Martes, 10 de octubre de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › HASTA EL 19 DE NOVIEMBRE, EN EL MUSEO CASTAGNINO
Prolífico, exitoso en vida hasta la omnipresencia, formado en Italia y fiel a su estilo, el pintor argentino Raúl Soldi formó a su vez el gusto de buena parte de la clase media argentina.
Por Beatriz Vignoli
Cuando le preguntaron a Raúl Soldi (Buenos Aires, 1905-1994) qué obra de arte de cualquier época le gustaría tener en su casa, respondió: "Si fuera una sola, algo de Piero Della Francesca". Sus obras, en efecto, evocan con síntesis moderna y vanguardista un mundo de fantasía y gracia que reúne a dos influencias del siglo XV: el Quattrocento italiano y la escuela flamenca. Originalísimas, tienen no obstante algunos rasgos en común con los de sus contemporáneos Santiago Cogorno y Héctor Basaldúa. Prolífico, exitoso en vida hasta la omnipresencia, formado en Italia y fiel a su estilo, Raúl Soldi formó a su vez el gusto de buena parte de la clase media argentina.
En ese original y fantástico mundo, los rosarinos pueden zambullirse hasta el 19 de noviembre. La muestra, que abarca 86 obras y ocupa toda la planta alta del Museo Castagnino (incluso la escalera), es un logro conjunto de la galería Zurbarán, la Fundación Soldi, el auspicio privado local de San Cristóbal Seguros, y por supuesto el propio museo, de cuya colección además se incluye una obra: "La Pantalla", de Soldi, que fue donada al Castagnino en 1947. Hasta el "Muchacho del Paraná" de Lucio Fontana abandonó su sitio habitual en la planta baja porque parece que no quería perdérsela.
De hecho, en los seis días que pasaron desde su inauguración, Soldi en Rosario viene atrayendo mucho público. En este sentido cabe destacar el genio de buen anfitrión de su curador, Ignacio Gutiérrez Zaldívar, quien ha montado alrededor de las obras expuestas un entorno amigable para con el público. Ya desde el ingreso hay que levantar la vista porque la reproducción de la cúpula del teatro Colón pintada por Soldi funciona como un gesto de bienvenida. Una vez arriba, los espectadores entran en ambiente al encontrarse con una reconstrucción del taller del artista, realizada con elementos originales. Después siguen varias salas de pinturas al óleo: grandes figuras, retratos y flores (es decir, las obras de mayor formato), todo con amena información biográfica al pie. Se entera así el espectador de que "Raúl" (otra marca de intimidad: el nombre de pila) vestía a sus modelos con calzas similares a las que había usado él mismo en Italia, cuando trabajó como comparsa para pagarse los estudios: el dato añade a la belleza etérea de las imágenes el plus imaginario de la nostalgia del artista por su época juvenil. La voz curatorial apunta sobrios detalles que van dando a conocer la rica imagen de un artista que parece haberse decidido a habitar, a través de la pintura, un mundo que reunió todas las artes escénicas: teatro, danza, música, hasta el circo que de chico vio en Villa Crespo. Es una voz cordial y respetuosa que logra eludir los riesgos de la apología y el chisme, y lo que es más importante: invita a redescubrir el placer del arte.
Hay aquí bastante obra de un período temprano de Soldi, caracterizado según el curador por una volumetría en la figura que lo aproxima a sus contemporáneos Lino Enea Spilimbergo y Antonio Berni; cabe señalar además que la ilusión de tridimensión buscada exclusivamente mediante la torsión y el claroscuro en la figura es propia de la escuela flamenca, a diferencia de la escuela florentina del Quattrocento, que pintaba fondos arquitectónicos en estudiada perspectiva. También pueden apreciarse sus formas abiertas y sus manchas planas flotantes de los períodos amarillo, azul y blanco, como también sus trazos decorativos multicolores del período tardío. Llaman la atención un par de mosaicos cuidadosamente instalados. Un gran óleo, "El descubrimiento de América", evoca sus ilustraciones para los clásicos infantiles de la editorial Atlántida (que, sí, sacó la revista Gente en la época del Proceso, pero antes hacía estas cosas); vienen a la memoria los colores y las líneas de sus carnavales extrañamente serios y sus ratas en vivaces arabescos para los cuentos de Poe. La serenidad de los rostros y la lasitud de los cuerpos en medio de una escena terrible también es un rasgo de estilo de Piero della Francesca que Soldi reitera en algunas obras, especialmente en sus dibujos por encargo. Una sala entera está dedicada, precisamente, a sus tintas de motivos americanos del siglo XVI. Soldi denuncia aquel tiempo sangriento con trazo firme sin renegar de su propia elegancia renacentista y de ese toque allegro vivace, temperamental, característico. Dentro del pequeño formato, se pueden ver también muchos paisajes al óleo; hay además una sala de tintas de motivos marítimos, varias litografías en color y en blanco y negro incluido un autorretrato, sintéticos dibujos a lápiz y una curiosidad interesante: sus dibujos mimeografiados. Hay que detenerse ante estos pequeños estudios que revelan aspectos no muy conocidos del artista, como la viñeta urbana satírica a lo George Grosz, o algún experimento con el espacio del cubismo.
No se incluyen obras religiosas, detalle que amplía el espectro del público. Terminan de redondear la exposición varias vitrinas con libros y catálogos que ilustran la repercusión de la obra de Raúl Soldi, un mapa con información sobre sus murales en la capilla Santa Ana de Glew y un video a cargo de su hijo Diego. La música del video, clásica y ligera, crea un ambiente propicio: quizás haya sido la misma que Soldi escuchaba al pintar. Se sale de la muestra como de un oasis y con la sensación de tener de nuevo amigo a un gran artista.
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