CULTURA / ESPECTáCULOS › EL MUSEO DE LA MEMORIA ALOJA A ¿QUIéN SI NO? VOCES QUE ROMPEN EL SILENCIO.
Las artistas plásticas Sabina Florio y Cynthia Blaconá le dieron forma a una obra que visibiliza a los sobrevivientes del terrorismo de Estado a partir de una instalación escultórica, gráfica y de audio que logra lo impensado.
› Por Beatriz Vignoli
¿Cómo generar condiciones de escucha para que alguien desee escuchar lo que nadie quiere escuchar? ¿Qué poética poner en juego para trabajar con materiales tan significativos para nuestra historia reciente? Esas preguntas se hicieron las artistas plásticas rosarinas Sabina Florio y Cynthia Blaconá cuando las abogadas Graciela Durruti y Jessica Pellegrini, que están llevando adelante la causa Feced, las convocaron para crear una obra que visibilice a los sobrevivientes del terrorismo de Estado, una deuda que reconoce el Museo de la Memoria de Rosario y quiso saldar ante estas cuatro décadas del golpe de 1976.
Así, en una obra artística y de reflexión colectiva donde colaboraron además Jimena Rodríguez, Gonzalo Gigena, Malena Cusumano y Jorge Grasso, cobró forma la que sin duda es la obra más cabal y lograda, ética y estéticamente, en esta dolorosa conmemoración. Bajo un título que surge de una pregunta retórica formulada por una de las sobrevivientes, ¿Quién si no? Voces que rompen el silencio es una instalación escultórica, gráfica y de audio que logra lo impensado. La pieza puede verse y, fundamentalmente, escucharse, en el patio del Museo de la Memoria, en Córdoba esquina Moreno, un lugar de Memoria donde funcionó el Segundo Cuerpo de Ejército en la última dictadura.
La abogada Olga Cabrera Hansen, la psicóloga Marta Bertolino, la obrera Teresita Marciani, Susy Solanas y Estela Hernández (quien desempeña hoy un rol fundamental en el Sindicato de Prensa Rosario) dieron sus testimonios en 1984 en los juicios a las juntas militares. Todas ellas fueron detenidas políticas por la dictadura militar.
Las suyas son sólo cinco voces entre muchas otras, pero tienen la doble particularidad de que expresan la durísima realidad de la desaparición forzada de personas en tanto fue padecida por mujeres, a la vez que arman una trama referencial donde se cruzan los mismos nombres de víctimas y victimarios, dando inicio al esclarecimiento de los destinos de los desaparecidos y de las responsabilidades de sus asesinos y torturadores. Las abogadas pasaron a las artistas copias de las grabaciones en audio. Estas fueron insertadas cada una en una caja de madera que tiene las mismas dimensiones de las baldosas del patio del Museo y reproduce en su tapa el expediente de 1984, con las marcas del tipeado y el sellado. Las voces también son voces marcadas: por la respiración que cuesta, por las pausas, los tonos, las reiteraciones.
Los crímenes que ellas narran sucedieron a pocos metros del lugar donde las escuchamos, casi al ras de las baldosas, sentados o echados en el piso, con la urbe y los árboles alrededor. El lugar se indica en cajas que muestran el plano del sótano (llamado "El Pozo") del Servicio de Investigaciones (SI) de Dorrego y San Lorenzo. Allí y en la Alcaldía (manzana de Dorrego, Moreno, Santa Fe y San Lorenzo), estas testigos, con sus compañeras y compañeros de cautiverio, pasaron meses en condiciones infrahumanas de encierro. Pero a medida que las escuchamos, el horror va dejando paso a la admiración por su valor.
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