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Martes, 1 de julio de 2014

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. AVATARES DE UNA COLECCIóN EN EL JUAN B. CASTAGNINO

Una colección que es de todos

Con curaduría de María de la Paz López Carvajal, la exposición colectiva propone una selección de arte argentino en el período 1917-1960, permitiendo así un reencuentro con el amplio patrimonio público del Museo de Bellas Artes municipal.

"La idea es contar cómo se formó la colección. Se trata de obras emblemáticas, las obras que el público rosarino quiere ver en el Museo", dice María de la Paz López Carvajal, curadora de la exposición colectiva Avatares de una colección. Una selección de arte argentino (1917﷓1960). La muestra, que incluye pinturas, dibujos y esculturas por destacados artistas de la primera mitad del Siglo XX, ofrece hasta el 1 de septiembre, en las dos alas de la planta baja del Museo Municipal de Bellas Artes "Juan B. Castagnino" (Bulevar Oroño y Avenida Pellegrini), un recorrido por las obras que nutrieron dos momentos fundantes del Museo: su primer edificio (Santa Fe 835) y el actual.

La línea temporal de la muestra, en vez de tomar como base las fechas de realización de las obras, considera su ingreso a la colección (Castagnino+MACRO) que es patrimonio público. Los textos que acompañan el trayecto brindan abundante información sobre la historia del Museo y los protagonistas de una institución que hoy reúne 4000 obras de arte. Tres reciben al espectador: la magnífica Riña de gallos (1912), una escena gauchesca al óleo de Jorge Bermúdez que obtuvo el Primer Premio Adquisición en el Primer Salón de Otoño; la primera compra, la espléndida serie impresionista La vida de un día (1917), pintada en las sierras de Córdoba por Fernando Fader, y una escultura simbolista en bronce de belleza inquietante: El desequilibrado, uno de cuyos pies descalzos en el aire (que contradice al título en sentido literal) prueba el virtuosismo compositivo de su autor, Alberto Lagos. La curadora busca la palabra justa: "Un orden cronológico hubiera sido... anacrónico", explica, sorprendiéndose de la redundancia.

Sigue una galería donde Manuel Musto, Fray Guillermo Butler, Antonio Pedone y Enrique de Larrañaga, en la década de 1920, exploran el tema moderno del paisaje como un huerto transfigurado por la luz. Una serena escena rural por Carlos Ripamonte, Viejos compinches (1918), redondea la selección de pintura al aire libre con una técnica de mancha, presumible influencia de los macchiaioli florentinos.

Asombra una serie de retratos de mujeres, donde el asiduo visitante del Museo se reencuentra con La costurerita de Alberto Rossi y con la elegante dama de amarillo dibujada por Emilia Bertolé, mientras descubre la versatilidad y soltura del retrato de una española por Ana Weiss de Rossi (Buenos Aires, 1892; Los Angeles, Estados Unidos, 1953: apellidos y fechas sugieren, entre líneas, un amor entre artistas y un exilio). Ya más cerca de la salida se celebra el reencuentro con un clásico premiado de los '40: el retrato que hizo Julio Vanzo de su compañera Rosa Wernicke luciendo su saco rojo.

En el medio desfilan pinturas de Spilimbergo, Berni, Ouvrard, Gambartes, Pettoruti, Supisiche, Basaldúa, Bonevardi, y esculturas. Con sordidez naturalista y síntesis simbolista pinta Thibon de Libian el mundo del trabajo en Agencia de colocaciones (1920); en años sucesivos, el tema adquirirá tintes épicos o trágicos. El género del bodegón es renovado con un lenguaje moderno por Hugo Ottmann y otros; en un rincón, el espiritualizado retrato de Italo Botti por Carlos Victorica cuelga junto a un cielo de Botti que parece iluminarlo.

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Imagen general de una de las salas que alojan la muestra Avatares de una colección
 
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