CULTURA / ESPECTáCULOS › "XXY", LA PELICULA NACIONAL DE LA DIRECTORA LUCIA PUENZO
› Por Leandro Arteaga
XXY 8 puntos
Argentina/Francia/España, 2007
Dirección y guión: Lucía Puenzo.
Fotografía: Natasha Braier.
Música: Andrés Goldstein, Daniel Tarrab.
Montaje: Alex Zito.
Intérpretes: Ricardo Darín, Valeria Bertuccelli, Martín Piroyanski, Inés Efron, Carolina Pelleritti, Germán Palacios, Lucas Escariz.
Duración: 86 minutos.
Salas: Monumental, Del Siglo, Showcase, Village.
Se trata de la ópera prima de Lucía Puenzo. Obtuvo el Gran Premio de la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes de mayo último. También, hace muy pocos días atrás, fue galardonada en el Festival Internacional de Cine de Bangkok.
El título de la película es XXY. Alegoría de cromosomas así como, también, portador de una X final rota, quebrada, sin una de sus patitas, y por ello con forma de Y. En ese desliz semántico es desde donde se construye el film de Puenzo. Desde esa Y a medio camino, desde esa X quebrada.
Como si fuese una situación espejada, el matrimonio compuesto por Ricardo Darín y Valeria Bertuccelli ha huido de la gran ciudad para establecerse en un sur lejano, por fuera del ruido y prisa citadinos, con su hija de 15 años, Alex (Inés Efron), nombre que es ambigüedad de género, en una niña que decide terminar con las pastillas que garantizan su feminidad, que evitan su masculinidad. El reverso del espejo surge también desde la pareja amiga, interpretada por Germán Palacios y Carolina Pelleritti, con un hijo igual de adolescente, portadores de aquellos rasgos de los que los padres de Alex decidieran alejarse. La familia normal, entonces, de cara al espejo.
La constitución bisexual de Alex obliga, es claro, a una búsqueda de identidad, pero también a su problematización. Porque más allá de lo que Alex finalmente decida respecto de su cuerpo y de su vida, es una identidad mayor la que está en juego. También está la profesión de la que hacen gala los adultos, los padres, los progenitores, ligada al ejercicio de la biología y al de la cirugía estética. Conformación genética y atención a la imagen. Lo interno y lo externo. Lo que no puede modificarse y lo que, pareciera ser, sí. Dos caras que se alternan, se requieren, se repelen. Mientras Ramiro (Palacios) comparte la crema del rostro de su mujer en el suyo propio, se desliza la preocupación por el hijo, aquel que, parece, no es precisamente lo que papá espera de él. Entonces, el maquillaje. Para las apariencias.
Por ello es que Alex decidirá dejar tales pareceres de lado, y animarse a una decisión. Como si fuese una mecha que, lentamente, avanza hacia la explosión final. Situación crítica de la que sabrán salir airosos quienes sepan enfrentarla, mientras la capa de crema facial se derrite por su propio artificio, aún cuando quienes la usen decidan no percibirlo.
¿Qué es lo que esconde Alex? ¿Cuál es el motivo que empuja a los demás hacia él/ella? ¿Qué es lo que esperan ver, descubrir, desocultar, en su físico, en su persona? ¿Qué es, en suma, lo que provoca su peculiar constitución física?
De nuevo, entonces, el anverso y el reverso. Alex como espejo que devuelve imágenes invertidas, que permite enfrentar miedos, sea tanto para aceptarlos como rechazarlos. Mientras tanto, todo un grupo de personas procura mantenerse en equilibrio, desde un delicado sostén social. Alex, por su parte, procurará no caer en el intento. El sostén, para él, nunca será igual de firme. De todos modos, sabemos, la decisión marca la diferencia. Elección que desnuda las telarañas sobre las que una sociedad establece normas, tan frágiles como sus propios cimientos.
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