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Lunes, 14 de noviembre de 2005

CULTURA / ESPECTáCULOS › "EL CADAVER DE LA NOVIA", OTRA ESCALA DEL UNIVERSO BURTONIANO

Que vivan los muertos de Tim Burton

 Por Leandro Arteaga

El cadáver de la novia (Tim Burton's Corpse Bride) 9 puntos

Inglaterra, 2005

Dirección: Tim Burton y Mike Johnson.

Guión: John August, Pamela Pettler, Caroline Thompson.

Fotografía: Pete Kozachik.

Música: Danny Elfman.

Montaje: Jonathan Lucas.

Voces: Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Emily Watson, Albert Finney, Christopher Lee, Michael Gough.

Duración: 76 minutos.

Salas: Monumental, Del Siglo, Village, Showcase.

A estas alturas, la estética de Tim Burton se ha tornado tan auténtica que se vuelve autoreferencial. El universo burtoniano es aquél en el que el diferente tiene voz, donde los monstruos verdaderos son otros, y en donde el concepto de héroe es revisitado desde la mirada de seres solitarios, marginados y originales (Batman, Edward Scissorhands o Jack Skellington, señor de Halloween en El extraño mundo de Jack, film que también se vale de la técnica de animación "stop-motion").

El cadáver de la novia es la historia de un casamiento, o de dos casamientos. Uno de ellos está por producirse, a través de la unión interesada entre dos familias: una con fulgores aristócratas en decadencia, la otra -los padres de Víctor (Johnny Depp)- con un reconocimiento social y económico reciente; el otro casamiento tendrá que ver con el cadáver de una novia que busca redención, y con la cual Víctor habrá de contraer -¿involuntarias?- nupcias.

De este modo, irrumpe en escena el mundo colorido y bonachón de los muertos, en contraste con el hacer gris y atildado de los vivos. Los muertos cantan, ríen, bailan, mientras muestran sin pudor sus miembros en carne viva (la coreografía de esqueletos nos recuerda, claro, la famosa Silly Symphony de Walt Disney), a diferencia de la superficialidad de caracteres y rasgos de justo lugar de los seres vivientes. Será difícil olvidar la invasión de alegría de ultratumba con la que el sacerdote habrá de lidiar en su propia mansión-iglesia, suerte de cripta modelo que tanto vivos como muertos habrán de elegir para celebrar sus ritos (En el mundo de Burton no hay cielo ni infierno. Lo que no significa, de hecho, que los muertos perdonen).

Víctor, el niño que se sabe grande, y que tartamudea ante la palabra "casamiento", sabe muy bien qué es lo que no quiere. Sus manos (así como las tijeras de Edward) son las únicas capaces de extraer melodías de pianos con telarañas. La novia muerta, verdadero eje del relato, nos envolverá con nubes de melancolía y con luz de luna. Ella, con su vestido e ilusión raídos, es la mariposa que Víctor sabrá cómo liberar.

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