEMARIO DE EDGARDO ZOTTO
El autor rosarino viene trabajando en silencio una poesía lírica genuinamente ética, donde la palabra es indisociable de la experiencia en la que se articula. Publicada por la editorial Mansalva, la obra reúne 73 poemas contundentes.
› Por Beatriz Vignoli
"A pesar de todos los pronósticos/ el leño sigue ardiendo/ y acá estamos otra vez/ asombrados de esta proximidad/ indestructible, separados tan sólo/ por la línea de un resplandor/ que no se extingue". Con este poema, titulado "Lo que sé del fuego", se cierra el libro homónimo, el quinto publicado del poeta rosarino Edgardo Zotto.
Reunión, en 93 páginas, de 73 contundentes poemas, Lo que sé del fuego (Mansalva, Buenos Aires, 2013) culmina de algún modo lo que sería una tetralogía de los elementos en torno a la experiencia de una vida que a su vez es parte de una generación. Cabe aventurar que el aire en Memoria de Funes (1998) simbolizaría el presente; la tierra en Restos de una civilización personal (2001), la muerte, lo perdido y lo que queda; el agua (onírica, nostálgica) en Impluvium (2004) y Buceo (2010), el olvido que cubre todo eso; el fuego arde ahora como metáfora de una pasión perdurable, imborrable, reclamando todavía un quinto libro de metales que (por lo que se sabe) estaría en curso.
Edgardo Zotto nació en Rosario en 1947; se crió en barrio Tablada. Empezó a escribir poesía durante una juventud militante. Dejó aquel arte y lo retomó a los cincuenta años, trazando versos sutiles como caligramas que iban cercando a pasos asordinados una catástrofe innombrable, hundida en el centro de su obra y sumida en el silencio de lo indecible salvo por altas epifanías cargadas de secretas resonancias. Con aquellos rodeos tendió (a la vez) a terminar de obliterarla o bien a comenzar a simbolizarla, sin decidirse y haciendo mientras tanto de esta vacilación una serena y elegante música.
Habiendo saludado desde el título de su segundo libro a aquellas Señales de una causa personal de Joaquín Gianuzzi, Edgardo Zotto viene trabajando en silencio una poesía lírica genuinamente ética, donde la palabra es indisociable de la experiencia en la que se articula. No cabe la estridencia en estos poemas donde lo que se interroga (aunque así parezca) no es el paisaje sino el núcleo de la propia existencia.
La experiencia poética se narra en cada poema de este sublime libro maduro como vivencia de un instante capaz de cristalizar, en una imagen, algo que viene dando vueltas y queriendo decirse desde hace años. El decir, en estos poemas, es más que eso: es un hacer. Por ejemplo, una consigna personal de Zotto: "hacer con lo perdido", finalmente ha hallado aquí su melodía y su poema: "A la sombra de/ los sobrenombres/ del lenguaje.// Con lo que se fue perdiendo,/ hacer qué?// Una fila laboriosa/ de palabras// encaminadas/ a su fin?". Como otros grandes de esta región (como Manuel Inchauspe o Estela Figueroa), Zotto no da por sentada la poesía: escribe sin red.
"Cómo se puede/ escribir otra vez/ sobre la lluvia,/ el alma de los charcos/ y el desplazamiento/ sigiloso de unas alas?", pregunta ante la imagen de unos "Pájaros en un charco de lluvia". Y lo que parece un mero ejercicio contemplativo pasa a indagar el silencio del presente: silencio que a lo largo de una década y media se ha ido cargando, en forma cada vez más elocuente, del temblor de lo no dicho. Que el presente cubra o no el pasado, que se pueda renacer íntegro: tal sería la cuestión nunca del todo formulada detrás de la pregunta sobre el lenguaje o de un imagismo en la tradición de Robert Frost.
Una saga de cuatro poemas de su tercer libro se titulaba, salomónicamente, "Notas para un manifiesto objetivista lírico". La imagen en Zotto nunca es puro dato externo. Tras la descripción intimista de una apacible escena familiar en las primeras estrofas de "Como en un cofre", el poema concluye: "Mientras se desacomodan las cosas/ del mundo, allá afuera/ alguien fuera de foco escribe:// de esto es lo que se habla/ cuando se dice: atesorar lo que huye". E incluso cuando quisiera atenerse a la postal, la figura se dibuja sobre un fondo: "Viajar para que/ muchos años después// una imagen, un perfume/ acaricien el silencio perfecto/ de la página en blanco". Imagen y pensamiento, en esta poesía próxima a lo inefable, son uno.
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