Mar 15.05.2007
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS

Diálogo entre artistas plásticos sobre el sentido de la escritura

El Espacio de Investigación en Arte Contemporáneo La Caverna es una usina de pensamiento donde la recepción y la producción de arte se realimentan por medio de clínicas de obra.

› Por Beatriz Vignoli

El lugar, en Rosario, no podía ser más indicado. El Espacio de Investigación en Arte Contemporáneo La Caverna (Catamarca 1301) hace honor a su platónico nombre dedicándose a explorar, desde su fundación en 2004, los cruces entre el arte y otros ámbitos contiguos. Orientada hacia prácticas estéticas más o menos relacionadas con el conceptualismo, La Caverna es una usina de pensamiento donde la recepción y la producción de arte se realimentan por medio de clínicas de obra y otros diálogos. En este caso, se trata del diálogo entre dos artistas plásticos sobre el sentido de la escritura. Y lo mejor es que lo logran sin renegar de la sensibilidad del trazo, la mancha o el color, sino por el contrario, exaltando la materia sensible. Daniel Marguerettaz y Víctor Sitá viven en Buenos Aires. Llevan varios meses elaborando la muestra Lenguaje ﷓ Organicidad y fisión / Escritura que puede verse allí hasta el 19 de mayo.

Daniel Marguerettaz está reinstalándose en Argentina luego de haber vivido varios años en Roma. Se recibió en la Academia Nacional de Bellas Artes de Florencia y obtuvo algunos reconocimientos internacionales. Expone periódicamente en Roma y en Montreal. Víctor Sitá participó durante ocho años de las experiencias del taller del hoy fallecido escultor Emilio Renart. Desde 1998 está vinculado al proyecto "Vórtice Argentina", con Juan Carlos Romero y otros artistas, tomando parte en la organización de los últimos cuatro Encuentros de Poesía Visual, Sonora y Experimental. Le ocupan fundamentalmente las conexiones entre el dibujo y la escritura a la luz de la memoria de la experiencia vivida. "Rememorar﷓dibujar fue (y es) escribir", escribe en su texto de catálogo. Interesado en el modo en que el dibujo pone de manifiesto el acto físico de la escritura, Sitá viene trabajando en su obra con dos conceptos provenientes de la Física: resistividad (eléctrica) y fisión (atómica). Marguerettaz, por su parte, lleva diez años desarrollando en plástica el concepto de organicidad u organicitá, a través del cual él intuye la complejidad de la composición plástica como sistema.

Además de participar en muestras de libros de artista, un género al que La Caverna es proclive por afinidad electiva, Sitá ya expuso hace dos años en el lugar. Su obra, que formaba parte de una muestra colectiva, consistía en un texto manuscrito en el piso de la sala del subsuelo tal manera que los espectadores no pudieran evitar pisarlo. Como el material de los trazos no era indeleble, la obra se iba deshaciendo a medida que la borraban las pisadas del público. "La obra se pegaba a las suelas de los zapatos y así salía de la sala y subía a la calle", recuerda Hugo Masoero, galerista de La Caverna, docente de Bellas Artes en la UNR y artista plástico. "Caminamos y modificamos el texto -escribe Sitá-, análogamente a como nos relacionamos con él en la lectura". En lo que presenta en esta ocasión, que son principalmente collages en pequeño formato donde prevalece el dibujo, no deja de sentirse la potencia de aquello que Kandinsky llamó la "necesidad interior" (forzosidad, prefirió traducir Edgar Bayley) de una obra de arte: cada obra de Víctor Sitá da la sensación de que cada elemento esta donde debería estar, no podría no ser. Filosóficamente, necesidad es lo opuesto a la noción de gratuidad. Lo que aparece entre una y otra categoría es la pregunta por la naturalidad o la arbitrariedad del sentido. Forzando esa pregunta un paso más allá, entramos en el terreno de la antigua cuestión acerca de si el lenguaje es natural o convencional. La modernidad, con Saussure, da por sentado que es convencional, pero no basta. ¿Qué lo anuda, entonces? ¿Cómo es que anclan los nombres en las cosas? "Hay, sin duda, una fértil problemática en la relación (conflictiva) entre la palabra y el objeto", escribe Marguerettaz. Y al final pregunta: "¿Terminaremos imitando a Cratilo?" Cratilo, en el diálogo de Platón que lleva su nombre, postulaba la idea, hoy superada pero que sigue fascinando a los artistas, de que en el nombre de la cosa está la cosa. O, mejor dicho, "en el nombre de la rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo", como lo parafraseó Borges en los versos de donde sale el título del famoso thriller filológico de Umberto Eco.

