Lunes, 6 de agosto de 2007 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › OTRA NUEVA Y HERMOSA AVENTURA AUDIOVISUAL DE ZHANG YIMOU
Por Leandro Arteaga
La maldición de la flor dorada
(Man cheng jin dai huang jin jia)
China/Hong Kong, 2006
Dirección: Zhang Yimou
Guión: Zhang Yimou, sobre la obra de Yu Cao.
Fotografía: Xiaoding Zhao.
Montaje: Long Cheng.
Música: Shigeru Umebayashi.
Intérpretes: Chow YunFat, Gong Li, Jay Chou, Ye Liu, Dahong Li, Junjie Qin, Man Li, Jin Chen.
Duración: 114 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
Puntos: 8 (ocho)
Las artes marciales son nuevamente revisitadas por Zhang Yimou. Primero fue con Héroe (2002), aventura para el asombro visual, en donde Jet Li adquiría un ambiguo rótulo heroico, merced a los distintos puntos de vista; luego fue el turno de La casa de las dagas voladoras (2004), otra plasmación estética para la fascinación, revestida de melodrama y de lágrimas; finalmente, La maldición de la flor dorada, film que cierra la trilogía que el director de Ni uno menos y Sorgo rojo ha dedicado al género. Y, como vemos, tampoco se trata de una simple película de vuelos danzarines y patadas coreográficas. Sino que hay mucho, mucho más.
Hay tanto más que uno no se da cuenta de cómo es que la tensión del relato nos envuelve. "La Ciudad Prohibida esconde secretos" alerta el cartel del film. Por eso es que cuando estos secretos, rumores de pasillo real, comienzan a develarse, la familia de sangre dorada desnuda entonces sus vínculos ciertos mientras, a la vez, erosiona el mito de un poder y orden naturales; garantía de un mito que descansa en el diseño geométrico del cuadrado que contiene al círculo. Así como la naturaleza se manifiesta, lo hacen entonces los hombres. Por ello es que la enfermedad debe ser tratada con la medicina correspondiente. Pero el remedio puede ser alterado, envenenado sutilmente. Es en ese pequeño aditamento, casi invisible, desde donde la película de Yimou se construye para, justamente, derruir lo que la bandera y su signo proponen e imponen.
La maldición de la flor dorada ocurre de puertas de palacio para adentro. Es una indagación en las raíces oscuras que permiten el tronco real y sus ramificaciones. Es por ello que la familia gobernante deslumbra hacia afuera, resplandeciente como la luz natural del sol, cuyo brillo será opacado por sangre oscura, surgida de un pasado mentido, que pervierte las relaciones presentes, y que hunde a la familia en vínculos incestuosos. Una maravilla.
Además, junto con todo este enrevesamiento sentimental, de ribetes melodramáticos, con planos detalle que se sostienen desde el mirar, hay peleas, increíbles peleas que no son más que expresión vivencial, que cumplen una función de compañía estética (lejos de la estupidez digital y fascista de 300). Todo una belleza. Con una dirección fotográfica que destila incandescencia desde paredes doradas, mientras nubla progresivamente hacia tonos oscuros, más tortuosos, que culminarán por encontrar el desquicio en los ojos del Emperador Ping, interpretado por el glorioso Chow Yun-Fat.
Entonces, ¿qué más agregar que no sea la estupefacción de la que uno queda invadido al término del film? Para, ya fuera de la sala, también pensar que la corrupción política no remite, necesariamente, a la historia de la China antigua, sino también a muchos otros ejemplos que el lector de esta nota, en este momento, sabrá oportunamente recordar. Sí, es cierto, mejor es ir al cine.
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