Sábado, 8 de julio de 2006 | Hoy
El cantante se presenta como un notable catalizador de influencias y estilos, amoldándolos a una estética personal.
Por Edgardo Pérez Castillo
Sugerente desde el título mismo, Ese asunto de la ventana es el segundo disco de Lisandro Aristimuño, uno de los músicos jóvenes más interesantes que han aparecido en la escena nacional de los últimos años. Y aunque es difícil precisar con certeza a qué escena pertenece el artista nacido en Viedma, es justamente la diversidad estética de Aristimuño lo que lo convierte en un compositor imprevisible, sutil y abarcativo. Esta noche, el músico dará muestras de ello cuando debute en Rosario con el concierto que, desde las 21.30, ofrecerá en la sala Lavardén.
Aunque no serán únicamente sus nuevas obras las que conformen el repertorio, donde se incluirán además las de su obra debut, Azules turquesas, con el que comenzó a conquistar a la crítica especializada, sector donde logró elogiosos, y justos, comentarios. Admirador del Páez visceral de los viejos tiempos --"escuché muchísimo los primeros discos de Fito, que me parecen esenciales en la música argentina, e incluso latinoamericana", dirá--, Aristimuño se presenta como un notable catalizador de influencias y estilos, amoldándolos a una estética personal en la que su voz (minimalista, susurrante) se impone sobre una infinidad de sutiles arreglos.
En ese sentido, el músico aparece como un artista devoto de los contrastes, y así lo reconoce en su diálogo con Rosario/12: "Me encanta hacer eso. En algún punto tiene que ver con que de chico escuché mucho a gente como David Bowie, que de repente está cantando como habla y atrás de él están pasando miles de cosas. Lo que quiero lograr es un poco teatral, algo atmosférico".
Climáticas si las hay, las composiciones de Aristimuño se trasladan a paisajes tan eclécticos como el del litoral argentino, las ciudades del Río de la Plata o los balcanes, aunque nunca ahogando a la canción sino nutriéndola de algunos "aires de...". "Todo eso tiene que ver con la influencia que tengo de la música que escucho y escuché de chico --admite el creador--. Por mis viejos escuchaba mucho folclore, y también escuchaba mucho reggae, pop, rock, entonces es como que a la hora de componer no me fijo mucho en el estilo de la canción que quiero hacer, sino más que nada en la canción y la atmósfera que crea, es por eso que tienen `aires de...`, entonces, por ejemplo, no aparece un guayno puro. Me gusta eso de partir de la canción y que sea la canción la que te vaya pidiendo el estilo que sea. En eso me da muchísima libertad. Lo que más amo de hacer música es que, de repente, si escuché un disco de Massive Attack y veo que la canción que estoy componiendo me lleva a eso, dejar que me tire a eso. Y no tengo temor en decir que mis influencias son los demás, yo estudio de los músicos, me parece que es la mejor manera de seguir".
Desde ese concepto absolutamente irrestricto en cuanto a géneros o estilos, Aristimuño logra esquivar la copia, para hacer de su obra un producto tan amplio como personal, de infinitas combinaciones. "Tenés una gama enorme de cosas, eso está buenísimo y también es lo que me divierte de hacer música", dice.
Y agrega: "En realidad yo no me fijo mucho en las clasificaciones, pero tampoco estoy en contra de que mi música la pongan en alguna sección. No estoy ni a favor ni en contra, me parece que son cosas de la gente para conocerte mejor. Mientras sirva para que la gente conozca mi música no me importa en qué batea está, si en pop, folclore o canciones. No le presto mucha atención a eso. Sólo hago música, es como explicar algo muy íntimo que no tiene palabras. Pero tengo la suerte de que los periodistas han acertado y me ha gustado lo que pusieron, tuve suerte".
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