Mar 29.07.2014
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. DESDE EL PAISAJE. UNA TEORíA DEL ENCUADRE

La luz material de Cambre

La exposición de pinturas del bonaerense Juan José Cambre se exhibe en el sexto piso del Macro. En ella, toda una tradición pictórica reduccionista y modernista del siglo veinte nutre un singular proceso de despojamiento.

› Por Beatriz Vignoli

El desarrollo que ha seguido en las últimas décadas la obra del pintor Juan José Cambre (Buenos Aires, 1948) recuerda un poco a aquel axioma de la biología según el cual la génesis del individuo de una especie (ontogénesis) reproduce la de su especie (filogénesis). Toda una tradición pictórica reduccionista y modernista del siglo veinte, cada vez más ensimismada en el lenguaje del medio, nutre un singular proceso de despojamiento donde (parafraseando al tango) primero hay que saber pintar; después no saber, no pintar y al fin pintar sin pensamientos. Pero para ello es necesario el conceptualismo, la idea.

Lucrecia Palacios, en su texto curatorial para la exposición individual de pinturas de Cambre que puede visitarse en el piso 6 del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Bulevar Oroño y el río) llama "el relato de depuración" a esa narración de esta obra. El título, Desde el paisaje. Una teoría del encuadre, propone a la exposición como un ensayo pictórico donde la ilusión de movimiento, el tiempo, se representa por barras blancas que dividen el cuadro en fotogramas.

No es simple el recorrido real de este discípulo de Luis Felipe Noé desde el neoexpresionismo transvanguardista o bad painting de aquellos años '80 con olor a Loxon, cuando el arte joven recuperaba a la vez la pintura y la democracia. Algunos rosarinos recuerdan su exposición de 1984, con Fabián Marcaccio y Guillermo Kuitca, en la Sala de la Pequeña Muestra que gestionaba el poeta Armando Santillán en el subsuelo del Pasaje Pan: gestos viscerales, de astuta torpeza.

Treinta años después, Cambre comparte una imagen en su muro de Facebook. La foto reproduce un paisaje post impresionista de Gustav Klimt. Titulada El pantano y fechada en 1900, la pintura representa un espacio natural al filo del atardecer: un mundo crepuscular ya casi invisible, con dos manchas de luz solar relumbrando en el pantano del título y, detrás, una arboleda a punto de desaparecer en la tiniebla.

Fue buscando paisajes así que Cambre (quien vivió cuatro años en Costa Rica) salió durante años con una cámara de fotos a capturar detalles de vegetación, con un especial interés por esos ocelos dorados de luz casi material que hace el sol entre el follaje. Estos apuntes fotográficos eran proyectados luego sobre un gran lienzo sin imprimar pero teñido de un solo color a brochazos de pintura diluida. Luego Cambre pintaba "de blanco con pintura acrílica lo que era luz o blanco en la proyección hasta que fuera absolutamente blanco", relata, y agrega que "una vez obtenido este oleaje" iba velando todo con capas tenues y traslúcidas de otro color diferente, aplicado con un rodillo.

Así nació una serie de densas pinturas sólo aparentemente monocromas y sin imagen a la que pertenece Naranja (2001), una tela de 3 metros de lado que fue donada por el artista en 2003 a la colección de arte contemporáneo del Castagnino+Macro. Es una tela donde se percibe ante todo el color del título, y si se sigue contemplando aparecen, añade, "las olas de un río o su sombra. Y una cierta vibración" del color complementario al de la base.

En cuanto al relato del arte moderno, Cambre retoma, desde un post conceptualismo, una vertiente abstracta de la escuela de Nueva York de la inmediata posguerra: el color field o campo cromático. Con la diferencia de que aquí el punto de partida es el registro fotográfico del paisaje.

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