CULTURA / ESPECTáCULOS › A PROPóSITO DE LA PUESTA EN ESCENA DE DON CARLO
› Por Emilio A. Bellon
En estos días posteriores al sábado 26, los diferentes comentarios críticos que hemos podido escuchar y leer en variados medios respecto de la puesta en escena de Don Carlo, que ha sido definida como la ópera más compleja del gran Giuseppe Verdi, coinciden en que es todo un trabajo, orquestado en sus diferentes aspectos, que merecería volver a verse. Con la dirección escénica de Nelson Coccalotto, a cargo igualmente de Opera Studio Rosario, esta recreación retoma, como tantas otras del Maestro, la problemática en torno a las siniestras fuerzas del poder y la proyección hacia los estados de justicia y libertad.
Tanto el director de esta puesta como su esposa, la eximia mezzosoprano Anabella Carnevali, estudiaron hace más de una década en Italia con quien representó en nuestro país al personaje de Don Carlo, en el año 55 en el Teatro Colón, Carlo Bergonzi, quien se identifica con la sublime lírica verdiana. Con una reconstrucción escenográfica llevada a cabo por alumnos y docentes de la Facultad de Humanidades y Artes, y un destacado trabajo de iluminación ideado por el mismo director y diseñado por Matías Campetti; como asimismo un vestuario de época (fines del Siglo XVI) realizado por otras de las grandes voces de nuestra ciudad, Liliana Molina, la escenificación de Don Carlo contó al mismo tiempo con un trabajo orquestal y de voces que llevaron a continuos aplausos.
Así, esta ópera un tanto olvidada, que subraya su visión crítica del oscurantismo de la época, simbolizado en el accionar de la Inquisición, se puede pensar como todo un desafío por parte de todos los que participaron en ella: las primeras voces, Fernando Chalabe, Haydeé Dabusti, Leonardo López Linares, Luciano Straguzzi y Marcelo Boluña, entre tantos otros. Y en tanto historia de intereses cruzados, de mentiras, de diferentes posicionamientos ideológicos, la figura del personaje intrigante, tal como en algunas tragedias de Shakespeare, adquiere un relieve muy particular: es el personaje de la Princesa de Eboli, rol que asume con gravedad dramática, en sus matices más variados, Anabella Carnevali, quien se muestra frente a nosotros llevando un parche negro en uno de sus ojos.
Con dirección musical de César Tello, todo un actor en sus movimientos expresivos, Don Carlo nos lleva a recordar que fue esta misma ópera en la que el sensible y encendido Luchino Visconti participó en dos oportunidades: la primera en el Covent Garden de Londres en el 58, como ambientador y vestuarista; la segunda con los mismos roles, en Roma en noviembre del 65. Y es particularmente Visconti, entre otros, quien en el cine italiano manifiesta su profunda admiración por el mundo operístico de Verdi. Autodefinido como un personaje del Ottocento, Visconti nos lleva a escuchar pasajes de numerosas óperas del gran compositor. Así, el inicio de Senso (1954) transcurre en el Teatro de La Fenice, en Venecia, y allí con la presencia de los patriotas y de las fuerzas de la ocupación austríacas, el coro eleva sus voces cantando "All'armi, all'armi" de Il Trovatore. Pero ya en su primer film, Obsesión (1943), el marido de la protagonista, en una feria popular, nos brinda el Andante de La Traviata: "Di Provenza, il mar, il suol".
La obra de Visconti en el cine, además de sus puestas de piezas dramáticas de autores consagrados, se reconoce en el modelo del melodrama verdiano. Y es en El Gatopardo, su capolavoro del 63, basado en la novela de Giuseppe Tommaso di Lampedusa, el film en el que ciertos pasajes de su amada La Traviata acompañan la acción dramática.
En su lápida, tras su muerte ocurrida en marzo del 76, a la edad de 69 años, podemos leer, por expreso pedido a sus amigos y familiares: "Adoraba a Shakespeare, Chejov y Verdi".
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