Lunes, 5 de septiembre de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › EN EL FESTIVAL DE CINE LATINOAMERICANO, QUE ORGANIZA CENTRO AUDIOVISUAL ROSARIO
La película de Natalia Bruschtein indaga en la memoria desde la figura de su abuela, la Madre de Plaza de Mayo Laura Bonaparte.
Por Leandro Arteaga
La actual edición del Festival de Cine Latinoamericano, que organiza Centro Audiovisual Rosario, permite la exhibición de películas de otro modo difíciles de llegar a ver. Es el caso de Tiempo suspendido, el documental practicado por Natalia Bruschtein sobre su abuela y Madre de Plaza de Mayo, Laura Bonaparte. Se exhibirá mañana a las 20, en única función, en Cine El Cairo.
El registro de Tiempo suspendido es de una sensibilidad manifiesta, de una importancia ética que le hace cobrar una dimensión mayor. Por varios motivos. Uno de ellos, esencial, es la posibilidad de recuperar la voz de Bonaparte, fallecida en 2003, ya protagonista del libro Laura Bonaparte. Una madre de Plaza de Mayo contra el olvido, de Claude Mary. Bonaparte, entre varias consideraciones relevantes, ha sido una de las precursoras de la campaña internacional en la consideración de la desaparición forzada de personas como delito de lesa humanidad.
En cuanto a su propuesta estética, Tiempo suspendido es capaz de articular la voz de Laura Bonaparte desde varias capas. En este sentido, el film de Bruschtein propone el diálogo entre sus testimonios más recientes, con los que la entrevistada diera en otras oportunidades. Entre ellas, en el documental Esta voz entre muchas, realizado por Humberto Ríos en 1979. También lo hace a través de la lectura de escritos. Allí es la voz de la propia realizadora la que asume un legado discursivo y generacional.
De esta manera, el montaje de voces no sólo actualiza el pensamiento de Laura Bonaparte -con precisiones tomadas de su letra, de su decir; por ejemplo, al referirse al compromiso revolucionario de sus hijos: "Por lo que tengo visto, ese cambio era necesario; lo sigue siendo ahora"-, sino que culmina por enhebrar un retrato cuyo sentimiento no necesita de estridencias o subrayados.
En otras palabras, Tiempo suspendido se sitúa en el momento pendular entre la memoria y la identidad. Lo hace desde el afecto hacia el ser querido, con un cariño que es estremecedor. Porque Bonaparte está senil, tiene 86 años al momento del rodaje, ya no recuerda bien. Puede incluso olvidar quién es la persona que tiene delante suyo, ya no es capaz de precisar los datos de su misma historia. A veces sí: hay escenas de vida que surgen con claridad, otras no. El paso del tiempo le juega confusiones que resuelve de maneras contradictorias. Mientras, la película se dedica a informar y recordar: Bonaparte sufrió la desaparición de tres hijos, de dos yernos, y del padre de sus hijos.
El horror tiene fecha de inicio durante el gobierno de Isabel Martínez, se extiende con el golpe de estado de 1976. La contundencia de los hechos, que Bonaparte ha sido capaz de narrar a cámara en otras ocasiones, es de una atrocidad incomparable. Tal como lo supone el momento en el cual, cuenta ella, la policía quiso ofrecerle las manos cortadas de su hija.
La valentía moral de las Madres de Plaza de Mayo en la asunción de este indecible -¿cuáles palabras pueden decir el horror?-, se toca en Tiempo suspendido con otra pregunta: ¿cuál es la imagen del horror? Jean-Luc Godard decía que la película sobre los campos de exterminio no podía hacerse, porque debía dar cuenta de la cotidianeidad de sus trabajadores, de los dilemas que debían afrontar a diario, al decidir cómo matar de la manera más práctica. Así, el horror de desaparecer cuerpos debiera tener que ver con la ductilidad pragmática de sus responsables.
Pero lo seres humanos procreamos para no desaparecer, se escucha en Tiempo suspendido. Es por eso que se nombra, y al hacerlo se invoca. No hay desaparición posible, aun cuando se piense en la tierra o en el Río de la Plata como soluciones. Es la tarea admirable que las Madres desarrollan. Al ser capaces de asumir la imposibilidad de que sean los hijos en quienes sobrevivan los nombres de padres y madres. Su proceder ético alcanza a la sociedad toda. Quiera ésta, o no quiera, tener memoria.
Es para esto, también, que los desvaríos que el paso del tiempo juega en la memoria de Laura Bonaparte son observados por la cámara. Identidad y memoria son caras que se quieren, no pueden ser una sin la otra. Tiempo suspendido lo expone y dice desde las propias palabras de Bonaparte. Lo extraordinario es cuando la voz senil de esta mujer expone que el olvido le ha hecho resolver ciertas cuestiones, y apela a soluciones rápidas, casi fórmulas: "no hay que vivir en el pasado"; "si se lo aprovechó, mejor; si no, ya está".
O cuando la cámara de Bruschtein mira sus ojos al preguntar sobre la foto que no reconoce del recorte de diario. Se trata de ella misma. Entonces, lee lo que allí dice, pero tampoco recuerda. O quizás sí, tal vez alguna luz se asome, inasible. Sólo el cine puede lograr un impacto semejante.
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