En una obra de sus comienzos, Freud investiga lo que él llama la "afasia asimbólica" en soldados de la Primera Guerra Mundial. Estos se habían vuelto incapaces de nombrar, o, como Lacan dirá más tarde en su teoría sobre la psicosis elaborada a partir de allí, de anudar lo real a lo simbólico. Anudar no es pegar, y este quiebre entre los dos registros no los organiza sino que los funde. Esa fusión es la palabra﷓cosa del psicótico, donde de algún modo se realizaría la utopía de Cratilo de una lengua edénica o natural. Siempre las utopías realizadas son pesadillas. Y la de una palabra que no suelte la cosa a la que nombra (que no renuncie a gozar plenamente de su materialidad para poder así nombrarla, o que la nombre sin pérdida) es la pesadilla psicótica de un habla interminable y sin silencios, paradójicamente desasida del mundo. En esta paradoja (perder para nombrar) se funda la posibilidad de hablar. "Si digo pan, ¿comeré?", pregunta Alejandra Pizarnik en un poema, interrogando el misterio de la transubstanciación. "Si digo vino, ¿beberé?" No, es preciso responder. O no siempre. ¿Terminaremos imitando a Cratilo? No. Porque de esta pérdida necesaria y de este límite, que permite al sujeto nada menos que la articulación de la representación del mundo, habla la pintura de Daniel Marguerettaz. Y habla también de la tentación del borde, implícita en su pregunta.

La pintura de Daniel Marguerettaz pone en obra este problema. La base es una masa de densas texturas visuales constituidas por líneas continuas. Son tramas obscenas, en un doble sentido: secundariamente, porque los planos lisos que las tapan en parte las dejan fuera de la escena, y también en principio. Ya que el arabesco imparable, totalmente visible, desnuda y transparenta del tiempo de ejecución de la obra, exhibiendo la densidad temporal de su producción. En su intransigente singularidad, cada una de esas líneas revela las horas de una vida (de una vida mortal) que han labrado ese espacio. Se añora que no estén totalmente a la vista, pero si lo estuvieran sería imposible soportar mirarlas. Es preciso velar la muerte, y para ello es preciso olvidar el paso del tiempo, y es precisamente donde ingresa este olvido que se hace posible articular lo simbólico. Marguerettaz encarna esta articulación mediante planos vacíos, silencios que tapan la carnadura pictórica de base. No la esconden del todo, no la niegan maníacamente, sino que la acotan, haciendo que formen letras. Y por un efecto de reversibilidad entre figura y fondo, los vacíos entre las letras retroceden a un segundo plano. Lo que emerge en primer plano, triunfante, es el cuerpo de la letra. Son letras paradójicamente singulares, encarnadas, no abstractas, que no se repiten, que no iteran. He aquí una feliz solución plástica a las cuestiones planteadas por Pizarnik, Lacan, Freud, Saussure y Cratilo.

Al entrar a La Caverna, conviene detenerse en el cartel indicador de la dirección. Ha sido reemplazado con discreta sutileza por una obra de Víctor Sitá que simula, a primera vista, ser un antiguo cartel de numeración de chapa enlozada. "Ser y tiempo", se lee en lugar del nombre de la calle. Y en lugar del número, hay un espacio en blanco. Bienvenidos.

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