CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. SE EDITAN DOS OBRAS PóSTUMAS DE EDGARDO ZOTTO
Publicados en cuidadas y hermosas ediciones por el sello independiente Iván Rosado, los poemarios Mayo del 68 y el asombroso Diario del regreso llegan a las librerías a casi un año de la muerte del autor rosarino.
› Por Beatriz Vignoli
Nacido en Rosario el 26 de septiembre de 1947, Edgardo Zotto falleció el año pasado en la víspera del día de San Cayetano (patrono de los trabajadores a los que él representó como político y abogado, y de los ancestros italianos que inspiraron tanto de su poesía); este 6 de agosto se cumple el primer aniversario de una ausencia que alivian dos libros póstumos merecedores de gloria. Publicados en cuidadas y hermosas ediciones por el sello independiente rosarino Iván Rosado, acaban de salir juntos de imprenta Mayo del 68, con prólogo de Osvaldo Aguirre, y el asombroso Diario del regreso, con prólogo y cuidado de edición por Sonia Scarabelli. Como un regalo del día del amigo desde el más allá, completan los cinco libros anteriores que este genuino poeta autodenominado "tardío" publicó puntualmente cada tres años en editoriales independientes de Buenos Aires. Cada uno versaba sobre un elemento de la naturaleza, como nos gustaba decir: el aire, en Memoria de Funes (Tsé Tsé, 1998), la tierra, en Restos de una civilización personal (Tsé Tsé, 2001); el agua en Impluvium (Siesta, 2004) y Buceo (Mansalva, 2010), y el fuego, en Lo que sé del fuego (Mansalva, 2014).
Alguna vez soñó un sexto libro de metal y Zotto, vivo o muerto, cumple: he aquí Mayo del 68, que pese al título es menos una evocación de sus utopías militantes de juventud (que lo llevaron a ser ministro de Gobierno provincial en tiempos de José María Vernet) que el retorno poético a su infancia y a su árbol genealógico, reunidos como álbum de imágenes para su familia, tanto de sangre como en las letras. Sí, porque una vez que se reconoció hermanado con Juan Manuel Inchauspe en un poema donde el santafesino confiesa sus "rápidas anotaciones", no pudo evitar escribirle un poema. La savia de la vida le brotaba en versos que lo asombraban a él mismo como flores.
"También yo he vivido perdiendo/ esos papeles fugaces", escribe Zotto. "Había un abogado que era un gran poeta y tenía un sello llamado La Ventana, que editó parte de la obra de Inchauspe --contó en una entrevista--. Este hombre era Orlando Calgaro". Es en su "sótano lleno de humo" donde conoció a Inchauspe. En el siguiente poema reivindica al poeta Aldo Oliva, también confraternizado con él en el humilde pasado y el amor por la palabra. Otras postales recobran al caballo amigo, al hermano tirando piedras, a los abuelos, a la madre que era como una niña, al padre moribundo.
Edgardo Zotto escribió Mayo del 68 igual que sus anteriores libros, puliendo cada poema como un orfebre con todo el tiempo por delante. Mientras lo hacía tomó conciencia de que no sería así. En el transcurso de esa reescritura minuciosa "fueron apareciendo" (rememora Scarabelli en el prólogo) otros poemas, por primera vez en cuaderno. Estos poemas tienen la urgencia que les presta la conciencia de la cercanía del final y gracias a la presión de esa urgencia resplandecen. Diario del regreso es un reencuentro muy vivo con su voz, con su voz viva, cruda y casi sin editar, sin tiempo ya para correcciones ni embellecimientos. Y así se lee. Los poemas son huellas de la voz que recomponen algo de lo que fue la presencia de un cuerpo. Hay en ellos una austera intensidad que hace que precisamente estos últimos versos parezcan muy jóvenes. Como siempre, Zotto dialoga con la obra de otros poetas y así poetiza la vida hasta el fin: aquí su interlocutor literario es Héctor Viel Temperley en otro último libro, Hospital británico (1986), escribiendo una escena similar. "Tengo la cabeza vendada", cita y se identifica.
Dedicado a su nieta Jazmín, el libro empieza: "Te vas, Vida, sin mí./ Y yo tratando de retener/ un puñado de palabras". Dando datos de su situación pero sin patetismo, el poeta mantiene vivo su asombro, esta vez ante la fugacidad de la propia vida, que no lo asombra más que cualquier fugacidad: "Mientras los sueños no aparecen/ entran algunas palabras/ que se encienden y se apagan./ La luz de un faro que zigzaguea/ y ya no voy a guardar", escribe. Es su mejor libro.
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