CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA MIRADA SOBRE STAR WARS: EL DESPERTAR DE LA FUERZA, úLTIMA ESTACIóN DE LA SAGA.
Con un relato sostenido, la nueva entrega de Star Wars reinicia la franquicia sin novedades respecto de las anteriores. J.J. Abrams y la mirada que se espeja. La nostalgia como vehículo comercial. El cine de la infancia y el cine infantil.
› Por Leandro Arteaga
Signo del Hollywood de estos días, la relación infantiloide que prima no podía dejar fuera la puesta al día de una de sus marcas registradas. De este modo, y a la par de otras incursiones -entre las que destella la miríada de títulos Marvel-, Disney pega otro batacazo y cumple cada vez más el rol de aquella compañía financiera que Mel Brooks bautizara -proféticamente, en La última locura de Mel Brooks- como "Abarca y Devora".
Antes bien, es justo señalar que J.J. Abrams es uno de los nombres mejores para pensar el vínculo imbricado, de cuño transmedia, entre la televisión y el cine. Su predilección por los mundos paralelos, los universos superpuestos, han permeado esta relación -desde siempre antitética, ahora medular- para reformular el relato clásico en términos audiovisuales.
Desde que sus héroes pisaron esa isla de tiempos perdidos en la serie Lost,el cine sintió el cimbronazo y quedó herido. Cineastas, intérpretes y técnicos, se fueron para el lado televisivo. Y Abrams, formado a su vez desde el cine y las películas televisadas, se fue también para el cine. ¿Qué es lo que define a uno y otro lado? Es algo que importa, parece, cada vez menos. Así, el director/productor ha logrado que el robotito rojo de su compañía (Bad Robot) esté presente de modo indistinto.
En otras palabras, su filmografía destaca por hacer patente el diálogo con lo visto o sucedido, en ese pretérito que es la infancia, contenido en películas y series. Súper 8 (2011) es la que mejor lo expresa, al dar cuerpo a esa pasión de cine que nacía al amparo de lo que se veía. De manera evidente, la tercera entrega de Misión Imposible o el díptico Star Trek lo confirman, al re-filmar en pantalla grande lo que habitaba la pantalla chica. En todo caso, los mundos alternos son esos universos que los relatos enhebran, que habitan con uno en la forma indefinida de "infancia", y que Abrams sabe cómo "rebootear" o revivir para, de paso, hacer lo que le gusta.
El caso Star Wars, por eso, es otra vez lo mismo. De nuevo lo que se había visto. No habrá, en este sentido, novedades que realmente infrinjan lo que todo espectador sabe, sino golpes de efecto que, eso sí, espejan lo sucedido para barajar y dar de nuevo. Espejar es atravesar la imagen desdoblada, aceptar un reflejo invertido. Procedimiento empleado en Star Trek, Lost, Fringe y, desde ya, en Star Wars.
Ahora bien, así como con Star Trek, lo que Abrams practica en Star Wars es también una remake, provista de todos los lugares comunes y previsibles, establecidos a lo largo de una saga que, si se detiene uno en la primigenia película de 1977, también ésta era consciente de tal premisa. Pero sin gozar del reconocimiento institucional actual, filmada a la par del desaire de los grandes estudios.
De acuerdo con esta línea, George Lucas fue un cineasta capaz de refundir aspectos presentes en los westerns, la space opera y la historieta, con Flash Gordon como guía. Le añadió, a su vez, una intuición de futuro sucio, viejo, que provenía de su anterior THX 1138 (1971), profético de cara a la ciencia ficción del cine posterior.
Abrams dice proseguir, voluntariamente, este camino, pero lo que de veras hace es mentir de modo disimulado, para disfrazar el rumbo del cine del nuevo siglo, digital y sin sonido de película que se proyecta. Su nueva Star Wars se asemeja de modo epidérmico a la trilogía original, a aquello que, fatalmente, ha sido. Que Abrams diga filmar en celuloide no devuelve la vieja experiencia, tampoco los muñecos o actores enfundados en trajes peludos. Lo que sucede, en todo caso, es un eco que podrá despertar cierta nostalgia, pero que contradice las motivaciones mismas de las películas de Lucas. En otras palabras, si lo que Hollywood tiene hoy para ofrecer es una versión remozada de La guerra de las galaxias -ese título cada vez menos recordado en la distribución local-, lo que culmina por sobresalir es el artificio de un comercio que, se decía, sólo abarca y devora.
Al seguir este planteo, lo que aparece es la revalorización de la nueva trilogía de George Lucas, la conocida como Episodios 1, 2 y 3. Se la ha atacado y menospreciado de modo progresivo. En muchos aspectos, con razón. Pero hay algo que allí sucedía, de manera acorde con las películas de origen: Lucas trabaja desde el adelanto tecnológico, con un cine que está mirando al futuro. Episodio 2: El ataque de los clones, de 2002, fue la primera película digital de la historia, que prescindió del celuloide para su rodaje. Mientras el episodio anterior incorporaba por primera vez un personaje enteramente digital.
La nueva Star Wars ya tiene todo esto a favor, y lo que hace -¿podría haber sido diferente?- es reiterar siempre lo mismo. Se podrá decir que el mito retorna, pero lo cierto también es que la lógica comercial que promueve Hollywood se ha vuelto tan cerrada, que las grietas por donde podría filtrarse cierta espontaneidad están cada vez más soterradas. De acuerdo, Abrams aporta un relato sostenido, encendido, que guarda ciertas sorpresas y eso, en un cine eminentemente narrativo, no es poca cosa.
Pero también habrá que pensar que el desarrollo argumental tiene puntos flacos hacia su mitad, en donde la incredulidad debe estar muy suspendida para permitir que el film prosiga. Junto a una secuencia de clara recreación nacionalsocialista, en clave iconográfica con sesgo terrorista, lo que hace que el film respire algo de lo que resuena por estos días. La "resistencia", está claro, no es otra cosa más que una marca registrada Disney.
Y sí, por qué no, también celebrar que esos personajes que el espectador vio, hace mucho tiempo en esa galaxia lejana de nombre infancia, todavía están y respiran. Algo es algo, bastante irresistible, si bien fugaz.
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