Jueves, 12 de marzo de 2015 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. PELO MALO CONTINúA CON SUS FUNCIONES EN EL CAIRO
Escrita y dirigida por Mariana Rondón, la premiada película explora a la sociedad venezolana desde los dilemas de un niño. El cabello aparece aquí como síntoma de inclusión y exclusión, evidenciando los prejuicios y rencores sociales.
Por Leandro Arteaga
Pelo malo: 8 puntos
(Idem. Venezuela/Alemania/Perú/Argentina, 2013)
Dirección y guión: Mariana Rondón.
Fotografía: Micaela Cajahuaringa.
Música: Camilo Froideval.
Montaje: Marité Ugas.
Reparto: Samuel Lange Zambrano, Samantha Castillo, Nelly Ramos, Beto Benites, María Emilia Sulbarán.
Duración: 93 minutos.
La buena noticia que es la película Pelo malo radica en su carácter latinoamericano, venezolano. El cine continúa vigente como lugar de discusión, de escarmiento social. Resulta que los premios internacionales al film de Mariana Rondón (entre ellos en San Sebastián y Mar del Plata) cosecharon oportunismos rápidos, y no faltó el medio (español) que le adjudicara a la directora declaraciones inexistentes, de confrontación con la herencia chavista.
En todo caso, Pelo malo es muchas cosas a la vez, con eje en la vida de un pequeño de nueve años, atrapado entre su cabello ensortijado y el deseo de alisarlo, para parecerse a esas estrellas fugaces de publicidades y televisión. Una situación fronteriza, que es momento de definición temprana en la vida de este niño, quien pasa sus días entre una madre que no le quiere y una abuela que intenta quedárselo. Entre una y otra se tejen incertidumbres, indecisiones que su edad apenas le aclara.
Es decir, en Junior (Samuel Lange) hay un deseo grande, movilizador, que se cifra como desafío en las muchas recetas disparatadas que le prometen el cabello liso. Más ciertas miradas que le llevan a entender una atracción sexual diferente, lugar de sospecha para el mundo adulto, censor y represor. En este sentido, el baile, la música, pasarán a ser tanto instancias de expresión como de burla.
Todo ello en el marco de una mirada social compleja, en donde la cámara de Rondón se vuelve documental y se adentra en las paredes y calles de Caracas. Edificios atestados, divididos en cuadrícula, donde los niños comparten señales a la distancia, como códigos de una comunicación enjaulada. La madre (Samantha Castillo) procura, en tanto, recuperar su trabajo de vigilante, mientras repele con la mirada a Junior y atiende con esmero a su otro hijo, todavía bebé.
En este sentido, la caracterización de la actriz es ejemplar, al encontrar un equilibrio incólume, de mirada fría, sea tanto hacia ese hijo que no quiere, como hacia los favores que sabe tendrá que sobrellevar para obtener un trabajo. Por todo esto, Pelo malo es muchísimo más que el reduccionismo intencional del medio español, ya que se trata de una película que indaga desde una mirada crítica, dentro de la cual cabe toda una sociedad, consignada entre acentos de malestar provocados por prejuicios y rencores.
De esta manera, lo que se delinea es un micromundo cerrado, del cual parece casi imposible salir. A la manera de una cerca que irradia sobre el porvenir, el mundo adulto y el tejido social tienden lazos de contención. Junior intenta, en todo caso, saber si lo que hace y siente están bien, así como sus movimientos al bailar y cantar. El, en todo caso, es el fusible donde se debate una situación social general, preñada de temores sobre sí misma, capaz de vapulear a quienes le contradigan.
El elemento nodal lo ofrecen esas fotografías que Junior y su amiguita pretenden. Necesitan dinero y la ropa adecuada, para de esa manera conseguir una sensación cercana, parecida al fulgor de esos personajes que tanto adoran. Sobre el desenlace de Pelo malo, una sucesión de fotografías oficiará también como otro espacio de encierro, digital y permeable a la recreación de tantos lugares de ensueño como se quieran.
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